23 de abril de 2024

Críticas: Borgman

Borgman 1

Patear la bourgeosie.

“Nos han descubierto, hay que irse”. Tres vagabundos se esconden en sendos refugios bajo tierra, de los que salen a toda prisa huyendo de una batida capitaneada por el cura del pueblo. Una primera secuencia la de Borgman que nos trae a la memoria escenas de hordas de campesinos en busca de monstruos, y que nos plantea ya la primera pregunta de las muchas que suscita la nueva película del director holandés Alex Van Warmerdam: qué clase de monstruos son aquellos por quienes incluso un emisario de Dios, no duda en hacerse al bosque escopeta en mano después de decir misa.

En lugar de contestar a esta pregunta, Van Warmerdam se aleja de ese bosque y acompaña a Camiel Borgman, el primero de los vagabundos, en busca de cobijo y de un simple baño en un vecindario de clase alta. Una necesidad básica que aparenta mendigar puerta por puerta, pero que pronto nos damos cuenta de que se trata de una táctica para conseguir algo más. La primera persona que le abre la puerta se la vuelve a cerrar en las narices sin mediar palabra. La segunda le rebate antes de cerrar. Ahí encuentra Borgman su reto, que se convierte automáticamente en objetivo cuando Richard, el propietario de la casa reacciona de forma violenta ante la posibilidad de que ese vagabundo que está ante su puerta diga la verdad acerca de una improbable relación con su esposa Marina. El sentimiento de culpa de Marina por las acciones de su marido, la obliga a acoger en secreto al indigente que se sirve de esa culpabilidad para poco a poco introducirse en su vida y en la de sus hijos, creando en ellos tal necesidad de su presencia que acaba por imponerse tomando el puesto del jardinero y trayendo consigo a un grupo de ayudantes de lo más siniestro, comenzando así un juego macabro y perturbador con todos y cada uno de los miembros de la familia.

Borgman 2

No sería justo, o más bien acertado, trazar un paralelismo entre Borgman y Funny Games de Michael Haneke como se ha dado en decir, por el simple hecho de narrar el asedio de unos intrusos a un hogar aparentemente feliz, puesto que más allá de esta similitud poco tienen en común. Borgman y los suyos no siembran el terror allá por donde pasan como lo hacían los adolescentes del film de Haneke, huelen el miedo de los demás como hacen los perros que Van Warmerdam coloca en el subconsciente de Marina y en el del espectador, y lo potencian hasta que se acaban autodestruyendo, eso sí, con un poco de ayuda por su parte. El miedo está presente en ese cabeza de familia, reflejo de una sociedad burguesa que teme cualquier elemento externo a la vida perfecta que se ha creado. Vagabundos, inmigrantes y empresarios honestos no tienen cabida en su status quo y se rebela contra ellos mediante una ira incontrolada hacia todo y todos los que le rodean. Marina por su parte es una mujer temerosa de las reacciones de su marido ante cualquier atisbo de desorden en su vida – se palpa su angustia en la escena en la que trata desesperadamente de ocultarle el desastre que ha ocasionado la marcha del jardinero -, teme también necesitar a Borgman pero al mismo tiempo le preocupa ser merecedora de un castigo por vivir de manera más afortunada que otros.

La película avanza entonces con las acciones que Borgman y sus compañeros llevan a cabo para hacerse con el control, podríamos decir mental, de los miembros de la familia, de una manera aun más desconcertante y surrealista de lo que hasta entonces habíamos visto. El humor extremadamente negro que utiliza el holandés para tratar la maldad que desprenden sus actos, y el despertar de la que se encuentra en los habitantes de la casa, unido a una factura técnica en la que prima el surrealismo por encima de la atmósfera opresiva propia de una historia de terror psicológico como es esta, no hace más que provocar al espectador para que siga haciéndose preguntas a las que no encontrará respuestas. Pero más allá de las que el propio argumento origine y de las múltiples lecturas que se puedan sacar de él, Van Warmerdam obliga a aquel a hacer un ejercicio casi de introspección para preguntarse a sí mismo cuál es la verdadera razón por la que acaba disfrutando del sadismo intuido más que mostrado.

Borgman 3

Borgman es crítica social hacia una Europa decadente que se niega a acoger a foráneos desfavorecidos mientras dentro de sus fronteras la miseria es aun mayor. Es terror sobrenatural con referencias religiosas o mitológicas con las que se puede pensar en ángeles caídos, íncubos e incluso vampiros, y terror psicológico que ahonda en las atrocidades que son capaces de hacer los seres humanos por su propia mezquindad. Borgman es lo que cada espectador quiera ver en ella, sacando las conclusiones y las respuestas a las mismas preguntas que se hace mientras la ve, porque sobre todo se trata de un inteligentísima manera de entender el cine más como tarea de reconstrucción para quien lo ve que como mero visionado de una historia masticada dentro de los límites de la convencionalidad. Un puzzle cargado de acidez ante el cual nadie quedará indiferente.

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