Vejez y best sellers.
Revisionando estos días en pantalla grande el clásico de Blake Edwards El guateque, impresiona comprobar como el paso de los años no ha hecho mella en una película tan cargada de referentes de la época en la que se filmó y prácticamente sustentada en el gag visual como es ésta. El humor absurdo y torpe funciona desde que el cine es cine, desde los trompazos entre Stan Laurel y Oliver Hardy hasta las muecas histriónicas de Jim Carrey, desde la elegancia en el disparate de Jacques Tati hasta el surrealismo patrio de los personajes de José Luis Cuerda. La cuestión es hasta qué punto una sucesión de golpes de efecto de humor negro algo sádico puede soportar el peso de una película en la que no existe un guión coherente, por muy basado que esté en una novela, ni tiene unas interpretaciones creíbles, ni posee una técnica especialmente brillante.
Esto es lo que sucede con la versión cinematográfica de El abuelo que saltó por la ventana y se largó, un best seller sueco que ha batido records en su país por la mezcla de humor, referencias históricas y enaltecimiento de la vida que hace Allan Karlsson, un anciano a punto de cumplir los 100 años a quien su afición por explotar cosas le lleva a tener que pasar el día de su cumpleaños encerrado en un asilo. Antes de que nadie pueda darse cuenta, Allan salta por la ventana y escapa decidido a llegar donde el camino le lleve. Pero por un malentendido con un motero en la estación de autobuses, el anciano acaba llevándose la maleta de éste repleta de dinero por lo que acabará siendo perseguido tanto por quienes desean recuperar su dinero como por la policía para devolverle al asilo. En su viaje, Allan va rememorando su vida desde que nació, y cómo su buena mano para fabricar explosivos le abrió las puertas de las más altas autoridades a lo largo y ancho del mundo para utilizar sus habilidades en los conflictos bélicos acontecidos durante el siglo XX. Así, en los flashbacks que se suceden, sin ninguna coherencia con la historia principal por cierto pero al menos sí cronológicamente, presenciamos sus andanzas en la guerra civil española, ayudando a Oppenheimer en el Proyecto Manhattan, o sirviendo como espía en la guerra fría, junto a una combinación de personajes salidos de la imaginación del autor como el hipotético hermano idiota de Albert Einstein, y de personajes reales como Stalin, Truman o Franco en una más que bochornosa secuencia en la que el Generalísimo baila sevillanas. Demencial.
Esta suerte de Forrest Gump geriátrico a la sueca, que como decía un compañero al salir de la proyección parece un “Celebrities” de Mickey Rooney de los chicos de Muchachada Nui, pretende ser como aquella una reflexión acerca de las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida y de las ganas de vivir y seguir experimentando nuevas sensaciones aun siendo centenarios. Y no se trata de hacer comparaciones con la de Zemeckis en las que obviamente a nivel técnico la película de Felix Herngren está a años luz de aquella, el principal problema de El abuelo que saltó por la ventana y se largó reside en buscar la sátira por medio de un humor pueril (o aun más apropiado, senil) con un guión que por mucha carcajada que provoque algún golpe inesperado, acaba aburriendo hasta a las ostras. Ni siquiera se puede extraer un componente sentimental más profundo con el que tratar de llegar a un público más dado a buscar un mensaje implícito trascendente que a la superficialidad de la pura y simple comedia. En definitiva, mucha risa tonta y poca consistencia.