«I am Groot»… «I am Muzzy»… «I am Groot»… «I am Muzzy»… Groot nos quiere. ¡Nos quiere! ¡Y Groot es HAMOR!
En Young Adult el libreto firmado por Diablo Cody presentaba la incapacidad de evolucionar de su protagonista, interpretada por Charlize Theron, en una cinta de cassette que atrapaba en ‘The Concept’ de Teenage Fanclub ese eterno avance detenido por un ‘stop’ y un reiterado y autoconsciente rebobinado. Volvemos al mismo punto aunque desenrollando aún más la inmadurez antes que la adolescencia, a un personaje atrapado en su infancia y marcado por una eterna niñez. Una inocencia, por el contrario, robada tras una abducción señalada por la tragedia como designa la tradición que nos confirmó la estupenda La Liga de la Justicia: La paradoja del tiempo de Jay Oliva: la necesidad de defunción de seres queridos de las formas más traumáticas posibles para construir a los (super)héroes. El guión de James Gunn y Nicole Perlman, del mismo modo que la película dirigida por Jason Reitman, se articula sobre una cinta de cassette y un icónico walkman con unos auriculares de almohadillas de color naranja. Se trata de que la cultura de los 80 (y aledaños) tome el control de una aventura espacial que bien pudiera ser una de piratas al borde de la extinción. El director de Slither: La plaga toma el timón y somete ese turbulento mar a una tormenta de acción, humor y, por supuesto, una gran lluvia de sentimientos. James Gunn rápidamente toma consciencia del tono y se lanza al humor para romper y dinamitar la épica, para quebrar el drama y la sensibilidad que yacen en ese hueso de su fruto cinematográfico y galáctico.
Guardianes de la galaxia quiere ceder a su jugo por encima de pulpa y posiblemente su debilidad sea atorarse en el drama, en dibujar conflictos graves y emocionales como marca de tristeza y profundidad del retrato de sus héroes pero, tal y como revela su secuencia introductoria, el dolor es un simple fragmento del pasado. Toca divertirse, disfrutar y bailar, olvidar esa gravedad que sujeta a los protagonistas. Y ahí aparece esa cinta de cassette y ‘Come And Get Your Love’ de Redbone para estigmatizar los títulos de créditos iniciales, para imprimir el alma del film: el pasado es un artefacto que recarga de emoción y sentimientos nuestros vacíos y carencias. La cuestión es que ese colorido y brillante mundo quede en peligro por un gran panteón flotante gris, desmoronado de toda conmiseración y sensibilidad, imposibilitado para entender la alegría de ese icono que forma la cultura popular que subyace en tan suculento néctar. Sabemos que la aventura no va a resultar fácil y es complicado pronosticar el futuro de un proyecto que rompe con la dinámica de Marvel Studios y que ofrece únicamente conexiones en las escenas de post-créditos de Thor: El mundo oscuro y Los Vengadores. Una propuesta resbaladiza y que simplemente se lanza sin escafandra a ese mar peligroso y cósmico repleto de tiburones. Los héroes, no obstante, llegan preparados, quieren marcar su espacio e incluso proporcionar una dinámica que invite a su capacidad de robar protagonismo a cualquier miembro del grupo. Esa mecánica se repite en cada secuencia coral formando otra de sus muchas protectoras capas donde la simplicidad de Groot se convierte el mejor buque para campar por ese insondable océano llamado Star Wars.
Peter Quill, Gamora, Drax el Destructor, Groot y Rocket son los ‘guardianes’ pero también los chicos malos (y nuevos), los outsiders y, al mismo tiempo, salvadores de esa galaxia que les ha marcado y de la que ya no pueden escapar. Han quedado atrapados, al igual que nosotros, en su pasado e iconos, en sus viejos traumas e impuestas modas del género. Guardianes de la galaxia queda construida como una gran y premeditada montaña rusa que debe cumplir con su propio guión, introducir a Thanos —más allá de un simple anexo y maléfica sonrisa— para seguir la ruta hasta Avengers 3 o profundizar mínimamente en El Coleccionista (Benicio del Toro) para dar sentido y conducción a la franquicia. Lo importante, no obstante, es la esencia nostálgica por encima de su estructura. Si la suma de egos condicionó el hilo narrativo de Los Vengadores de Joss Whedon, en Guardianes de la galaxia James Gunn sabe que los enfrentamientos y fricciones de sus héroes progresarán hacia una gran catarsis grupal fortalecida por Groot y sus escasas palabras. La cuestión es ceñirse al guiño (¿«I am Groot» es la evolución de «I am Muzzy»?) y recorrer los 80 y ese cine de aventuras perdido, someterse al icono y revelarlo en el ambiente contemporáneo de la era digital cinematográfica bajo una perfecta banda sonora repleta de clásicos populares. Y de todo ese choque entre lo viejo y lo nuevo surge un héroe que muchos conectarán con Han Solo o que les hará sentir por leves momentos que Indiana Jones ha vuelto en forma de revisión espacial y templo cósmico maldito. Chris Pratt sabe que no es Harrison Ford pero el fin es vincular con la emoción del espectador y evocar sus propios recuerdos, como si también Gunn tuviera que rendir cuentas a Joss Whedon y propiciar su propio y futuro relevo. Entre ese juego tejido de añoranza, permanece la referencia y la interrelación como la conexión que propicia Zoe Saldana (Star Trek / Star Trek: En la oscuridad / Avatar) en esa línea de aventuras espaciales sobre las que bascula el mainstream y que derivarán en Star Wars: Episode VII. Posiblemente Guardianes de la galaxia sea una engañosa bisagra que, en apariencia, desea someterse a las viejas reglas para construir su espectáculo como simple vehículo para Marvel Studios, pero en su conjunto habita una perdida simbiosis sobre el cine de animación en la que sabe tomar consciencia y convertirse en salvadora y guardián del sello.
Esta entretenida, refrescante, divertida, reivindicable y colorista aventura espacial nos habla de la ironía de volver (eternamente) a los 80, de que el espectador sea trasladado en curvatura al pasado mediante el futuro. Muchos recordaremos la serie de animación de Las Aventuras de los Guardianes de la Galaxia, recuperaremos la pasión de escuchar la última canción de una cara de cassette antes de que saltara el botón del play, rememoraremos las latas bailarinas de Coca-Cola aferradas a sus gafas de sol y cascos o retrocederemos frente a ‘Star Fox’ de SNES. Porque, en realidad, Guardianes de la galaxia nos habla de la importancia de ganarse un nombre, de la dificultad de ser un mapache genéticamente modificado y cibernéticamente mejorado y que te confundan con un simple hámster parlante pero, sobre todo, de que en el espacio la carrera que tiene más futuro no es ser un guardián/superhéroe/nova-picoleto/pirata-perroflauta de la galaxia o ejercer de villano malo-maloso sino convertirse en esteticista y hacerse con los servicios de los pelos Nova Prime o la sombra de ojos de Ronan el Acusador. La película también nos revela que uno de los hijos de La Troma es capaz de engendrar uno de los blockbusters más recordables (y perdurables) del ‘Universo Marvel’, de esa franquicia condenada ya a regalarnos las piezas más elaboradas de entretenimiento de la presente década. En esta entrega, por ejemplo, hacen que seamos capaces de sentir el dolor de que haya aniquilado a toda tu familia un villano con el mismo color de piel que Papá Pitufo. No hay que llorar sino sobrellevar la pérdida con toneladas de sardónico sarcasmo, nula comprensión de la ironía y una pizca de venganza asesina. En realidad, volvemos a ese eterno avance detenido por un ‘stop’ y un reiterado y autoconsciente rebobinado con forma de recopilatorio titulado ‘Awesome Mix Vol. 1’, donde la película se transforma en un cassette y su cinta magnética acaba volviéndose en cine digital para proyectarse en miles de salas como pasatiempo perfecto. Guardianes de la galaxia esconde bajo su carcasa de blockbuster esos recuerdos encapsulados en la eternidad del espacio. La cinta de cassette se convierte en la fe, icono y monolito, en portador de la más poderosa energía del universo: la nostalgia. Y, nosotros, encantados… pero, por favor, pongan las ofertas de esteticista o peluquero interplanetario en los portales de empleo del planeta Tierra también. Gracias.