All the lonely people, where do they all come from?
Sería interesante poder ver la propuesta original de Ned Benson para su primera película. Ese díptico llamado La desaparición de Eleanor Rigby: Ella y La desaparición de Eleanor Rigby: Él, compuesto por dos largometrajes de 95 minutos cada uno en los que se narra la historia del declive de un matrimonio contada por ambas partes, antes de que las tijeras de Harvey Weinstein hicieran su aparición y decidieran que al público había que darle una sola película, no vaya a ser que se cansen y no haga taquilla. La idea de contar una misma historia desde varios puntos de vista no es ni mucho menos original, como tampoco lo es el argumento que muestra la fragilidad del amor ante las diferentes maneras de sobrellevar un hecho trágico, pero el hecho de concebir dos películas distintas en las que, se supone, cada uno de los miembros de la pareja tiene entidad propia más allá de la que habita dentro de la pareja en sí, provoca más que interés por observar cómo puede llevarse a cabo y salir airoso ante un proyecto arriesgado y con un tema tan delicado como este.
Por esto mismo, convertir dos piezas que a priori tienen metraje de sobra para poder entender las decisiones y las emociones de uno y de otro en una sola película a la que además se le han recortado nada menos que 70 minutos, más allá de la consideración de “obra mutilada” que se pueda hacer, conlleva el riesgo aun mayor si cabe de dejar incompletos muchos de sus aspectos. Es precisamente lo que ocurre con La desaparición de Eleanor Rigby, la película única. Partiendo de la base del desconocimiento que conlleva no haber visto las dos partes originales, y que por tanto cualquier comparación sería pura especulación, y ya sea conociendo de antemano el proceso al que ha sido sometida o viéndola como una película independiente, a La desaparición de Eleanor Rigby se le nota demasiado la ausencia de profundidad en partes de la historia necesarias para poder entender mejor lo que ocurre en el interior de sus protagonistas.
Es cierto que aun con recortes, se advierte la solidez de un guión en el que se evita caer en el melodrama o en dar explicaciones demasiado evidentes. El tono calmado con el que va soltando retazos de lo que se intuye que pasa interior y exteriormente en los personajes, es un arma de doble filo con la que, por una parte se van paladeando poco a poco los sentimientos, el sufrimiento y los sutiles cambios de actitud de los protagonistas para con el otro terminando en un plano final de una belleza dolorosa. Pero por otra parte, y volvemos a recurrir a la muy probable falta de metraje, ese mismo ritmo pausado se hace cuesta arriba cuando muchos de los diálogos no tienen la fuerza para tratar de entender qué es exactamente lo que les está ocurriendo a los personajes. Sin duda, ayuda que la película cuenta con dos de los actores con más talento de su generación, capaces de moldear casi cualquier personaje que se les ponga por delante. Tanto Jessica Chastain como James McAvoy plasman perfectamente el sentimiento de soledad y de incomprensión que les inunda, aun estando arropados siempre por sus respectivas familias o amigos, pero al no indagar en las complejidades de esos sentimientos por separado tal y como se concibió el proyecto, sus actuaciones quedan un tanto distorsionadas y sólo funcionan de manera sólida cuando comparten plano en las escenas en las que rememoran su amor. También ralentizan el desarrollo de esa historia de amor – desamor, unos personajes secundarios que no sólo no aportan prácticamente gran cosa a la trama sino que además están cargados de unos clichés asiduos en las películas que tienen como argumento principal la relación de una pareja.
La desaparición de Eleanor Rigby se presenta de esta manera como un drama ya contado en varias ocasiones, concebido para mostrarnos una realidad más íntima y, valga la redundancia, más real de lo que se suele hacer. Por desgracia, el todopoderoso Weinstein ha eliminado parte de la personalidad que, aun, se deja entrever a través de un montaje que con su búsqueda de la convencionalidad aplasta la identidad de un film que únicamente se salva por el trabajo de sus dos protagonistas.