#LibertadparaBombita.
Relatos salvajes es de aquella clase de películas que engancha, divierte y se disfruta en las distancias cortas. Aparentemente inteligente, mordaz y afilada estamos ante un retrato de vocación universalista al respecto de las miserias humanas y de cómo reaccionamos ante ellas cuando nos ponen a prueba. Posiblemente este atractivo punto de partida supone precisamente el mayor problema al que se debe afrontar la película, y es que precisamente lo hiperbólico de las situaciones presentadas, o mejor, la manera en que se nos presentan le restan un ápice de potencial crítico versus la realidad.
De hecho Relatos salvajes, independientemente de acusar la irregularidad tradicional en todo film episódico, tiene en sus virtudes sus mayores defectos. De algún modo es tan divertida que la mala baba que debiera rezumar en cada uno de sus fotogramas acaba por convertirse casi en algo subsidiario, accidental. Eso y cierta resolución con toques algo populistas de alguno de sus capítulos la convierten casi en una comedia que funciona mejor como pieza cercana a The Twilight Zone que a la sátira social descarnada que pretendía ser. Aún así ofrece momentos ciertamente impagables, como su capítulo inicial, casi justificativo de su visionado por sí solo.
Muy lejos de estas intencionalidades, Takashi Miike nos ofrece, en su casi cita anual con el festival, Over your dead body, una película de apariencia formal clásica que juega sin ambages en el terreno de la metarrealidad desdibujando las fronteras entre las historias que en ella se cuentan. Con un arranque ciertamente moroso esta historia nos sitúa en dos planos, el de la vida personal de unos actores y el de la obra de teatro que van ensayando. Un juego que engarza, no sólo en lo argumental sino en ciertos aspectos visuales con el Aimer, boire et chanter de Resnais, aunque lógicamente en una versión más oscura. Miike desgrana poco a poco ambas historias, las conecta y finalmente ofrece un proceso de canibalización (hasta el punto de la literalidad) de ambas realidades creando un ambiente malsano de fantasmagorización de la realidad.
Estamos ante una obra sólida aunque algo roma a la hora de conectar con el espectador al adoptar un punto de vista un tanto frío y distanciado al respecto de lo narrado, como si el propio Miike estuviera hastiado de unos personajes ciertamente antipáticos. No es que Miike innove en demasía, de hecho estamos ante una película cuya atmósfera de malsano “nopasanadismo” remite a, por ejemplo, Audition, pero sí ofrece momentos muy inspirados en cuanto a construcción de situaciones e imágenes poderosas y en cierto modo perturbadoras. Quizás no es el mejor Miike posible, pero sí uno de los más atinados en plasmar fielmente sus intenciones en pantalla.
Pero si de atmósferas hablamos nada mejor que referirnos a Alleluia, film del belga Fabrice du Welz que nos sitúa en una versión sucia y descarnada de The Honeymoon killers. Porque básicamente el juego de du Welz es ponernos desde el minuto uno inmersos en una historia de celos, locura y destrucción a través de las texturas de la imagen. Bien es cierto que esa imagen sucia y granulada configura un universo cerrado, oscuro donde los sentimientos, el sexo y toda la gama de relaciones humanas quedan teñidas por la crudeza y los bajos instintos, Por la presión asfixiante de una atmósfera viciada y gris de la que es imposible escapar. No obstante lo que es la mejor baza de la película acaba jugando en su contra. Todo es demasiado explícito desde el principio, sin dejar margen para la sugerencia. No hay crescendos, sólo una rutina lineal de crímenes, gritos (ejecutados por una Lola Dueñas magistral) que acaban por convertirse en mantra cotidiano de su pareja protagonista y una cierta parálisis narrativa en su traslación en pantalla.
A pesar de ello Du Welz firma una obra que podría equipararse a una reverso negativo de un film de los Dardenne, una película sensorial que se puede oler, tocar y masticar. Que se pega al cuerpo como la demencia insana de sus protagonistas y que naturalmente consigue su propósito, dejar mal cuerpo y un regusto amargo a la audiencia.