Por etapas.
En la cartelera de cine, lo habitual dentro del cine de ficción es el estreno de películas que atienden al patrón narrativo universal y clásico de los tres actos: planteamiento, nudo y desenlace. Por supuesto esta estructura siempre se enriquece con los filmes que amplían estas tres partes, ya sea por giros de suspense, ya sea por giros temporales de la historia. Lo que resulta peculiar en Vivir sin parar es que la estructura sucede en cuatro actos que desarrollan los mismos elementos narrativos, aunque en este caso sean dos nudos durante el desarrollo. Quizás sea una manera deliberada de tratar el guión o de dirigir y editar el material rodado, a cargo de Kilian Riedhof, director y coguionista del título. También puede ser un descuido argumental de Riedhof y los otros dos guionistas. O tal vez se imponga una narración más propia de series de televisión y telefilmes, dividida en capítulos de media o una hora, interrumpidos por cortes publicitarios. Una narración episódica en la que el realizador alemán tiene ya, una larga trayectoria profesional a sus espaldas.
Como precalentamiento ¿es suficiente esta parrafada antes de analizar Vivir sin parar? Quizás haya sido una introducción excesiva, pero si en algo resulta muy coherente la película es en demostrar un equilibrio entre forma y fondo, tal vez con intención o tal vez por el azar. Pero el resultado es un largometraje que podemos disfrutar o sufrir por etapas.
1ª) Preparación
Los primeros cuarenta minutos de Vivir sin parar comienzan con las imágenes documentales de Paul Averhoff, un atleta olvidado que consiguió el triunfo en los Juegos Olímpicos de Melbourne en 1956. En la actualidad es un septuagenario que debe trasladarse a vivir a una residencia de mayores con su mujer al no poder hacerse cargo su hija, ya que trabaja como azafata y se ausenta constantemente de casa. Todo comienza como un drama costumbrista y amable, pero pasados escasos minutos la historia se transforma en comedia pura. En la residencia, un elenco de cinco ancianos compañeros de asilo que, por diversidad de caracteres, parecen más los siete enanitos de Blancanieves, con Gruñón, Burlón y Mudito a la cabeza. El film entonces se anima como cualquier corredor durante los primeros kilómetros de carrera. El ritmo es trepidante, los diálogos afilados y cómicos. El uso del gag visual y las situaciones humorísticas se suceden, con hallazgos tan buenos como la borrachera en el dormitorio de una señora del grupo que, en plena apoteosis, canta una canción de la época nazi. Los actores se muestran cómodos y entregados a sus personajes. La comedia bascula entre un estilo clásico e inteligente y roza la vertiente más gamberra de los años noventa y dos mil hasta el presente.
2ª) Resistencia
Vivir sin parar aguanta el tipo hasta más allá del ecuador de su metraje por las buenas interpretaciones capitaneadas por Dieter Hallervorden y Tatja Seibt, la veterana y premiada pareja protagonista. Pero la historia pierde espontaneidad para dar paso a una narración funcional que mantiene el tipo pero no el vigor inicial.
3ª) Cansancio
La película se prolonga hacia un final que, aunque sea predecible desde el título original (Sein letztes Rennen: Su última carrera) resulta más extenuante en su desarrollo que la propia competición olímpica, sazonada con avatares dramáticos y trágicos, tratados de forma sesgada y poco profunda, afortunadamente.
4ª) Exceso de anabolizantes
Sí, toda la prueba de superación se magnifica durante el trecho final. En esta etapa se replantea la verosimilitud de algún personaje crucial y antagonista que, milagrosamente, pasa al bando de los buenos. La banda sonora resuena atronadora mientras la publicidad encubierta que aparecía tímidamente al principio (instrumental médico Philips) ahora llega al primer plano con varias multinacionales germanas: BMW y Lidl como faros propagandísticos.
Visualmente el uso de la imagen ralentizada se impone, sofocada por el flous o velo difusor que inunda de imágenes matizadas, muchas de las últimas secuencias.
Vivir sin parar no es un film redondo, evidentemente, pero sí cuenta a su favor con bastantes elementos de interés, como pueden ser un tratamiento políticamente incorrecto, sin edulcorar ni martirizar, de los ancianos, salvo en algunos momentos. Con algunos dardos lanzados a los recortes en el sector sanitario público que no le deberían hacer gracia a los políticos alemanes. Con una credibilidad por parte de sus actores que se agradece en estos tiempos de adolescentes y jóvenes atormentados crepusculares.
Y además cuenta también con una malvada psicóloga que tiene devoción por Amélie (y un póster de dicha película en su despacho).