There’s no hope
Pasado el meridiano del Festival empiezan a definirse las cosas en la Sección Oficial, las favoritas a destacarse y las jornadas de trabajo a pasar factura. Esta quinta fecha puede que nos haya dado el primer candidato claro al Oso de Oro y una tendencia definida: la mirada pesimista sobre nuestros tiempos, como si la crisis económica fuera ahora vista como una crisis de valores, una falta de fe en nuestras posibilidades. Entremos en materia.
El Chile que filma Pablo Larraín es un país sumido en las tinieblas del invierno austral, un invierno de un mundo dijérase en constante crepúsculo, casi como las expresiones y las almas de los habitantes de la casa que forman El club. Este club, además de dar nombre de la última película del autor chileno, es una selección del peor grupo de ángeles caídos que os podáis imaginar, hombres de Dios en desgracia: la avaricia, la ira pero sobre todo la lujuria son sus pecados capitales. Por su parte, el marco geográfico, la Patagonia chilena, provee la suficiente extrañeza al film, aquel es un lugar fuera del tiempo, siempre gris y azotado por el viento, una infierno húmedo para almas perdidas. Este poco recomendable espacio de veraneo cambiará para siempre con la llegada de dos nuevos personajes que representan dos formas de entender el mensaje de Dios (o al menos de su Iglesia) pero, no se engañen, no hay aquí una senda de los justos, todos los caminos conducen al mismo pantano putrefacto. Larraín no cree en la esperanza y su película, digámoslo ya, su mejor trabajo hasta el momento, convulsionará y revolverá las conciencias de una sociedad tan dividida como la chilena, algo así como lo que sucedió con Leviatán en 2014 en la Rusia de Putin. Las acusaciones de herejía lloverán, cuenten con ello, aunque quizás un paraguas con forma de oso dorado pueda servir de ayuda, que apunten ya nuestro voto.
El planteamiento de Als wir träumten no podría resultar más atractivo, retratar una época de transición como el final de la Alemania del Este al final de los años 80 a través de los ojos de un grupo de amigos nos parecía, en principio, una idea magnífica, no hay momentos más atrayentes en la historia que aquellos en los que todo cambió, las caídas de los imperios resultan, casi por definición, mucho más cinematográficas que sus apogeos. El problema del film de Andreas Dresen no parece, por lo tanto, uno surgido de los cimientos del proyecto, pero quizá si lo sea, me explico: esta película está basada en la novela homónima de Roman S Fischer, novela que no conocemos personalmente pero que condiciona, o eso creemos deducir, la estructura de su homólogo fílmico. Un relato coral y alargado en el tiempo como éste siempre encuentra mayor acomodo, por su propia naturaleza, en un soporte literario que en uno fílmico, en el que, pese a las dos horas de duración, se pasa de puntillas por la personalidad divergente de cada uno de los personajes que componen la pandilla, cuya evolución resulta un tanto caótica y poco explicada, casi como si fuera el remontaje para cine de una miniserie de televisión, abarcar demasiado para tan escaso apretón Por lo demás nos quedamos con sus aciertos que los tiene, como ese montaje sincopado, acorde con los tiempos de cambio, y ese amargo retrato de la amistad. Por cierto ¿se han dado cuenta que cada vez somos más cínicos con ese noble sentimiento?
En Indonesia sigue reinando el terror, si Joshua Oppenheimer conseguía con The act of killing retratar a los autores del genocidio del país asiático, ahora con la segunda parte de su obra, cambia el foco para hacerlo con las víctimas y la confrontación de éstas con aquéllos. Parece evidente, eso sí, que, una vez visto su antecedente, volver a recrear unos crímenes tan atroces no puede provocar la misma reacción visceral en los espectadores. Buena parte del éxito de The act of killing era su capacidad de sorprender, su naturaleza de golpe a la contra, el sujeto paciente de sus imágenes no tenía capacidad de reacción ante lo que allí se mostraba hasta que ya era, por decirlo así, demasiado tarde. Teniendo esto en cuenta podemos considerar a The look of silence como un evento más reflexivo, generador de más reflexiones que de arcadas (aunque de éstas también hay), un film, en definitiva, que profundiza en la naturaleza inquisitoria del autor danés y que también, en lo que parece, la cantinela de la jornada, vuelve a ser pesimista con la vía del perdón y la redención, los viejos verdugos no tienen arrepentimiento, como la de un vampiro, su naturaleza muta para siempre al beber la sangre humana, se convierten en otras criaturas, diferentes a nosotros, pónganles el nombre que quieran.