28 de marzo de 2024

Críticas: 2 otoños, 3 inviernos

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Revisitando la Nouvelle vague

Primera parte. Otoño. El sol calienta menos, la gente comienza a abrigarse y trata de encontrar un cambio en su vida que les haga más llevadera la vuelta a la rutina. Arman se dirige a mí para contarme que ha decidido cambiar él también su forma de vida. Ya tiene 33 años y anda dando tumbos de trabajo en trabajo. Me cuenta desde una pantalla cuadrada que está dejando el último trabajo que ha encontrado, que ha dejado de fumar y se ha puesto a correr con la esperanza de que todo ello mejore su situación actual. Iluso. O no. Arman me mira con los ojos de Vincent Macaigne, me recuerda a otros personajes suyos con ese aire de vulnerabilidad que te hace adorarle y creerte todo lo que sus palabras y sus gestos te cuentan. Se sabe, al igual que Sébastien Berbeder que le obliga a dirigirse a mí, personaje heredero de sus admirados films de la Nouvelle Vague. Arman me presenta a Benjamin, su mejor amigo, y a ella. Amélie.

Amélie también me mira y me habla desde ese cuadrado con texturas diferentes según me hable a mí, le hable a otra persona o la vea junto a Arman. Arman y Amélie. Amélie y Arman. Ambos me cuentan su versión de la primera vez que se vieron. Un golpe seco. Directo al corazón. Ambos también me cuentan el momento en el que se miraron. Él la miró y olvidó todo su pasado. Ella le miró y vio al héroe que necesitaba. El tiempo se detuvo en sus miradas. El amor.

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Segunda parte. Invierno. La nieve, los abrigos, la cuenta atrás. Benjamin me habla sobre Katia, sobre sus padres, sobre su hermana Lucy, sobre Jan, el primo de Katia. ¿Dónde están Arman y Amélie? ¿Por qué ya casi no me hablan? Algo pasa entre ellos. No me aburren las historias que me cuenta Benjamin o las que me cuentan Katia, Lucy o Jan, pero los capítulos que marchan cuenta atrás no me interesan tanto como lo que en la primera parte me contaban Arman y Amélie. La luz se difumina, el frío llega a su relación y el drama aparece para no irse. Cambia el tono de la película que me están contando entre unos y otros, cambia la manera en la que me la cuentan, me parece que ya me la han contado antes, muchas veces. Ya no hay tiempos detenidos, ya no hay tiempos paralelos, cada vez hay menos referencias cinematográficas, musicales o televisivas. Todo es más serio, más convencional, más adulto. Aumentan los personajes pero disminuye su sentido. Ya no es la película que empezó emocionándome hace 44 minutos. Ya no hay rastro de Truffaut ni de Bresson. Ya es una comedia francesa venida a menos.

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Epílogo. 2 otoños, 3 inviernos. 3 son las partes de la película como 3 son las salas de la exposición de Munch que visitan los protagonistas. Una primera parte evocativa del alma humana, expresiva, cargada de sentimientos, simbólica. El amor, la muerte, el dolor como parte de la vida. Una segunda desoladora, dispersa, con los sentimientos en caída libre. Mala copia de la primera, con un trazo más grueso, menos ligero y menos original. Y un epílogo que nos recuerda que ya casi no hay trazos de la espontaneidad y libertad creativa de la Nouvelle Vague que tan maravillosamente intentó recuperar Antonin Peretjatko en La chica del 14 de julio. Arman, Amélie, Benjamin, Katia…viven en el siglo XXI, en una era en la que se tiende a conformarse con historias típicas, con amores falsos pero convenientes, con películas que intentan dejar poso pero no lo consiguen. Mucho me temo, pues, que 2 otoños, 3 inviernos se diluirá en mi memoria, como se diluye el amor si no es verdadero, como se descompone un bonsai si no se riega.

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