28 de abril de 2024

Críticas: Napoleón

Hambre y cañones.

Los hábitos del público y su reflejo en la recaudación de taquilla han conllevado que una clásica vertiente de monumental cine histórico se encuentre en vías de extinción. Como maniobra de protesta ante este panorama desconcertante, la esfera mediática internacional recibe con buenos ojos los escasos nuevos exponentes de este género, ponderando como valor crítico propio su mera existencia independientemente de sus réditos artísticos. El cine de qualité siempre desembarca en cercanías a fechas de premios y, en esta ocasión, lo hace con la forma de un biopic de una trascendental figura histórica que, sorprendentemente, no ha encontrado tantas representaciones relevantes en la gran pantalla: Napoleón, drama histórico sobre la vida del líder militar francés protagonizada por Joaquin Phoenix y dirigida por Ridley Scott. Apple TV es la entidad tras la película que, tras estrenar en salas este montaje de 158 minutos, reserva otra versión de 4 horas para ser vista en su plataforma. Una propuesta de innegable poderío en la ejecución de varios de sus fragmentos, pero que en última instancia no puede superar una languidez tonal que la persigue durante todo el metraje, así como una sensación de relato muchas veces visto.

Aún si el apoyo digital es cristalino en sus estampas de mayor escala, un aroma artesanal envuelve el viaje dramático que ofrece esta nueva versión de Scott, pomposo ejemplo de cine histórico con foco en el relato que conglomera décadas de convulsión política y bélica con puntos clave que representan el ascenso y la caída de la colosal figura protagónica. Cine de oficio, pura industria engranada y gestionada por la eficiencia de un veterano. Audiovisual de grandes medios de producción, que cuida la ambientación histórica y exhibe registros de vestuario o dirección artística que hacen las delicias de los académicos. Cine de maestro que, pese a su provecta edad, no ha perdido el vigor planificando unas espectaculares secuencias de batalla que se erigen como lo mejor de la producción. Secuencias de ejércitos cuantiosos estructurados mediante ingeniosas estrategias militares fáciles de descifrar en lectura y cruentas, sin reparar en violencia explícita. Secuencias elevadas en envergadura épica por la banda sonora, que se sirven de la personalidad de los emplazamientos de las confrontaciones (Desiertos, Lagos de hielo, grandes explanadas…) y de las propiedades físicas del arsenal de armas de los ejércitos franceses, ingleses o prusianos para dotar de variedad y pulso a estos instantes.

Cine de grandiosidad opulenta en sus formas que, como no, procura ofrecer a sus intérpretes una carta blanca para su lucimiento. La producción se desarrolla en dos subtramas paralelas: las cruzadas armadas del insaciable líder militar y los sinsabores y dependencias afectivas y sexuales de un hombrecillo ridículo con su mujer. La intensidad y magnetismo emocional de dos caracteres fuertes condenados a imantarse sin poder fusionarse dan rienda suelta para el pavoneo a Joaquin Phoenix y, sobre todo, a una Vanessa Kirby de gravedad apabullante en sus gestos y miradas. Una figura misteriosa y robusta, que obsesionará de por vida a un megalómano que no se dejó amedrentar ante nadie pero que cada cierto tiempo precisaba acurrucarse a la vera de Josephine. Scott sorprende optando por un tono cínico de sátira despiadada, que observa a sus figuras sin cariño ni piedad, realzado por el uso irónica de la música orquestal. Bajo estas coordenadas, Phoenix prosigue con su tendencia reciente de estancamiento desaprovechado de su rango interpretativo, acomodado sin dirección en roles histriónicos e inestables.

A falta de saber si la mutilación del metraje ha podido ser determinante en este aspecto, el gran problema de Napoleón es que su ampulosidad es desvaída y gris. Un filme grande en tamaño, pero pequeño en la resonancia de sus sensaciones, incapaz de demarcarse de lo ofrecido por péplums pasados y recientes y condenado a ser una variante más solemne de Gladiator. Un metraje megalómano en el que Bonaparte hace acto de presencia en prácticamente cada plano para, una vez concluida, seguir resultando un extraño. El núcleo humano no impregna las imágenes, ni el entramado tonal logra sofisticar un aparato discursivo sabido de antemano. Un último vestigio de un tipo de cine que, si ha de sobrevivir, impera que tenga algo nuevo que decir. No es el caso de esta superproducción, que suplica clemencia de un espectador que debe verla en salas mientras una gigante empresa de streaming posibilita su existencia. Orfebrería y exhibición de oficio, sí, pero ¿con qué fin?

Espectacular, cruel, violenta y sexual, Napoleón ofrece un ejercicio pantagruélico de cine histórico técnicamente admirable en vías de extinción, que sigue demostrando la solvencia del realizador inglés para sacar adelante costosas empresas. Pero desvelado el efecto sorpresa, nos encontramos ante una amalgama de fotografía de bajo contraste y planos generales llena de apoyo digital tan afanosa en sus apariencias como timorata en su trasfondo, incapaz de resonar.

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