Patchwork comedy
Unos tambores resuenan mientras los nombres de los actores principales, agrupados por tríos, aparecen sobre las imágenes del campamento que habita el reparto coral de Fort Buchanan, a lo largo de las cuatro estaciones del año. Desde el principio conocemos a Roger –el marido de un militar destinado a Djibouti- y a su hija, una joven que alecciona a su propio progenitor sobre la forma en que debe manejar su vida sentimental. Las líneas argumentales que convergen desde la presentación, punteadas por el amor, la inversión de expectativas de los personajes, la vida militar y la homosexualidad, quedan así matizadas desde los cinco primeros minutos del film. Pero el juego no ha hecho más que comenzar.
Benjamin Crotty, director y guionista de Fort Buchanan crea un puzzle narrativo a partir de diálogos extraídos de la televisión, concretamente de varias series dramáticas norteamericanas. Sí, esos diálogos psicológicos que recuerdan más a un libro de autoayuda que a describir la verdadera personalidad de los personajes. Aunque cuesta identificar los programas catódicos de origen, se trata de réplicas y contrarréplicas tan manipuladas y repetidas para los oídos de los espectadores, que resulta muy fácil entrar a divertirse directamente con la propuesta.
La película se aparta de su etiqueta experimental gracias a la solvencia profesional de Crotty. El autor antes de este film había rodado ya un cortometraje totalmente independiente que resultó ser un ensayo de la actual. Se tituló Fort Buchanan: hiver. En el corto se desarrollaba el capítulo dedicado al invierno, el mismo con el que comienza el largometraje. El realizador sigue a varias esposas y un marido de militares franceses que han sido trasladados por misiones bélicas en el extranjero. Este grupo convive dentro de un bosque, en el fuerte que da nombre al film. El drama es olvidado al poco tiempo, empujado por la comedia de relaciones, con encuentros y conversaciones constantes de los intérpretes enmarcados en un entorno silvestre. Un espíritu vital que proviene de maestros como Jean Renoir o Eric Rohmer, en cuanto al ritmo y el ambiente.
La cámara muestra la acción en planos medios, generales y primeros planos frontales, situando el objetivo a la altura de los personajes y motivos. La escenificación es similar a la de una obra de teatro en cuanto a la síntesis de pocos elementos, por razones de efectividad narrativa y presupuesto ajustado, quizás. Aunque el resultado visual no se resiente por esta concreción, ya que eso le ayuda a enfocar todavía más la atención en el humor y el romanticismo presentes en el argumento. Las transiciones de una estación del año a la siguiente se encadenan con fluidez mediante el uso de imágenes documentales del ejército, testimonios de militares y alguna elipsis apreciable. Incluso realiza algo tan difícil como es introducir, en la última parte del largometraje, al marido de una de las mujeres que regresa, presumiblemente, de un conflicto bélico. Un personaje que no había aparecido en escena todavía y cuyo trauma provocado por la guerra se sugiere, apenas, con unos fragmentos sonoros, sumados al uso de la imagen de visión nocturna, de dominante verde, propia de crónicas y reportajes.
Fort Buchanan es una producción inteligente que se eleva por encima de la intelectualidad de su planteamiento, salvando la frialdad del proceso y renueva el concepto de comedia romántica cuestionando los códigos propios de ese subgénero. A pesar de usar métodos de parcheado más propios de un híbrido temático, logra una película con una historia coherente, recorrida por momentos festivos, cómicos, sensuales y también melodramáticos. Confiando en sus recursos expresivos, en la fotogenia e implicación de un elenco que aún no lleva muchas interpretaciones a sus espaldas. Y en la valentía de conseguir un film certero y breve, reciclando materiales conocidos por el público.
