El final de una historia.
Surgido de la prolífica ESCAC, el catalán Eduard Solà debuta en el largometraje con Lunático, documental cuya premisa no puede ser más honesta: se trata de hacer un trabajo con y para sus abuelos, que refleje ese amor inquebrantable a través de los años que ahora se apaga por el paso del tiempo. Hace escasas semanas se estrenó en cines otra cinta española, No todo es vigilia, en la que su director Hermes Paralluelo partió de unos propósitos muy similares y obtuvo notables resultados artísticos. Sus inmensas diferencias creativas dan como fruto uno de esos potenciales programas dobles involuntarios y enriquecedores, en el que dos cineastas de la misma generación desarrollan una idea similar con herramientas marcadamente dispares.
Pero centrémonos en la obra que nos ocupa. Lunático plantea una cuenta atrás desde la primera escena que crea cierta tensión, pues intuimos pero no sabemos a ciencia cierta qué suceso extraordinario o de qué índole aguardará tras la misma. Eduardo y Rosario, los dos protagonistas, tienen 84 años y llevan más de seis décadas viviendo juntos en un pueblo campestre catalán, al que emigraron de jóvenes desde Andalucía. Su historia tiene la particularidad de representar lo que por cotidiano nos suele pasar inadvertido, el incondicional apoyo mutuo que se profesan. Entrañable y auténtico, Eduardo siempre ha tenido predilección por la fabricación de artilugios para sobreponerse a pequeños imprevistos cotidianos; y ahora, en la recta final de su vida y con su mujer cada vez más enferma, dedica sus últimos alientos a la construcción del definitivo.
En una narración que comienza y termina en el mismo plano, Solà opta por otorgar varias capas a la sencillez de su relato. A la filmación de sus abuelos, con testimonios directos y una cercana observación de esa complicidad imposible de traducir en palabras, se suma la de él mismo y su equipo intentando abordar ese universo a través del cariño, optando por no magnificar una historia que no necesita más que el asumido desenlace de una existencia mutua para resultar de por sí épica. La extraña conducta del director y su abuelo es seguida de cerca por la madre / hija, que lo acusa de egoísmo al realizar su película con una persona en condiciones físicas y mentales cada vez más deterioradas. Se muestran varias discusiones internas filmadas en lo que casi parece una cámara oculta, dentro de un tratamiento estético de formas irregulares: el fresco personal, de este modo, aumenta su lente hacia el ámbito familiar.
Es ya en el tramo final, cuando poco a poco despejamos incógnitas y aumenta nuestro interés hacia el posible escape, donde la sinceridad de Solà cede al temido subrayado emocional en los momentos más duros. Es imposible dudar por un segundo del amor que impregna cada decisión de este documental, palpable y siempre agradecido. Pero también da la impresión puntual de que se halla excesivamente encaminado a conmocionar con ese último golpe de efecto, tan emotivo sin necesidad de engolados como finalmente subrayado en demasía. Quizá el rótulo y los créditos que suponen el broche, con el director mostrando fotos de la vida anterior de sus abuelos, rebosen una ternura que pueda hacer olvidar lo demás. Asumiendo que su peculiaridad no es tal a todos los niveles, Lunático supone un entrañable debut que demuestra saber escarbar en lo meramente personal para elevarlo a cotas más universales, condiciones que hacen del catalán un valor a tener en cuenta para el futuro.