19 de marzo de 2024

Críticas: Lo que hacemos en las sombras

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Vampiros en Nueva Zelanda.

Allá por 2005, el cómico, guionista y director neozelandés Taika Waititi realizaba junto a su amigo Jermaine Clement un corto que seguía el día a día de unos vampiros que compartían piso. Interpretado por ellos mismos junto a Jonathan Brugh y Cori Gonzalez-Macuer, What we do in the shadows: Interviews with some vampires fue el germen del que surgió 8 años más tarde el proyecto para convertir esa historia en un falso documental que utiliza la premisa del corto para parodiar los tópicos del cine de terror más clásico. Siguiendo también el mismo concepto que en 2010 proponía la belga Vampires de Vincent Lanoo, en la que seguía a una familia de vampiros que tenían que exiliarse en Canadá, Lo que hacemos en las sombras plantea el mismo juego de hacer pasar por docu-realidad los mitos del fantástico, pero esta vez haciendo uso de un humor más fácil; más inocente si se quiere expresar de esa manera, y basado casi exclusivamente en la gestualidad.

La esencia de Lo que hacemos en las sombras radica en llevar al extremo esa parodia, al presentar a esos vampiros con una mentalidad que no ha avanzado con los tiempos. Por mucho que intenten adaptarse al mundo moderno y más con la ayuda de Stu, un humano que prácticamente no habla pero al que todos adoran, son personajes anclados en un comportamiento y unas maneras obsoletas. Así, el humor no proviene tanto de caricaturizar los tópicos vampíricos como la ausencia de reflejo en el espejo o la propia deformación de las distintas apariencias que ha tomado en el cine y en la literatura el mito del señor de las sombras. Lo hilarante del guión de Waititi y Clement consiste en plasmar el contraste entre esos mitos sanguinarios y su estilo arcaico y exquisitamente cortés impropio del siglo XXI. La representación de unos vampiros que temen manchar el sofá al beber la sangre de sus víctimas, o de unos hombres lobo que piden perdón ante su inexcusable falta de decoro al soltar una palabrota, “somos licántropos, no vulgántropos”, es la principal baza con la que juega la película para no decaer en ningún momento.

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Es interesante resaltar que el guión de Lo que hacemos en las sombras es sólo un esbozo de lo que aparece finalmente en pantalla. Toda la película es una improvisación a partir del mismo, lo cual permite que la sensación de “realidad” que se pretende conseguir con el formato del falso documental, quede plasmada de una manera natural y por tanto absolutamente efectiva. Si bien su estructura parece seguir a pies juntillas los parámetros de un documental de seguimiento más estricto, Lo que hacemos en las sombras deviene en una combinación de mockumentary y sitcom televisiva con personajes que desde su magnífica y precisa presentación en el prólogo evidencian su carácter entrañable. Un grupo de perdedores que en su propia inconsciencia de serlo crean a su alrededor situaciones absurdas dentro de un escenario anacrónico y plagado de referencias cinematográficas y mitológicas.

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El pasado televisivo de los directores, responsables de la serie cómica Flight of The Conchords en la que también hacen del absurdo su bandera con dos personajes incapaces de asumir sus propias limitaciones, se nota y mucho a la hora de realizar una película con el dinamismo y el esquema argumental que podría estar sacado de un episodio de cualquier comedia de situación, sin que esto se entienda de manera peyorativa. Al contrario, es precisamente ese dinamismo y su sentido del humor disparatado sin caer en la zafiedad, lo que consigue que la película funcione de primeras provocando más de una carcajada y una completa familiarización con los personajes. Sin embargo, desanima comprobar de primera mano cómo el contexto en el que se ve una película de las características de Lo que hacemos en las sombras, puede influir en la percepción de la misma. El éxito de sala y risas que obtuvo en Sitges o en la muestra SyFy, ante un público contagiado de la entrega colectiva a la causa, no fue tal en un pase de prensa en el que apenas se escuchó alguna risa suelta, por lo que cabe preguntarse entonces si logrará tener el mismo efecto en las salas de cine. Esperemos que sí.

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