26 de abril de 2024

Críticas: Ricki

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Meryl ruge.

Mientras la pantalla está en negro, escuchamos la voz, la afinación y los preparativos de unos músicos antes de tocar American girl de Tom Petty and the heartbreakers. El tema comienza con un riff de guitarra y en pantalla aparece el grupo. En los dos minutos que dura la canción se presenta a Ricki y los músicos que la acompañan en el escenario, el conjunto The Flash. Durante tan poco tiempo ya descubrimos la relación entre la cantante y el guitarrista, Greg, enamorado de ella y opuesto a la falta de compromiso de Ricki, a pesar de llevar un tiempo saliendo juntos. El director demuestra buen pulso en esta secuencia de arranque con un ritmo marcado por las panorámicas, barridos, los planos detalle, las reacciones de los clientes y el camarero del bar. Una escena que consigue enganchar con oficio, antes de comenzar el verdadero retrato de la protagonista.

Porque después de ver a Ricki como la reina del baile ante un público fiel y entregado, comienza un relato más cotidiano en el que descubrimos que Linda -su verdadero nombre- se gana la vida como cajera en un supermercado en el que actúa casi como un personaje proveniente de un film de Ken Loach, eficiente pero reivindicativa, hasta que su jefe, un veinteañero afroamericano, le solicita buen rollo con los consumidores, de manera hipócrita e impositiva. Ya desde el planteamiento se percibe que la vida de Ricki está más cerca de la de los soñadores que se han quedado aparcados en la cuneta de la realidad, aunque continúe ilusionada y tocando versiones de  la música que le gusta junto a su grupo de rock.

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La realidad vuelve a visitar de nuevo a Ricki, en esta ocasión por la necesidad de su hija de un apoyo maternal tras su reciente separación matrimonial. La protagonista recibe la llamada telefónica de su ex-marido, Pete, interpretado por Kevin Kline. El reencuentro con su familia roza el melodrama pero recupera el equilibro por la tendencia a la comedia costumbrista sumada a  varios disparos de fogueo contra la diferencia de clases, la responsabilidad de la maternidad y la madurez. En todo el desarrollo asistimos a la confirmación de que los jóvenes de clase alta son más conservadores, pragmáticos y falsos que sus espontáneos padres sesenteros y sexagenarios. Este contraste se aboceta sin mayor relevancia de la misma forma que otras subtramas de la historia, trazadas pero no desarrolladas en toda su capacidad dramática o cómica.

El guión de Ricki está escrito por Diablo Cody, autora a la que conocemos por Juno y Young adult principalmente. Las constantes temáticas de aquellas películas se repiten en el film actual, con esas mujeres que luchan contra sus propios fantasmas, derrotándolos y superándose al reconocerse tal como son. Buenas personas que andan confundidas y ayudan a sus prójimos de forma heterodoxa pero válida. Sin embargo el interés de Ricki está más enfocado al director y su elenco de actores.

Ricky (Meryl Streep) performs at the Salt Well in TriStar Pictures' RICKI AND THE FLASH.

Jonathan Demme regresa al cine de ficción después de varios documentales y siete años transcurridos desde La boda de Rachel, un film más logrado y con el que manifiesta algunas coincidencias argumentales. Sigue manejando bien el juego de miradas con la cámara al servicio de la narrativa y sus personajes, nunca para su lucimiento como realizador. Aunque en esta ocasión se echan de menos esos primeros planos y contraplanos frontales tan característicos y reconocibles de su filmografía. Planos como los de Hannibal Lecter mirando a Clarice Sterling directamente a cámara.  O aquellos de Tom Hanks hablando con Denzel Washington en Philadelphia. Unos planos en los que sus protagonistas aguantaban estupendamente la intensidad que los desnudaba emocionalmente. Y que, por cierto, les dieron premios y nominaciones a casi todos ellos.

El film crece con las reacciones y enfrentamientos entre los personajes. También solventa problemas de casting como el de Rick Springfield, un cantante famoso en la década de los ochenta, al que quizás se ha confiado la facilidad que tiene con la guitarra pero no la habilidad dramática que pueda manifestar ante pesos pesados como la Streep o Kevin Kline. De todas maneras Springfield sale airoso en su secuencia más comprometedora e incluso resulta tierno y vulnerable.

Con la confirmación de Mammie Gummer, que es la hija en la vida real de Meryl Streep -y en la pantalla de Ricki- una actriz de carácter a la que se le intuye un buen futuro artístico. O de otras secundarias como Audra McDonald (la segunda esposa de Pete) Solo falta por destacar el cometido principal de un film como Ricki, ya que, admitámoslo, es un instrumento perfecto para que asistamos a un recital interpretativo de Meryl Streep. Ella es el largometraje desde la misma traducción, reducida aquí en España a su nombre propio, sin el acompañamiento de The Flash proveniente del título original. Meryl sostiene todo con sus miradas, su sonrisa, sus carcajadas, su forma de caminar, su ropa, su peinado, sus llantos, sus diálogos, su voz, sus titubeos, su edad, sus arrugas y su dignidad. Nada ni nadie hace sombra a la Streep desde que aparece en pantalla durante todos y cada uno de los fotogramas.

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Ricki es la confirmación de que los viejos rockeros están cansados. Jonathan Demme quizás también lo esté y se echa de menos cierta narración improvisada que asemejaba sus films más reconocibles a piezas musicales. Esos giros de guión y montaje que nos engañaban en la famosísima El silencio de los corderos. Ricki tampoco tiene el nervio y los cambios de melodía y tono que conseguía Demme en otras obras suyas más redondas como Algo salvaje y Casada con todos, aunque sí demuestra su capacidad para superar con la dirección junto al reparto cómplice, un guión que resulta predecible en varios momentos.

En un final que casi cierra el círculo, Ricki concluye con otra versión, en este caso de My love will not let you, una composición de Bruce Springsteen. Un momento tan emocionante como el del inicio de la película. Una demostración de que por muchos sentimientos que nos hayan planteado, la emoción está en la naturalidad y cercanía de unas notas musicales lanzadas por el corazón y las cuerdas vocales.

No sabemos si la Streep conseguirá su decimonovena nominación por parte de la Academia de Hollywood. Tampoco si este film relanzará un poco la carrera comercial de su director o la del mismo Rick Springfield. Pero qué importa eso, siempre que podamos recuperar algún “temazo” del cantautor australiano como su Don’t talk with strangers.

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