Sokurov y más cosas.
Que la elección de un hecho tan inane como la apostasía sea el elegido por Federico Veiroj como McGuffin de su nueva película, no parece en ningún caso una casualidad. Podríamos opinar sobre la practicidad del hecho de renunciar de lege a la permanencia en la Iglesia católica romana, siendo como es la fe un problema más fáctico, de convicciones, que de adscripciones administrativas, pero cuando asociamos el hecho y al personaje protagonista del mismo, las dudas (en caso de que existieran) terminan por desaparecer. Veiroj retrata la apatía, el vértigo por la iniciativa, el retiro al mundo de las ideas puras (?) como táctica para el no-enfrentamiento con el mundo real. Algo con lo que, supongo, todos nos hemos sentido tentados en algún momento. Esta capacidad para la generación de empatía supone la mayor de las virtudes de El apóstata, un buen intento de Veiroj que no resulta tan lúcido a la hora de plasmar las fantasías oníricas de nuestro fracasado héroe. En definitiva, su película es mejor en tanto su órbita es más próxima a lo que podríamos identificar como realidad y como ésta es la constante más habitual, termina por situar su film como uno de los más destacados de la Sección Oficial de este Zinemaldia 2015, hasta el momento un poco ausente de obras notables, Ben Wheatley aparte.
«Los alemanes vestían de gris y tú vestías de azul». Aunque la ocupación de París por las tropas de la Wermacht en junio de 1940 pueda parecer un hecho un tanto lejano y desconocido al espectador no experto en temas históricos, quizá recuerde la frase de Humphrey Bogart en Casablanca. Ese momento, tras la declaración de la capital francesa como ciudad abierta, representa el punto de arranque de Francofonia, el documental/ensayo de Aleksandr Sokurov en el que repasa la historia cercana de la pinacoteca, su importancia en el contexto artístico europeo y mundial, la relevancia de los grandes museos nacionales como éste o el Hermitage de San Petersburgo (al que Sokurov ya dedicó El arca rusa) o el expolio de las obras de arte en la actualidad. El director ruso alterna imágenes de archivo con dramatizaciones históricas recreadas (las conversaciones de Jacques Jaujard y el conde Franz Wolff-Metternich para la protección de las obras de arte del Louvre) y fantasías muy al uso del gusto del autor (nuestros guías del museo son unos anacrónicos Marianne y Napoleón Bonaparte como representantes de las tendencias libertarias y autoritarias del país vecino). Francofonia es quizás la obra más accesible del ruso, una buena oportunidad de familiarizarse con su cine y de descubrir (o al menos discutir) si el arte es más grande que la vida.
Tocaba cerrar jornada, volviendo a la Sección Oficial de este Zinemaldia, con Agustí Villaronga y El rey de La Habana. En su película el director catalán viaja a la capital cubana para repasar, en tono de melodrama exaltado, la vida diaria de sus barrios más deprimidos… o al menos la vida que se podría desprender de una poco probable colección de tópicos sobre el país caribeño: falocracia, santería, prostitución… elementos que sin duda forman parte de la sociedad cubana pero que Villaronga retrata de manera absolutamente desquiciada. Dejemos esto claro, no importa la mayor o menor cercanía de un hecho a una presunta realidad, importa que éste lo parezca a los ojos de un hipotético espectador imparcial, especialmente cuando una obra como la que nos ocupa tiene tintes de denuncia social. Repitamos por si alguien se siente tentado a buscar una justificación política en este texto: no son los elementos, son como se agrupan, no es la denuncia, es la pobreza de sus metáforas visuales (¿en serio en 2015 buitres para subrayar la cercanía de la muerte?), no es el ritmo de la vida en el país, es la histérica forma de transmitirlo. Un barco a la deriva, como una balsa en el estrecho de Florida durante un huracán.