24 de abril de 2024

Críticas: Amama

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Foto de familia.

Hace unos días, una de las más famosas revistas de moda femeninas que existen en la actualidad realizó un experimento con photoshop para demostrar el machismo existente en las altas esferas del poder. De una foto de familia de Jefes de Estado se eliminó a los hombres, quedando únicamente 3 mujeres que ostentan el poder frente a los 28 hombres que aparecían en la misma antes del retoque. Es ciertamente un modo de denunciar la poca presencia de la mujer en un mundo tradicionalmente gobernado por hombres, pero sin embargo se trata solo de una medición cuantitativa. En la fotografía de Amama que encabeza esta reseña, podemos establecer un paralelismo con el experimento mencionado sin recurrir a la desaparición de uno de los sexos. No es tanta la diferencia numérica entre los miembros masculinos y femeninos, como su posición en el encuadre de la fotografía y sus posturas al posar en una foto de familia que explica más que cualquier discurso sobre los roles de cada miembro.

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A la izquierda, juntos, de pie y prácticamente con la misma postura férrea, los tres hombres a quienes se considera dignos de heredar el caserío. Sus destinos están claros, han nacido para mantener el legado que desde tiempos inmemoriales sus antepasados han conseguido crear. Sin apenas dejar margen con aquellos, las mujeres ocupan el lugar central. Desde la más anciana hasta la que acaba de nacer. Incluso se encuentra entre ellas una mujer que no es familiar de sangre. Las manos en la cintura, los brazos cruzados, las sonrisas…ellas son quienes realmente tienen el poder para cambiar las cosas, las que con su fuerza logran rebelarse contra las gruesas cuerdas que atan a la familia al caserío. Una mujer guía los destinos del mismo; otra calla hasta que su silencio se vuelve más elocuente que cualquier palabra; y la más joven sentencia con sus parcas palabras el hecho de que la vida transmitida por las 80 amamas que forman parte de su trabajo artístico, y tal y como le llegó a su padre, ya no tiene sentido.

A la derecha de la fotografía, mucho más lejos que el resto de la familia, se encuentran un hombre y una de sus hijas. Ellos son los que han nacido para ser felices, los que han aceptado con relativa facilidad el destino que se les ha asignado. Aquellos de quien el resto no debe ni quiere preocuparse. El destino escrito desde el nacimiento, los colores asignados por pura decisión unilateral de la Amama Juliana, condiciona las vidas de todos los componentes de su familia. ¿Cómo dirigir tus pasos hacia otra vida cuando desde la raíz de tu existencia se te marca el rumbo que tienes que seguir? Pero, ¿cómo ser capaz de evolucionar y elegir tu propio rumbo sin traicionar tus raíces?

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Con una mezcla de drama familiar, realismo mágico y poesía audiovisual, Asier Altuna ejecuta una pieza de arte en la que los silencios, las miradas y el simbolismo narran todo aquello que los personajes callan. Una historia en la que no hay culpables, en la que no existe lo bueno y lo malo sino simplemente distintas formas de ver la vida. Un conflicto generacional de los de toda la vida, enlazado con el empecinamiento a aferrarse a algo que, por pura lógica, tiende a desaparecer cada vez más rápido. Temas universales, sí, pero tratados por Altuna con una delicadeza en su puesta en escena, y una narrativa poética y cargada de simbolismo, con las que imprime una mirada diferente hacia esas historias mínimas que pasan desapercibidas más allá del pequeño mundo en el que habitan.

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