26 de abril de 2024

Cara o cruz: Transeúntes

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Posturas encontradas con la película de Luis Aller.

Cara por Mª Carmen Fúnez:

La importancia del montaje.

Frente a quienes teorizan sobre la importancia del cine a la hora de mostrar una continuidad, una realidad objetiva por medio de largos planos fijos, planos secuencia o la profundidad de campo, existe otra corriente que prioriza los efectos del montaje a la hora de crear un mensaje, manipulando para ello las imágenes rodadas en pos de un significado conjunto de las mismas al margen del que aportan por separado, y cuyo máximo exponente fue el director ruso Sergei Eisesntein. La teoría del montaje de atracciones de Eisenstein y su reflexión sobre la importancia del montaje cinematográfico como base para crear un mensaje, supuso una innovación además de una grandísima contribución a la narrativa cinematográfica. 1.290 planos componen el montaje definitivo de El acorazado Potemkin. 7.000 son los que ha utilizado Luis Aller para Transeúntes y 21 años de su vida componiendo con ellos un fresco de la vida en una gran ciudad.

La fragmentación de las múltiples vidas que circulan por una ciudad como Barcelona es el punto de partida en el que se sustenta este trabajo al que podríamos catalogar de alguna manera como experimental. Porque Transeúntes no deja de ser un experimento de su creador tanto a nivel formal como argumental, pues crea con varias historias ficcionadas e interpretadas por actores profesionales un guión de vidas cruzadas cuyos caminos se ven constantemente atravesados por muchas otras vidas que en apariencia carecen de cualquier importancia para las de los protagonistas. Ese caos que inunda un día cualquiera en la vida de una persona cualquiera sin que apenas sea consciente de ello, Aller lo lleva al extremo con ese montaje en el que cada plano no dura por lo general más de 5 segundos, con los cortes abruptos en sus escenas, con los cambios de formato, de color, de música y la superposición de diálogos que por momentos crean situaciones en la pantalla verdaderamente incomprensibles.

Transeúntes es caótica, es una película difícil para un público acostumbrado a una narración más lineal, pero al mismo tiempo es el reflejo veraz de ese caos y esa incomprensión que supone la vida de cualquier persona en sí misma. Una amalgama de personas, conversaciones y situaciones que a cada segundo del día se entrecruzan sin que seamos plenamente conscientes de ello, y con las que Aller trata de componer un sentido de la vida más realista que el que cualquier otra película con un guión convencional pueda reflejar. Un experimento valiente donde los haya.

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Cruz por Yago Paris:

Jugando al cine-ojo.

En la sección oficial del V Festival Márgenes Online, celebrado en diciembre de 2015, coincidieron dos obras españolas que se proponían convertir a una ciudad, la misma ciudad, en un personaje más, el principal, casi el único. La extranjera (Miguel Ángel Blanca, 2015) y Transeúntes (Luis Aller, 2015) componen un retrato de Barcelona desde diferentes puntos de vista pero ninguno brinda un escenario apacible que habitar. La primera, centrada en el retrato más actual, con un turismo que colapsa las arterias de este corazón vacacional; la segunda, trazando un barrido de 20 años, que son los que le ha llevado a este director confeccionar su mastodóntica obra, gracias a los que recoge la evolución de uno de los centros urbanos más importantes de Europa y al que plasma como un paraje inhóspito, decadente y comandado por la desigualdad social.

Sin distribución a la vista para la cinta de Miguel Ángel Blanca, sin embargo Transeúntes se cuela en las pantallas españolas más allá de los circuitos de festivales, con un estreno comercial que la salva de ahogarse en los márgenes de la producción audiovisual, esos que tras los certámenes más minoritarios sólo conocen las salas de los museos y el ostracismo cibernético. Luis Aller encuentra su hueco y abre su discurso a nuevas miradas con el retrato caleidoscópico de la urbe mediterránea. Una ciudad que se sitúa en el centro de atención y es filmada desde todos los puntos de vista que permite un rodaje distribuido en el espacio y en el tiempo.

La capital catalana es la protagonista, de ahí que las personas que aparecen poco tengan de personaje. Reducida su presencia al mínimo, sus acciones se limitan al esbozo de ideas que sólo tienen sentido en conjunto. A esta decisión de fondo se suma una clave formal que se convierte en el rasgo identificativo de este film, el montaje. En su búsqueda de una visión global que se adapte a las velocidades urbanitas, la duración del plano se acorta hasta límites de difícil digestión. Compuesta por una mayoría de planos de duración inferior a los cinco segundos, su salvaje propuesta formal posee las cualidades de un discurso compacto en su radicalidad, pero el resultado es más cercano a la superficialidad de las tramas anteriormente mencionadas. Y es que, en su afán por recorrer Barcelona en todos sus aspectos, la propuesta de Transeúntes se traiciona a sí misma y se desdibuja en un collage aparatoso que podría ser la oscura representación de cualquier gran metrópoli, sin que ningún elemento que la compone haga entender que este sea el objetivo final.

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