19 de marzo de 2024

Críticas: Joy

Joy (1)

La gran estafa americana.

Con El lado bueno de las cosas (2012) y La gran estafa americana (2013), David O. Russell, por muchos considerado uno de los niños mimados de la Academia estadounidense por su continua presencia en los certámenes de premios, sabiendo dirigir bien a la pareja formada por Bradley Cooper y Jennifer Lawrence, nos entregó unos filmes estilizados, ensimismados en su propia esencia cinematográfica y sin ninguna intención de trascender más allá del mero entretenimiento. El director norteamericano se vale del poderío actoral, de la scorcesisación de los estereotipos y el uso algo tarantiniano de la música para otorgar una ilusión de dinamismo y molonidad en sus proyectos. Su estilo, quizás poco personal, puede ser discutido, amado por pocos u odiado por muchos. Lamentablemente, en un ejercicio como la reciente Joy, que ya cuenta con dos nominaciones para los Globos de Oro, incluyendo mejor película, no podemos incidir tan solo en el envoltorio, el cual tampoco acaba de estar a la altura de tan decepcionante contenido.

Joy (2)

Joy supone la enésima importación española del american way dream. Esta vez no es un negro de baja posición social como el necesitado Will Smith en la sensiblera y manipuladora imposición de un caso aislado como normalidad generalizada en el ideario yanqui por excelencia que fue En busca de la felicidad (2006) de Gabriele Muccino. En esta ocasión, inspirado en hechos reales, quien protagoniza esta historia de superación es una joven mujer con un futuro truncado por la mala cabeza de sus padres y por su prematuro y fallido matrimonio. El desastre familiar es presentado como un agobio continuo donde la dirección sabe adaptarse a las continuas y falsarias exageraciones de un hogar poco corriente cargado de un humor que no siempre funciona. El divertimento enredado de extravagancias podría resultar incluso simpático si no fuera porque enseguida se le salen los colores a una obra propagandística, que parece jugar más con la complicidad de un público deseoso de historias prefabricadas y previsibles que por el mero patrioterismo que fluye desde su mera e indiscutible existencia en la esencia del relato que narra el filme. Una narración que nace de una abuela cuya aparición es casi nula durante el metraje, observando el devenir de los acontecimientos desde la lucidez de quien está por encima de tanta anormalidad y que tiene su protagonismo en una secuencia tan cursi como innecesaria, rompiendo el esquema de la película para regresar de nuevo al mismo lugar, antojándose totalmente anodina, gratuita y lo que es peor, fallida, pues no consigue conmover al espectador dado que no entendemos siquiera su relación con la familia.

Joy (3)

Entre temas musicales que tratan de incidir en demasía en situar temporalmente al espectador en la década de los setenta, algo mejor logrado en su diseñador de vestuario y dirección artística, Joy es todo un compendio que trata de acercarse de manera armoniosa al salvaje mundo del triunfo capitalista. No cesan las simpáticas intentonas de hacer funcionar la maquinaria de valores moralmente discutibles como la picaresca a la hora de engañar a los clientes, la recompensa del hecho de tomarse la ley por su mano en lugar de dejar que la Justicia acometa sus sentencias y la competitividad que antepone la propiedad privada y el dinero por encima de la vida humana con apología a la pertenencia de las armas incluida.

La felicidad previsible, el dinamismo que surge de unos personajes tarados pero que pretenden ser entrañables y el buenismo que irradia su epílogo, convierten este producto engalanado de cursilerías y secuencias horteras en una nueva demostración estadounidense de hacernos creer el cuento de que cualquiera, por muy pobre, negro, mujer, extranjero, etc. que sea, es capaz de garantizar su éxito a base de esfuerzo (idea potenciada, masticada y propagada por el personaje al que da vida Bradley Cooper en más de una ocasión). ¡Cuántas películas americanas nos muestran a estos héroes y qué pocas a los que se arruinaron (o les arruinaron en el intento)!

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