19 de abril de 2024

Críticas: Legend

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Doble o nada.

Londres debía ser una fiesta en la década de los sesenta. Allí estaban The Beatles, Rolling Stones, The Kinks, incluso The Who tocando en bares y estadios. Una urbe llena de alegría total en las calles y revuelo en las alcobas. Recorrida por coches nuevos, chicas con minifaldas y gente con ropa colorida. Incluso Alfie y James Bond se codeaban con Austin Powers: Misterioso agente internacional, antes de que lo hibernaran. Sí, esa es la imagen que quizás esperamos del swinging London pero no la que aparece proyectada en el quinto largometraje del norteamericano Brian Helgeland.

En el film actual adapta el ensayo de John Pierson titulado The Profession of Violence: The Rise and Fall of the Kray Twins. Legend se aproxima por medio de la ficción para relatar el auge y caída de los gemelos Kray, dos hermanos y jefes de una banda criminal en la década prodigiosa británica. El film se centra en el período abarcado durante el noviazgo y matrimonio de Ronnie Kray y Frances Shea, unos pocos años que coinciden con la época más convulsa entre la banda de los Kray y otras rivales, junto a la creciente enemistad entre los propios hermanos, sus entradas y salidas de la cárcel y la persecución por parte de los policías que les vigilaban en el East End londinense.

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Legend empieza con una introducción narrada por la voz de off de Frances, la esposa de Ronnie, una narradora sarcástica que no aporta información ni matices nuevos a las imágenes sobre las que recita su discurso, redundante y prescindible. Este es el primer error pero no el último, porque tras una presentación eficaz de Reggie, sus ayudantes, los agentes que lo vigilan y la chica de la que se enamora en apenas cinco minutos, Brian Helgeland rompe con la sutileza y brevedad, para dar paso a Ronnie, el gemelo algo tarado y homosexual, tal como nos aclara por un diálogo poco ocurrente el propio implicado.

Tiene diferencias y coincidencias con Los Krays, dirigida por el húngaro Peter Medak en 1990. Las dos películas son similares en resultados, porque ambas se quedan cortas en sus logros, pero no en sus planteamientos. Hace veinticinco años el realizador centroeuropeo escogió a los hermanos Gary y Martin Kemp, integrantes entonces del grupo pop Spandau Ballet, para dar vida a los gemelos Krays, desde su nacimiento hasta su declive criminal. En la actualidad es solo Tom Hardy el que interpreta los dos roles, más cómodo y convincente en el de Reggie y menos orgánico y creíble en el de Ronnie.

Helgeland trata de emular formalmente el espíritu de Uno de los nuestros (Goodfellas) de la que calca sin disimulo el envoltorio de algunas secuencias, y consigue que aquello se parezca más a los peores momentos de Gangs of New York, echando mano de otra película mafiosa del neoyorquino Scorsese. No se trata de tirar por tierra todo el trabajo de equipo que existe en Legend, que tiene su mejor baza en los equipos encargados de la ambientación y vestuario, sumados al veterano Dick Pope en la fotografía. Y este buen cometido del equipo contrasta con los mayores fallos del título: la dirección y el guión, en manos de su mayor responsable.

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Es extraño pensar que un guionista profesional como Brian Helgeland, especializado en adaptar novelas negras, le imprima una fatalidad tan forzada a una historia real como la de estos gangsters, sin extraer la fuerza y antagonismo de ambos hermanos. Tampoco colabora una dirección tediosa que va acumulando secuencias en lugar de graduarlas progresivamente. Más de dos horas de duración se antoja un metraje demasiado largo para unos personajes que se buscan y no se encuentran con sus conversaciones o sus miradas, ni entre ellos ni con los espectadores. Salvando algunas secuencias en las que la madre de los dos mafiosos los defiende como sus criaturas, o dos escenas con verdadera tensión subterránea que hubieran funcionado mejor si fueran mayoría en el resto del film.

Legend -a la que, por cierto, no hay que confundir con Legend (1985) dirigida por Ridley Scott- hubiera ganado titulándose Legends, ya que se trata de dos hermanos que siguen a la espera de un buen largometraje que los refleje. Necesitaba también un ritmo más dinámico y la convicción de estar contando una buena historia, tal vez contratando a un director con más swing y humor, como puedan ser Guy Ritchie o Matthew Vaughn. Y sobre todo ganaría con esa sensación de no haber escuchado la cara B del disco -que en muchas ocasiones regalaba auténticas joyas- en lugar de los grandes éxitos.

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