5 de diciembre de 2024

Críticas: El abrazo de la serpiente

1 (Andres Barrientos)

Dedicamos dos textos a El abrazo de la serpiente.

De las crónicas de Indias a la ciencia, la vida y la muerte por Luis Suñer:

En el siglo XVI los conquistadores españoles escribieron, en las llamadas crónicas de Indias, unas narraciones altamente exageradas sobre todo aquello que descubrieron en sus exploraciones y que no se podía encontrar en el viejo mundo. Recién iniciado el siglo XX, que es donde se ubica una de las historias paralelas de El abrazo de la serpiente, con el nexo en común de la presencia del indígena Karamakate, los hombres de ciencia intentan hacerse un hueco en la inmensidad amazónica con tal de comprender, cual filósofo amparado en el empirismo, la totalidad de lo desconocido con la intención de aprender de unos pueblos recónditos para tratar de mostrárselo al suyo. Ardua tarea al verse desbocados por las inclemencias de un espacio salvaje hostil para al extranjero. Así pues, no es de extrañar que una de las primeras secuencias del filme, exquisitamente presentado en un blanco y negro visualmente asombroso, sea el encuentro entre el enfermo y casi moribundo alemán Theo (Jan Bijvoet, por muchos conocido por su papel protagonista en la holandesa Borgman) acompañado por el joven indígena Manduca, y el solitario Karamakate. En escasos minutos de metraje la inteligencia de su guion ya nos deja entrever figuras opuestas obligadas a entenderse.  El autóctono rebelde recriminará la actitud complaciente y servicial de quien ayuda al hombre blanco. A su vez, éstos le señalarán cuáles son sus intenciones, su distanciamiento con aquellos quienes esclavizan, evangelizan y tratan mediante la violencia de acumular el mayor número de materias primas arrebatándosela a sus legítimos dueños.

13 (Andres C¢rdoba)

El abrazo de la serpiente se erige como una historia que señala el minúsculo papel del hombre perdido en un entorno cuya naturaleza salvaje puede ser conocida por unos y mortífera para otros. A su vez, el periplo que muestra diferentes caras del ser humano nos retrotraerá a la recién estrenada El renacido de Iñárritu, pero en esta ocasión haciendo énfasis en la exploración del alma humana, llevando más allá el ansia de conocimiento de las partes afectadas y sintiendo con pasión el peso de la consciencia como pueblo, como extranjero y al mismo tiempo como ser humano que se ve en la necesidad de cooperar con los demás y actuar mediante su rectitud moral. Los valores de los exploradores que tratan de observar, aprender y sobre todo no interferir en el funcionamiento de las sociedades ajenas, contrastarán con la de aquellos elementos religiosos o sectarios ya tratados en novelas de Vargas Llosa como La guerra del fin del mundo (1981) o las extravagancias del Padre Fulgencio del filme Century of Birthing (2011) del filipino Lav Díaz. Mientras tanto, la relación indígena con los extranjeros, sus enseñanzas y su opinión sobre ellos variará a medida que avance el relato, dejando clara su consciencia como ente pensante, como ser humano que pese a sus dogmas preestablecidos se cuestiona, se plantea preguntas, sufre, ríe y vive.

La belleza plástica del largometraje colombiano, candidato al Oscar a mejor película de habla no inglesa, nos sumerge mediante su dirección en el continuo asombro de sus protagonistas, lo cual ayuda a que fluyan sus sentimientos y comprendamos la trascendencia de su evolución personal.

2 AndrÇs C¢rdoba

Reconstruir el sueño por Daniel Jiménez:

¿En qué parte del camino se le adscribió a lo documental cierto monopolio de lo real? Entiéndase esa realidad, obviamente, como la antítesis de la representación y no tanto atendiendo a los postulados del realismo cinematográfico que podía defender André Bazin en base a la profundidad de campo y el plano secuencia. Lo cierto, sin embargo, es que el género documental nace, en la Historia del Cine, desde la ficción. Es decir: de la representación de una realidad construida y adaptada a los limitados márgenes de una pantalla de cine. En Nanook el Esquimal (Nanook of the North, Robert J. Flaherty, 1922), la que podría considerarse como la película inaugural del cine documental, la idea de realidad (uso del plano largo, el plano secuencia y la profundidad de campo apuntadas por Bazin) y ficción ya se ponía en tensión cuando, por ejemplo, sus objetos de estudio debían representar ante la cámara costumbres y tradiciones que ya se habían perdido.

Casualidad o no, la primera imagen con la que abre una película como El Abrazo de la Serpiente, el nuevo trabajo del colombiano Ciro Guerra, vuelve a evocarnos a Flaherty y    las temblorosas aguas de los pantanos de Louisiana con las que abría su Louisiana Story (1948). Como en aquella, la película de Guerra, habla de la desintegración de una civilización y un modo de vida por la penetración del capitalismo salvaje, la explotación y  la ambición del hombre blanco occidental por imponer su forma de ver el mundo a sangre y plomo (los buscadores de petróleo en la película de Flaherty y los comerciantes de caucho/misioneros de la selva amazónica en la de Guerra). En ambas, la armonía de sus imágenes contrasta con la agresión a una naturaleza que, a duras penas, cuenta con mecanismos para defenderse ante el afán explotador de occidente. En la película de Guerra, las aguas que se estremecen silenciosamente ante el paso de una barca que transporta al hombre blanco moribundo, son las de un río Amazonas que se erige como testigo imperturbable de una tragedia en fuera de campo.

24 (Andres Barrientos)

El Abrazo de la Serpiente se construye sobre la idea del tránsito y un viaje en dos tiempos que son a la vez uno. El agua y el río, los armoniosos travellings sobre su superficie, marcan el fluir entre dos arcos temporales que conviven en una misma secuencia. Como el uso del blanco y negro, es la forma en la que Guerra habla sobre cómo los hechos del pasado reverberan y mutan, a veces, en monstruosas abominaciones del presente. El de las heridas de árboles que se desangran por la acción de unos caucheros que nunca llegamos a ver, o la desquiciada visión coppoliana de una misión convertida en un agujero negro de desintegración moral y física del ser humano; pero también el de la reconstrucción de los dolorosos recuerdos a través de los ojos de un indígena que ha visto la aniquilación cultural y material de su pueblo y que ha parecido olvidar su lugar en el mundo. El traspaso de conocimientos, la capacidad para transmitir una visión de un mundo en extinción se convierte, entonces, no solo en la meta olvidada, sino también en un viaje en busca de la redención: el de una relación que expiar marcada por la culpa.

Y como en Flaherty, sobre su base documental se manifiesta una lucha entre realidad y ficción que, en la película de Guerra, se materializa tanto por la representación ficcionada de los escritos de dos botánicos separados en el tiempo, como también en esa idea tan hermosa que, en medio de la locura y una mirada descorazonadora, atraviesa toda la película: la idea de que el sueño prometido (¿acaso soñar no es algo profundamente cinematográfico que percibimos real mientras lo experimentamos?), la búsqueda de una planta mítica con facultades poderosamente oníricas es también la excusa para emprender una búsqueda de la esencia del propio cine.

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