19 de abril de 2024

Documenta Madrid 2016: Crónica 3

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Tercera crónica de Documenta Madrid 2016.

Se pudo ver en el pasado festival Márgenes 2015 la producción mexicana Navajazo (2014). Dirigido por Ricardo Silva, este documental abordaba una serie de historias paralelas pero no cruzadas que se desarrollaban en una Tijuana de corte postapocalíptico. Realizada con un ínfimo presupuesto, esta obra transgredía toda una serie de normas morales sobre lo que filmar y no filmar, que en ningún caso la condenaban al morbo fácil, sino que la definían como una inmersión absoluta en las alcantarillas del extrarradio de la ciudad, donde habita la mugre y no hay otra realidad que la marginación social. Con honestidad aunque buscando en todo momento la captación de lo escabroso, Ricardo Silva provoca, seduce, excita y rompe moldes de la realización documental, características que situaron a su película como una de las mejores cintas del certamen online.

Algo similar ocurre en Plaza de la soledad (2016). De producción también mexicana, la directora Maya Goded saca la cámara a las calles de su México DF para filmar a las habitantes, a las supervivientes, de la plaza que da nombre a la película. Con la misma desnudez, más figurada que literal, la autora retrata a una serie de prostitutas que trabajan en estas calles, aunque el objetivo final de este film esté más cercano a la reivindicación de estas mujeres que a la plasmación del lado más escabroso de la sociedad mexicana, como así ocurría en Navajazo. La directora las sigue, las encuadra, las comprende, las dignifica. En un país de enfervorecido machismo, esta profesión es especialmente peligrosa, tanto en el aspecto físico como en el psicológico. Es por ello que esta pieza de 78 minutos de metraje se establece como un canto a la dignidad de estas luchadoras del día a día. Sin frivolizar ni explotar a sus personajes en favor del morbo, Goded ante todo respeta a sus protagonistas, quienes le abren la puerta de su intimidad y se muestran tal y como son, lo que brinda a esta película unas cotas de realidad apabullante, en la que el humor de sus extravagantes personalidades convive en armonía con la tristeza y la soledad de sus vidas.

Les Saisons
Les Saisons

Fuera de competición pero incrustada entre el resto de aspirantes de la Sección Oficial aparece Les Saisons (2015), producto que retrata el devenir de la naturaleza desde el Paleolítico hasta nuestros días. Lo que más llama la atención de esta obra es que, perteneciendo al paradigma de lo que se conoce como documental –el estudio de animales en sus hábitats naturales–, sin embargo probablemente sea una de las cintas del festival en la que menos captación espontánea de la realidad exista. Y es que, dadas las circunstancias del proyecto, resulta complicado filmar la naturaleza tal y como esta era hace 80.000 años, y más dadas las características de lo filmado.

Sus directores, Jacques Perrin y Jacques Cluzaud, no esconden su juego con las formas de la ficción, recursos que aplican a la filmación de las secuencias que componen su obra. Mediante el uso de animales-actores, se establece un juego de realidad/ficción, en la que lo que se muestra está preparado pero alcanza unas excelentes cotas de realismo, que a su vez permite la consecución del mayor hallazgo de esta obra: la composición de una serie de microrelatos, interpretados por estos animales anónimos y filmados según los estándares de cada género cinematográfico que visitan (thriller, comedia, buddy movie, etc.). Mediante un estudiado uso de la puesta en escena, los autores de este documental consiguen que de sus imágenes brote una radiante vitalidad, a la vez que sobredimensionan las emociones que los animales sienten a cada momento. Con un tono alegre, ligeramente cómico en muchos momentos, el relato avanza gracias al poder de sus imágenes, que son acompañadas por una escueta voz en off (sobre)explicativa de la evolución de las estaciones y los milenios. Sin embargo, a medida que la película se acerca a nuestra era, el metraje le pesa y acaba acusando cierto exceso de minutos, especialmente cuando lo que se observa es un conjunto de imágenes que no por exuberantes dejan de ser reiterativas. El resultado final es una obra estimable pero desajustada en su segunda mitad, que aboga por un mensaje ecologista y siega de raíz el tópico de sopor asociado a los documentales de animales.

The Babushkas of Chernobyl
The Babushkas of Chernobyl

Hace 30 años el mundo conoció el mayor desastre nuclear de la historia cuando el reactor nº 4 de la central de Chernobyl explotó debido a un aumento de la potencia que provocó el sobrecalentamiento del núcleo. A día de hoy las fugas de material radiactivo se siguen produciendo desde el reactor, y la zona que rodea a la ciudad de Prypiat, donde se establece la central, tiene un índice de radiación tan alto que las autoridades advierten del peligro para la salud que entraña la sola exposición al lugar. Las documentalistas Holly Morris y Anne Bogart indagan en The Babushkas of Chernobyl en ese microcosmos llamado “la zona de exclusión” que comprende 30 kilómetros a la redonda desde la central en pleno corazón de Ucrania. Una zona en la que la alta radiación impediría sobrevivir a cualquier ser humano que tratara de instalarse de nuevo allí y a la que, sin embargo, muchos de los que fueron obligados a desalojar la zona volvieron aún a pesar del riesgo que entrañaba para su salud. De todos ellos, el 90% fueron mujeres a las que el arraigo a la tierra y el hecho de haber vivido la era de Stalin, la segunda guerra mundial y la guerra fría, las hizo inmunes al miedo a la radiación y sobreviven allí como si su mundo no se hubiera detenido el 26 de abril de 1986.

Las babushkas son el punto de partida para que Morris y Bogart se adentren en la zona no solo para seguir a estas ancianas en su día a día, sino también para ofrecer más datos sobre el accidente y sus consecuencias y para descubrir que hay grupos que se dedican a recrear el videojuego S.T.A.L.K.E.R. recorriendo ilegalmente el epicentro de la zona del reactor. Casi como si de tres películas en una se tratara, las directoras ensartan sin fisuras la historia de las babushkas con las imágenes grabadas por los propios stalkers y con las informativas del accidente, de manera que durante los 72 minutos que dura el documental nada queda descompensado e incluso aumenta en el espectador las ganas de querer saber aún más sobre cada uno de los aspectos que toca. No diríamos que no a un “spin-off” de los stalkers.

Escrito por Yago Paris y Mª Carmen Fúnez.

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