27 de abril de 2024

Atlantida Film Fest: El último imperio y Democracy

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Comenzamos las crónicas del Atlantida Film Fest.

El último imperio por Yago Paris

Los movimientos ciudadanos tienen algo de mágico. Espontáneas, improvisadas, estas movilizaciones arrastran a la gente a las calles, y lo hacen en tromba, imparables. La emoción se palpa en las aceras, la unidad parece indestructible, el cambio parece inevitable. Por momentos, la máxima de “el pueblo unido jamás será vencido” se cumple. Pero, para hacerse efectiva, el pueblo debe mantenerse unido, pase lo que pase, y probablemente sea este el factor que más veces falla. La fuerza de la revolución se diluye con el paso del tiempo, y la calma, especialmente si va asociada a un aumento del bienestar social, vence a la reivindicación. El movimiento español 15-M es una excelente prueba de todo lo comentado. Una revuelta que se inició desde el no poder más, desde el no aguantar una tomadura más de pelo, dio pie a una manifestación 24/7 en la que los más ilusionados (¿ilusos?) creyeron que el cambio esta vez iba a ser posible, que sí se podía. Pero el estruendo de las calles se canalizó en un elemento propio del sistema que se quería cambiar, incluso derrocar: un partido político integrado en “la vieja política”, que hacía y todavía hace de la ilusión, la emoción y demás palabras vacías su caballo de batalla. ¿Cambiar el sistema desde dentro, o el propio sistema absorbiendo y minimizando los daños de una amenaza real?

El último imperio
El último imperio

Un caso tan similar a este, aunque de mayores proporciones, viene recogido en el documental El último imperio (The Event, 2015). En los estertores de la URSS, con el muro de Berlín ya derruido, un intento de golpe de Estado en la capital soviética dio paso a la incertidumbre. El habitual oscurantismo de este gobierno no varió sus señas de identidad tras este altercado, y se comunicó con todos sus ciudadanos a base de mutismo y emisión en bucle de El lago de los cisnes por televisión. Oscuridad y ballet para una sociedad exhausta de un régimen opresor. Esta oscuridad es la que dedica el ucraniano Sergei Loznitsa al gobierno soviético. El director del documental aplica una serie de fundidos en negro a lo largo del metraje, en los que dicho ballet suena de fondo, en una inteligente metáfora de lo que supuso el gobierno soviético para el pueblo ucraniano de la época. Entre estos cortes, fragmentos de archivo que recogen cómo se vivieron estos días de angustia y desinformación ante lo que estaba pasando en la capital del inmenso país.

Loznitsa se vale exclusivamente de imágenes de archivo y prescinde de toda dramatización o voz en off explicativa sobre los acontecimientos que se desarrollan en pantalla. De esta manera, el autor nos introduce en el seno de la revuelta y nos muestra cómo el pueblo se organiza cuando la indignación vence al sometimiento. Barricadas, cánticos, vandalismo, pero sobre todo gente en las calles. Plazas repletas, radios sonando a todo volumen, concentraciones, discursos políticos armados sobre la marcha, el pueblo ucraniano se movió entre la indignación y la incertidumbre en busca de un destino favorable. El pueblo se mantuvo unido y aspiró a regir su destino, pero la historia fue la de siempre. La revolución quedó en revuelta, y cuesta saber si lo que estaba por venir, lo que se vive actualmente, era y es mejor que lo que hasta entonces habían vivido.

Democracy
Democracy

Democracy por Pablo Vázquez Pérez

Un helicóptero sobrevuela las ruinas del Partenón en Atenas. Mientras, una comisión de parlamentarios en el Consejo Europeo, trabajan para crear una ley de protección de datos personales capaz de englobar a todos los ciudadanos de la Unión Europea. Jan Philipp Albrecht lidera esta iniciativa con el apoyo de la comisaria de Justicia y varios compañeros.

Democracy: Im rausch der daten (Democracia: Fiebre de datos) es un largometraje que se puede vender como una obra de ficción sin complejos. Los mecanismos narrativos son los mismos que los de un drama de investigación, enfocados a la crónica de un grupo de profesionales que luchan contra grandes corporaciones pero sin salir de los límites legales para conseguir sus propósitos. En este caso la burocracia lenta de una institución como el Consejo de Europa y sus diversos órganos ejecutivos. Con la oposición de un ejército de abogados y asesores de multinacionales que saben muy bien cómo restar fuerza a las propuestas a favor de los ciudadanos desprotegidos. Durante cien minutos el director David Bernet consigue un film de interés aunque no trepidante. Con un mcguffin basado en esos datos personales que tanto poder -casi mefistofélico- dan a las grandes empresas que luego los manejan a su antojo gracias a la cooperación de numerosos países libres. Maneja el formato scope con encuadres equilibrados, composiciones muy elaboradas, el uso del plano/contraplano en numerosas conversaciones, recursos para observar reacciones de otros personajes e incluso la pantalla partida (split screen) para situar acciones paralelas.

Democracy es un documental en el que pesa mucho la apuesta formal cinematográfica, tan cuidada, con un tratamiento fotográfico en blanco y negro que evoluciona desde la extrañeza inicial hasta suponer un acierto en el resultado último. Con la ausencia de color la película consigue un tono homogéneo en las intervenciones y testimonios de sus actores, que se interpretan a ellos mismos. Además de lograr una intemporalidad de la historia aunque se desarrolle en nuestra época contemporánea. En contra hay que destacar que resulta más interesante todo el proceso legal con sus reuniones, incursiones en las dependencias de las sedes europarlamentarias, tal vez algo enojoso es observar lo bien montados que están esos encuentros con desayunos y otros almuerzos copiosos a cargo del contribuyente. Que podrían acortarse los planos de situación que en varias ocasiones debilitan el ritmo. Y que se pierda de vista la idea primaria, esa pérdida de libertades a la que se refiere el título.

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