2 de noviembre de 2024

Críticas: Dos buenos tipos

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Compadres.

Un autor de cine suele ser un creador con un mundo propio o cuando menos particular. Los rasgos de su autoría se manifiestan desde la elección de temas, la forma de plantear sus películas, unidas a ciertas similitudes temáticas y formales que cimentan su sello personal dentro de una filmografía coherente con sus constantes y obsesiones, lo que se suele llamar rasgos de estilo. Se puede añadir que en todas -o muchas- ocasiones se hace cargo de la dirección, del guión del film o de ambos cometidos a la vez. Planteado así yo veo muy claro que Shane Black es un autor cinematográfico. Lleva casi treinta años escribiendo películas de acción e intriga en las que dos compañeros de caracteres opuestos se encargan de un caso criminal que se enreda continuamente. Por el camino se quedan varios muertos, persecuciones, explosiones y varias vueltas de tuerca que hacen girar la trama en numerosas direcciones. Contado así da la sensación de que esta es la labor de Shane Black como guionista, ya que se ciñe a un análisis somero de su escritura. Sin embargo desde que comenzó a dirigir en el año 2005 con su fulgurante Kiss Kiss, Bang Bang, a estas coincidencias argumentales habría que sumarle una mirada peculiar, un punto de vista hacia el cine negro, a sus arquetipos, con un humor tan hilarante en el desarrollo de algunas secuencias como seco en los cortes violentos que ponen fin a las risas. Un buen ejemplo es la escena en que moría una mujer en un dormitorio y al caer a suelo se quedaba observando, mientras expiraba, a Harry Lockhart (Robert Downey Jr., protagonista de aquel film) que permanecía escondido bajo la cama para no ser descubierto y así asesinado también. Mediante un plano y su contraplano conseguía unir el miedo, la cobardía práctica por la supervivencia y el poder de la muerte en un par de miradas de compasión y extrañeza. Mucho más de lo que dan cientos de productos comerciales en la gran pantalla. Podría objetarse que otros autores como Quentin Tarantino o los hermanos Coen ya llevan trabajando con el humor negro, la violencia y la revisión de géneros cinematográficos clásicos desde sus comienzos. Y es cierto del todo, pero en el caso de ellos y directores o guionistas similares, sus nombres van en  grandes letras de molde por delante del de actores o incluso del título, en el cartel promocional. En el caso de Shane Black, él trabaja con estrellas como el citado Downey Jr., Gwyneth Paltrow, Ben Kingsley, Guy Pierce o el antaño famoso Val Kilmer. Además que sus largos están inmersos en la maquinaria industrial de Hollywood, con producción del taquillero Joel Silver y se dirigen a la explotación comercial sin idea de llegar a ser obras de arte. ¿No es así como trabajaban muchos grandes directores del Hollywood clásico?

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Dos buenos tipos nos devuelve al  director tres años después de trabajar para la Marvel en Iron man 3, gran éxito y el precedente más claro de cómo se trabajan ahora las franquicias de superhéroes. En el estreno actual, arranca con una secuencia apoyada totalmente en la fuerza de la imagen. Nos muestra a un adolescente que va al cuarto de baño con una revista erótica mientras, por la profundidad de campo en un plano lejano, en un plano lejano vemos cómo un coche se sale de la carretera y se dirige hacia la casa del chico. En pocos minutos intuimos el tono desmitificador, vibrante y juerguista que llevará el resto del metraje pero -por fortuna- nos sorprenderá una cadena de giros y sorpresas que marcarán más tarde el ritmo de la historia.

A finales de los años setenta dos buscavidas profesionales trabajan en Los Angeles, una urbe azotada por la contaminación, el auge de la música disco y el ascenso de la industria del cine pornográfico. Uno es un detective especializado en timar a viudas (Ryan Gosling). El otro (Russell Crowe) es un matón a sueldo que ajusta cuentas con acosadores y otros maleantes que persiguen a mujeres. Debido al mismo caso en que trabajan enfrentados al ser contratados por partes opuestas, los dos se conocen y a partir de ahí comienzan a tirar de un hilo que llega hasta un caso de corrupción en las altas esferas.

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Resumido así puede que no suene a una trama original pero Black sabe cómo contarla y que el espectador permanezca atento por un ritmo que no decae. Unas secuencias planteadas con un sentido de la coherencia que no se espera en un producto dirigido al gran público. Sin ir más lejos la extensa secuencia de la fiesta en la mansión del productor porno supone un modelo de cómo alternar acciones paralelas separando a los dos protagonistas y la hija de uno de ellos por distintos espacios y dotándolos de una subtrama propia con principio, desarrollo y desenlace. Destacan otras secuencias como la de la amenaza a los tres por parte de una asesina y una situación similar a la clásica de la cáscara de plátano. Y lo mejor es que después de haberla visto tantísimas veces desde el cine mudo o el comic, consigue renovarla. Por atreverse, lo hace además con una secuencia onírica mientras conducen en un coche que revienta la falta de gracia de muchas del mismo estilo. O para terminar con esta relación de escenas, resulta espectacular también aquella en que se dirigen a enfrentarse en un hotel con un macabro asesino a sueldo, delincuente que queda fuera de campo salvo por los sujetos que va asesinando y ellos van encontrando a punto de morir, según se aproximan a él.

Dos buenos tipos puede engañar al espectador harto de ver lo mismo por la traducción chistosa de su título, ya que el original The nice guys quedaría mejor como Los buenos tipos o Los buenos chicos sin renunciar a la ironía implícita en el original. En cambio, si deciden acercarse a la sala pueden disfrutar de un film que funciona por una pareja complementaria que demuestra buena química entre dos actores habitualmente intensos, aunque en este caso realmente cómicos, tomando como referentes a parejas clásicas o a las mismas que ya funcionaron en otros films anteriores del director y guionista. Shane Black depura su fórmula de personalidades contradictorias aunque reconciliables que tantos ingresos le dieron con Arma letal, El último boy scout o Memoria letal (The Long Kiss Goodnight, en su estreno norteamericano). En todas ellas se podían apreciar buenos diálogos y situaciones intrigantes. En los casos de las dirigidas por Richard Donner y Tony Scott no hubo mucha suerte con la plasmación en pantalla de aquellos escritos. Bastante mejor fue la que dirigió Renny Harlin con la pareja Geena Davis y Samuel L. Jackson como intérpretes. Pero siendo testigos de los recursos y elementos formales que maneja dentro del formato panorámico, con buenas actuaciones, dosificando una comedia exigente, alternada con secuencias de acción bien planificadas y buscando buenos remates a cada situación, lo preferible será que Shane Black continúe dirigiendo sus propios libretos.

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Hasta que logre sacar adelante sus nuevos proyectos podemos quedarnos con esta recreación sin complejos de unos años setenta icónicos pero no maquillados ni mitificados. Con toda la ropa hortera de entonces, la espesa contaminación ambiental, los grandes inventos americanos de la segunda mitad del siglo veinte como son esos cochazos enormes, los combinados de alcohol, el tabaco rubio, las series televisivas familiares como Los Dalton, los teléfonos de cable interminable, las armas de fuego, cualquier conspiración y Richard Nixon.

Con la consciencia que debe tener su autor de no estar realizando ni una obra realista ni un telefilme de lujo, si algo más se puede comentar a favor de Dos buenos tipos es que después de mucho tiempo sin verlo en pantalla grande, esto sí parece cine.

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