El amor y su búsqueda en la ópera prima de Sabine Bernardi.
Desde que comenzó el nuevo siglo se ha ido desarrollando en el cine alemán una corriente que ha empezado a denominarse la Escuela de Berlín (a pesar de que no todos los autores son de allí ni han estudiado en la Deutsche Film und Fernsehakademie). Iniciada por directores como Christian Petzold, no se trata de un movimiento oficial, ya que no tiene manifiesto ni rasgos de estilo concretos, pero en general se caracteriza por contar historias actuales, modernas, y por preocuparse por las cuestiones que afectan a la sociedad hoy en día, estéticamente sencillas y de corte realista. Dentro de esta tendencia, resulta llamativo el importante número de películas que se centran en los problemas de la juventud, también llevadas a cabo por toda una generación de nuevos directores que forman el llamado Joven Cine Alemán del siglo XXI. Es aquí donde encajaría perfectamente Romeos, la primera película de Sabine Bernardi, que tras su estreno mundial dentro de la sección Panorama de la Berlinale en 2011, y su paso por la 13ª edición del Festival de Cine Alemán de Madrid, se estrena dos años después en cines.
La película parece una continuación del corto documental de la directora Transfamily, en el que nos contaba las circunstancias de dos hombres transexuales. En Romeos nos encontramos la lucha por aceptarse a sí mismo de Lukas, un joven transexual gay (algo que ya habíamos visto, pero al revés, en la recientemente estrenada Laurence Anyways), que busca que le acepten y le amen como hombre en una sociedad en la que tanto heterosexuales como homosexuales le ven como una mujer. Parte por tanto de una historia interesante pero a la que la directora no sabe cómo dar forma. Empieza situándonos de manera muy interesante y eficaz, dándonos poco a poco las pistas de lo que está pasando, sin necesidad de explicarlo de una manera totalmente explícita. Pero Bernardi no parece ser capaz de desarrollarla y se pierde en los 90 minutos de metraje, tornándose repetitiva en las situaciones que recrea. ¿Cuántas veces vemos la cara de sorpresa de Fabio al encontrarse con Lukas en un bar? ¿Cuántas veces le recrimina Ine a Lukas su egocentrismo y la falta de interés por sus problemas? ¿Cuántas veces le vemos haciendo pesas? Toda una reiteración de los mismos momentos que acaban por despertar cierto desinterés, más intuyendo que la historia no va a ningún sitio, es decir, no va a tener un final concreto, nos está contando el principio de la odisea de Lukas por encontrar su verdadera identidad en un ambiente nuevo, pero ya está, sólo vamos a ser testigos de esa parte, y por tanto la sensación de insatisfacción se acrecienta.
Romeos bebe mucho de la también película alemana de 2004 Tormenta de verano, en torno al tema de los jóvenes descubriendo su personalidad en un entorno sexualmente más liberal y abierto. No es casualidad que Romeos se desarrolle en Colonia, una de las ciudades más acogedoras y tolerantes, y con la mayor comunidad gay de Alemania. Con una puesta en escena fundamentalmente realista, Bernardi pone mucho énfasis en los planos detalle para representar la atracción mutua de los dos protagonistas. Pero aunque tiene algún momento poético y onírico, la película en general se caracteriza por su falta de sutileza. Todo está tratado y mostrado de manera muy tosca, a base de trazos gruesos, sin lograr incidir del todo en la personalidad ni en los conflictos internos de los personajes.
Al contrario que en otras películas de chicos transexuales, como Boys Don’t Cry, en las que el personaje está interpretado por una actriz, en este caso se opta por Rick Okon, actor con una belleza andrógina, que aporta bastante sensibilidad a su desorientado pero valiente Lukas. Sin embargo, ni él ni Maximilian Befort con su plano e irritante personaje (al que se nos intenta introducir con una innecesaria escena familiar) acaban de estar bien dibujados, quedando como simples estereotipos de cada tendencia a la que representan. Quizás la que más destaque de todo en comparación sea Liv Lisa Fries como Ine, la mejor amiga de Lukas.
En el contexto actual, Romeos no supone ninguna novedad ni en lo que cuenta ni en su forma de contarlo, así que, aunque se deja ver de manera amena, pasa sin pena ni gloria por nuestra cabeza. Quiere ser atrevida, desenfadada y directa, pero resulta demasiado fría y distante, y sí, algo manida ya, como para que el espectador se sienta conectado con ella. Inevitablemente, al salir del cine uno se queda con la sensación de que, sin ser mala, ha visto una película de lo más prescindible.