29 de marzo de 2024

Críticas: La puerta abierta

Rosa final LA PUERTA ABIERTA

Fantasía, solo.

Hace unos años Amparo Baró y Carmen Machi dieron vida respectivamente a una madre y una hija con una relación de amor-odio en la adaptación teatral de Agosto (Condado de Osange) que dirigió Gerardo Vera. Ambas, compañeras durante años en la serie 7 vidas, se dejaban la piel encima de las tablas y demostraban con creces lo que ya todos sabíamos: que las dos por separado eran dos bestias de la escena pero que juntas eran capaces de hacer que el teatro se viniera abajo con las ovaciones del público.

No es de extrañar, pues, que la primera opción que sopesó la directora Marina Seresesky para interpretar en su primer largometraje La puerta abierta a Antonia y a Rosita, una madre y una hija que deben convivir sin soportarse mutuamente, fueran Baró y Machi. Lamentablemente el fallecimiento de la primera obligó a cambiar los planes de rodaje y a buscar una sustituta a la altura. A falta de Baró, nadie mejor que Terele Pávez para dar la réplica a Machi en una historia de perdedoras, de mujeres maltratadas por la vida, en un guion al servicio de sus interpretaciones.

Eduardito y Lyuba corrala LA PUERTA ABIERTA

Antonia, o María Luján como se hacía llamar en sus tiempos de “gloria”, es una anciana impedida que recuerda su pasado como prostituta de la misma manera de la que lo haría Gloria Swanson. Un pasado mitificado en el que era la reina de su profesión, la que más hombres casados había tenido entre sus brazos piernas, una suerte de Sara Montiel de la calle que ahora vive postrada en una silla de ruedas al cuidado de su hija. Rosita sin embargo es consciente de lo que su profesión heredada supone para una mujer. Rosita hace la calle porque no ha conocido otra cosa en su vida, porque no ve otra forma de salir de la corrala en la que vive rodeada de otras compañeras de profesión y de las miradas de desprecio del resto del vecindario. Las dos se toleran porque no tienen más remedio que apencar con lo que les ha tocado vivir.

Antonia silla de luces LA PUERTA ABIERTA

La puerta abierta es un cuento amargo, una fábula tragicómica repleta de personajes a los que la vida ha cerrado las puertas a la felicidad pero que por una entreabierta deja pasar un soplo de esperanza. Rodada casi íntegramente dentro de la corrala en la que viven las protagonistas, la película no ofrece sin embargo una sensación de ahogo como se podría suponer dada la condición de los personajes. Seresesky les deja respirar, concede a la historia pequeños desahogos a través de los niños y de un travestido Asier Etxeandia que hace de su Lupita el único remanso de paz entre Antonia y Rosita.

Entre la tragedia, el drama más desgarrador y las pinceladas cómicas a cargo de Pávez y Etxeandia, Marina Seresesky realiza una conmovedora ópera prima con la que, a pesar de ciertos altibajos de guion (principalmente en las escenas en las que hace su aparición la policía), se erige como una de las brillantes promesas del cine español a las que tener en cuenta en esta, cada vez más maltratada, industria cinematográfica patria.

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