Thrillers rumanos y cuentos de hadas en el SEFF16.
Un plano casi a ras de suelo. La cámara avanza sin prisa entre hierbas y tierra. Cada vez más y más cerca del suelo. En un punto se ve más allá de la tierra. Llegamos a un pantano tupido de musgo verde. No se ve el agua. De pronto una burbuja que vuelve a taparse otra vez con el musgo. La cámara se acerca. Otra burbuja. Primer plano. Algo sale a flote súbitamente y…
Este es el fantástico arranque de Dogs del rumano Bogdan Mirica, que con su segundo largo ha presentado un más que buen trabajo en esta edición del SEFF. Roman llega desde Bucarest a un remoto pueblo de Rumanía, situado en la frontera, para vender unas tierras heredadas de su abuelo. Su intención es vender las tierras, cuya existencia desconocía, y volverse a la ciudad. Pero no todo será tan fácil ya que Roman pronto descubre que su abuelo estaba al frente de un clan mafioso que no está dispuesto a perder las tierras en las que hacen y deshacen a su antojo. Si fueron capaces de que el régimen comunista no se hiciera con las tierras, no van a permitir que el recién llegado de la ciudad se las quite así como así.
La película gira en torno a sus personajes y nos va mostrando por capas a cada uno de ellos. Todos tienen un nexo en común. Son individualistas, miran por ellos mismos y libran su particular batalla por su cuenta, con el fin de alcanzar su objetivo. Da igual lo que se lleven por delante. Roman quiere vender las tierras a toda costa, poniendo en peligro la seguridad de su novia. El jefe de policía quiere resolver el enigma de lo que sale del pantano y dar caza al nuevo responsable del clan mafioso, para lo que no duda en poner en peligro a otras personas y a sí mismo. Y el nuevo jefe del clan quiere mantener las tierras sin importarle nada ni nadie. Lo único que cuenta es el fin, no el medio.
Estéticamente sigue el canon de lo que se viene llamando el Nuevo cine rumano (para los que gusten de etiquetas o les sirvan de orientación), en lo que se refiere a sobriedad, austeridad y cierto minimalismo. Estamos ante un thriller árido y muy bien armado, con toques magistrales de humor negro, que por momentos me ha recordado a la magnífica serie de televisión True Detective. En Dogs todos terminan, de una forma u otra, a ras del suelo, como el plano que abre la película y que resulta muy premonitorio.
Cambiando totalmente de tercio, que no todo va a ser aridez en esta vida cinéfila, os cuento que Belle Dormant, de Ado Arrieta, me ha cautivado. Y mucho. Partiendo del cuento clásico de la Bella Durmiente (bien el de Perrault, bien el de los hermanos Grimm), Ado Arrite se lo lleva a su terreno y lo renueva.
Cuenta la leyenda de Letonia, que existía un pequeño reino de cuento de hadas, llamado Kentz, en el que reinaba la bondad y todo era bonito y bucólico. Pero ya sabéis lo que pasó con las hadas y el maleficio y la joven princesa pinchándose con la rueca. En ese momento, todo el reino queda suspendido en un sueño de 100 años esperando que alguien rompa el hechizo.
Nos situamos en el 17 junio del año 2000, y estamos a tan solo tres días de que se pueda romper el hechizo lanzado 100 años antes por el hada al que los Reyes olvidan invitar para celebrar la llegada de su hija Rosamunde. En el año 2000 tenemos al príncipe Egon, que está hastiado de la vida de Palacio, sin alicientes en su vida y cuyo máximo sueño es romper el hechizo del que habla la leyenda. Además, su tutor, interpretado por Mathew Amalric, le anima a que indague en esa leyenda, en contra de los deseos de su padre, el Rey.
Pese a todos los obstáculos, el joven príncipe Egon, decide internarse en la jungla para buscar Kentz, encontrar a la princesa encantada y romper el maleficio que cae sobre el pequeño reino. En esta tarea contará con la ayuda de Gwendolin, el hada que mitiga el hechizo lanzado por el hada mala, y que ahora es una arqueóloga de la Unesco. La magia de hace 100 años, sigue presente en la actualidad aunque no de manera visible, que los tiempos han cambiado…
Como todo cuento de hadas, tiene un final feliz y los reyes de Kentz pronto se hacen a la idea de vivir en un tiempo diferente al suyo. “Si estabais acostumbrados a vivir con magia, os resultará fácil acostumbraros a la tecnología”, les dice el hada Gwendolin.
Lo maravilloso de la película de Arrieta, no solo reside en la belleza de sus planos (no quiero dejar de comentar el plano cenital de la conga por las estancias de Palacio, que tiene lugar en el baile de debutantes al que asiste el príncipe Egon), la delicadeza de la fotografía, las gotas de humor que salpican la historia y su espléndida dirección, sino en su habilidad para que te sumerjas en este cuento con toda la naturalidad del mundo, que formes parte de él y que te diviertas con esta loca aventura. Una aventura donde los arquetipos están muy definidos y todos tienen lo que se merecen según su comportamiento. Un mundo de ilusión en el que a ti te da igual que sea ilusión porque te dejas llevar y lo que quieres es realizar ese viaje. Es un viaje maravilloso en el que casi no eres consciente de que lo que te cuentan es imposible. ¿O no lo es?. Al fin y al cabo, como el propio Arrieta nos dijo antes de empezar la proyección, los sueños se hacen realidad.