27 de abril de 2024

Críticas: María (y los demás)

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La mosca contra el cristal.

Demasiado se habla de actrices y actores cuando de cine se habla. Ser la cara visible de las películas coloca el foco sobre ellos, aparecer en pantalla los convierte en los elementos más reconocibles de cualquier obra. Esta situación los eleva a la categoría de estrellas, como imágenes públicas que son, algo a lo que el star system hollywoodiense ha contribuido de manera determinante. Demasiado se habla del gremio actoral, cuando son una pieza más del engranaje, tan importante como el sonidista o la montadora. Ser más visibles no los convierte en más importantes, y lo cierto es que, en la mayoría de producciones, son meros peones de la estrategia cinematográfica. Demasiado se habla de ellas y de ellos, pero, en algunos casos, como en el de María (y los demás), hay motivos para hacerlo. La película no se entiende sin la actuación de Bárbara Lennie –Magical girl (Carlos Vermut, 2014)-. La actriz española adopta un rol similar a la de su compañera Marian Álvarez en La herida (2013). Ambas sostienen sobre sus hombros todo el peso del relato, pero si en aquel caso Marian realizaba un vaciado de intensidad, aquí Bárbara construye un castillo de contención. La cámara no se separa del cuerpo de su actriz, que aparece en cada segundo de metraje. María (y los demás) narra la odisea hacia ninguna parte de su protagonista, una treintañera cualquiera que se ahoga en un vaso de agua que ella misma contribuye a mantener lleno, casi tanto como el resto de su familia.

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María (y los demás) es ese tipo de proyectos que busca hablar de la cotidianidad. Pero lo que parece tan sencillo en realidad es de los objetivos más difíciles de alcanzar en la narración de historias. Por mucho que gran cantidad de películas se esfuercen por hacerlo, muchas de ellas caen en un limbo de realidad cinematográfica, en la que se narra algo que la herencia del medio dice que es lo real, pero no es otra cosa que un mundo paralelo, marcado por las normas de realización y de escritura de guiones. Por tanto, Nely Reguera, directora y guionista de esta obra, consigue esquivar su principal escollo, dadas las características de su proyecto. María (y los demás) exhuma verdad, lo que le permite contar a partir de insinuaciones, apoyada en silencios y construida a partir de los gestos de su sublime actriz protagonista. El primer paso para que una obra de estas características convenza reside en aceptar que protagonizar una película no convierte a tu personaje en simpática. La autora comprende que esto es necesario, y no escatimará en detalles, más o menos explícitos, para mostrarlo. María es una persona, no un estereotipo cinematográfico, de ahí que sea tan fácil verla siendo altruista como egoísta, tanto siendo el soporte que sustenta un encuentro familiar como la mecha para que vuele por los aires. Sin un objetivo definido, sin un arco dramático marcado, María deambula por el fotograma cual mosca contra el cristal, tan incapaz de ceder ninguna de las obligaciones morales que se ha autoimpuesto, como de asumir las consecuencias negativas de las mismas. Esto lleva a la guionista a hablar del concepto de familia, ese que por momentos se vuelve asfixiante y amarga la existencia, como ya ocurría en Todos queremos lo mejor para ella (Mar Coll, 2013). Una situación que se agrava en el caso del género femenino en esta, una sociedad todavía machista, pues las presiones son mayores, como mayor suele ser el peso de la autoimposición por parte de toda mujer.

Todo ello con sutileza, sin necesidad de énfasis. Nely Reguera confía en su material escrito, como también lo hace en su actriz protagonista, a la que le cede el primer plano del relato. La puesta en escena parece, y sólo parece, brillar por su ausencia, y, sin embargo, es tan coherente consigo misma como lo era el radical estilo visual de La herida, tan heredero de los hermanos Dardenne –Dos días, una noche (2014)- pero a la vez tan capaz de buscar su narrativa propia. Nely Reguera filma con naturalidad, sin derroches formales, y esta decisión, que podría ser confundida con una realización convencional, de acompañamiento, es en realidad el camino difícil para alcanzar el lenguaje de autora. Un paralelismo evidente se puede trazar con Las amigas de Àgata (Laia Alabart, Alba Cros, Laura Rius, Marta Verheyen, 2015), otra cinta española en la que la puesta en escena aparenta pobreza –en este caso, por amateur–, cuando en realidad ser sencilla es la manera más coherente de hablar acerca de lo cotidiano. En María (y los demás) nada llama la atención en ningún plano, pero eso no significa que la imagen no tenga importancia. La directora no sólo confía en su actriz y su guion, sino que le da valor a la imagen en un medio basado en esta –lo que, por extraño que parezca, está lejos de ser una constante en la mayoría de la producción audiovisual–.

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En este aspecto, lo primero que llama la atención es que ninguno de los subtextos se explicita en forma de diálogos; nada de lo que realmente se quiere contar se lleva a verbalizar en ningún momento. Este gesto de buen gusto narrativo encuentra su contrapunto en la construcción de los planos, en los que gran parte de la información llega a partir de lo que se muestra o se deja de mostrar –un gesto que contradice lo enunciado, una mirada desangelada entre un mar de risas, un primer plano de un peluche como único asistente a la presentación de un libro que parece que nunca se publicará–. Cierto es que nada de lo escrito hasta aquí muestra otra realidad que la del lugar común. Cierto es, por otro lado, que a día de hoy esto ocurre con el 95% de las películas. Nely Reguera habla de temas muchas veces contados y abordados de esta manera. La directora no innova, y hasta se podría decir que no se muestra virtuosa en el manejo de su cinta, pero también es cierto que sus aspiraciones nunca fueron estas. Nely Reguera no inventa la pólvora, pero sabe cómo se usa. Con un tono brillante, que fluye entre los dramas de andar por casa y la comedia inherente a todo pequeño gran problema, la directora debuta en el largometraje con un relato conmovedor acerca de las presiones sociales y las zancadillas que uno se pone a sí mismo, en una época de aguas revueltas como es la de la treintena en la sociedad occidental actual. Sin arrebatos de ego, siempre con coherencia, la serena narración de Reguera avanza por terrenos pantanosos y sale airosa gracias al conocimiento de causa, a la espontaneidad de unas actuaciones en gran parte improvisadas, y a esa capacidad para satisfacer a su público con un relato tan ingrato como lo es aquel que plantea preguntas en vez de resolverlas, y que deja en el aire la resolución de la trama. Como si no se diera importancia a sí misma, María (y los demás) es de esas películas que parecen poca cosa y en realidad están llenas de hallazgos.

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