27 de abril de 2024

Críticas: Hitchcock/Truffaut

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El valor de la esencia en la adaptación cinematográfica.

Una de las estrategias comerciales más exitosas de los últimos años es la adaptación de libros a la gran pantalla. Masiva aunque no exclusivamente explotada por las grandes productoras, ávidas de productos que aseguren un triunfo de taquilla, la elección de historias que en formato literario han demostrado la aceptación generalizada del gran público atiende a la labor de filtro previo que este formato ejerce. El éxito como novela es una excelente señal para la inversión, y una guía de autoayuda para alcanzar los millones de recaudación. Dentro de este panorama, el debate se traslada hacia la calidad de la adaptación. Una discusión enquistada en lo fiel que resulte la película con respecto al material de partida, actitud entendible pero finalmente superficial en lo que a valoración de la obra que con tanto afán se trata de defender. ¿Es mejor adaptación aquella que plasma con total literalidad cada suceso narrado en letras? ¿Tiene entonces alguna validez, o sentido, dicha adaptación?

El señor de los anillos (2001-2003) es probablemente la saga cinematográfica por antonomasia del siglo XXI, tanto por su éxito de taquilla como por la calidad cinematográfica que parece contener y especialmente por esa supuesta fidelidad al material de partida, ese respeto de quien no sólo trata con mimo aquello de lo que parte sino que lo sobredimensiona y difunde. Esta suerte de labor evangelizadora de las creaciones de J.R.R. Tolkien ha permitido que el hasta entonces reconocido escritor de fantasía se haya convertido en un mito beatificado tras la trilogía de Peter Jackson. Estrellato aparte, resultaría estimulante conocer la opinión del escritor al ver la fantasía de su mundo traducida en fotogramas, pues un servidor sospecha que probablemente no estaría, cuanto menos, del todo satisfecho. Y es que, en este debate sobre las adaptaciones cinematográficas –actualmente mediático gracias al éxito de público de las películas de superhéroes–, mucho se habla sobre la literalidad del texto de partida y muy poco de los mundos creados por quienes los escribieron y de la esencia, las pulsiones y las obsesiones subconscientes que los movieron. Como lector de las peripecias de Frodo, Sam y compañía, me veo en la obligación moral de migrar a la disidencia peterjacksoniana para señalar todas estas ausencias que parecen haber pasado desapercibidas. Volcada en la acción y en los efectos especiales, nada del lirismo mágico y la musicalidad infantil se encuentran en los planos de este director, que ha basado su producto en la espectacularidad y se ha olvidado de los verdaderos intereses del escritor al que dice venerar.

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La trama, no ya ni el subtexto, suele colmar conversaciones de a pie e incluso buena parte de las reflexiones de los textos críticos. La esencia, verdadero distintivo de cada obra, pasa desapercibida, ninguneada entre tanta sobredosis de giro de guion. La esencia nos salvará de ese consumo casi drogadicto de desarrollos textuales, la capa más superficial de la escritura de libretos. La clave para el triunfo, para alcanzar unas auténticas señas de identidad, está en el enfoque, en esas ideas más generales que abordan la totalidad de la obra y calan hasta sus cimientos. Esas ideas son las únicas que resisten a la modificación, trasmutación o incluso aniquilación de la trama. Y es que, ¿cómo adaptar un libro que no tiene trama? ¿Cómo convertir en imágenes una conversación sin apelar a la simplona literalidad que supondría colocar dichos diálogos en boca de actores? Kent Jones tiene la respuesta, y esa solución tiene un nombre: Hitchcock/Truffaut (2015).

El documentalista del alegato en favor de los habitualmente denostados productores cinematográficos como es su obra Val Lewton: el hombre en la sombra (2007), cercana en motivaciones –que no en trama, cómo no– a El chico que conquistó Hollywood (Brett Morgen y Nanette Burstein, 2002) o a la incomprendida alegoría religiosa que es ¡Ave, César! (Joel y Ethan Coen, 2016), exprime el potencial de uno de los textos de no ficción cinematográfica más relevantes: El cine según Hitchcock (1967). El libro, escrito por el también director François Truffaut, es una condensación de la serie de entrevistas que el autor de Psicosis (1960) le concedió a lo largo de una semana al cineasta y previamente crítico de cine francés. Partiendo de un material tan inasible, Kent Jones toma la sabia decisión de destilar la esencia que este texto pretende transmitir y se lo lleva a su terreno, en una labor similar a la que David Cronenberg llevó a cabo a la hora de adaptar El almuerzo desnudo (1959), de William S. Burroughs. Jones aborda la filmografía del director de origen británico pero éxito mundial en Estados Unidos, desglosando su amor hacia el orondo cineasta y compartiendo sus pasiones con otros compañeros de profesión, que desfilan delante de la cámara para explicar qué ha supuesto para ellos el cine de Alfred Hitchcock y cómo ha influenciado en sus respectivas carreras.

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Desde David Fincher hasta Martin Scorsese, pasando por James Gray o Wes Anderson, el documental aborda los diferentes puntos principales que definen la obra de Hitchcock. Apoyado en insertos de las grabaciones reales de audio que se conservan de las conversaciones entre el cineasta a analizar y el propio Truffaut, esta película comparte ese amor que el libro de partida pretende transmitir, y lo hace tanto desde la revisión cinéfila como desde el análisis certero de las señas de identidad del cine de Hitchcock. Mediante una destacable exposición, el estudio se aleja del didactismo superficial y se sumerge en las claves formales y de fondo para proporcionar un cóctel de sabiduría que en sus escasos 80 minutos doctora al público en conocimientos hitchcockianos. Una obra que funciona a la vez como complemento y profundización del libro de François Truffaut, que anima a devorarlo a quien todavía no lo haya hecho y que, ante todo, comprende y comparte los puntos de vista que propone, convirtiéndose en una adaptación certera a pesar de partir de formas y desarrollos inevitablemente diferentes.

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