26 de abril de 2024

Rogue One: Una historia de Star Wars

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En tierra de nadie.

Desde que Disney comprara en 2012 la empresa Lucasfilm, se ha anunciado, además de la creación de una nueva trilogía -que ya dio comienzo el año pasado con Star Wars: El despertar de la Fuerza-, la llegada de dos spin-offs, entre los que se encuentra Rogue One: Una historia de Star Wars, la película que motiva la escritura de este texto. Está claro que la intención de los estudios Disney es la de sacarle el mayor rendimiento posible a la franquicia, lo que no necesariamente implica un descenso sustancial en la calidad en los productos. Prueba fehaciente de ello es el resultado de El despertar de la Fuerza, el episodio VII de la saga, dirigido por J.J. Abrams, uno de las figuras más relevantes del cine comercial en la actualidad. Aunque su recepción no fue unánimemente positiva, fuimos muchos los que disfrutamos de esa revisión moderna de la primera película de la saga, manteniendo el espíritu del cine de aventuras de la época, pero con una mirada enteramente contemporánea, que, además de respetar un universo añorado por tantos -especialmente después del desencanto sembrado con la trilogía dirigida por George Lucas-, presentó una serie de personajes muy atractivos, entre los que destacaba su protagonista, interpretada por una sorprendente y carismática Daisy Ridley.

Pero quizá el mayor riesgo de Disney con esta ampliación del universo sea desviarse por completo de la historia de los Jedis para evitar la saturación del espectador, creando nuevas tramas y nuevos personajes que no presentan relación directa con el resto de la saga. Por lo tanto, había mucha expectación por conocer el resultado de una propuesta tan arriesgada como ésta: la primera película de Star Wars sin Jedis. No obstante, hay que destacar que este spin-off se ubica cronológicamente entre los episodios III y IV, situación que le sirve para nutrirse de referencias y guiños, requisito indispensable para satisfacer el paladar de los más fieles seguidores de la saga. Así es como surge Rogue One: entre citas, cameos y las habituales disputas entre el Imperio y la Alianza Rebelde. Si El despertar de la Fuerza era una suerte de reinicio en un territorio construido y más que transitado, podría decirse que la cinta de Gareth Edwards es un inicio con todas las de la ley; además de establecer -al igual que el film de Abrams- unas nuevas bases, tiene que enfrentarse a su naturaleza independiente.

Rogue One: A Star Wars Story (Felicity Jones) Ph: Film Frame ©Lucasfilm LFL

La entrega del primer montaje de la película por parte del director hizo saltar todas las alarmas en Disney, que, según se rumoreó, consideraba que la cinta no contaba con los ingredientes necesarios para atraer a los actuales fans, no siendo más que una película cualquiera en el espacio. Una vez vista, podemos afirmar que esos rumores no estaban para nada desencaminados, aunque, a pesar de tener un resultado un tanto desigual, hay que concederle que la esencia Star Wars se respira en cada uno de sus planos. En el plano argumental nos encontramos ante la historia más simple de toda la franquicia: cuando los rebeldes se enteran de que el Imperio Galáctico ha construido la Estrella de la muerte, el arma más poderosa de todas, deciden enviar a un grupo muy heterogéneo de personajes a robar los planos de la estación antes de que sea demasiado tarde. El grupo estará liderado por Jyn Erso (Felicity Jones), hija de Galen Erso (Mads Mikkelsen), un brillante científico que se encuentra bajo las órdenes del Imperio.

Aunque Rogue One es un blockbuster competente, que cumple con todos los requisitos que hoy en día se esperan de una película de estas características (quizá no de una que pertenece a la saga Star Wars), cuenta con una serie de problemas muy importantes. Destaca por encima de todos la escasa profundidad de sus personajes, la nula complicidad que se crea entre éstos y un espectador que, no lo olvidemos, viene de experimentar una conexión muy fuerte con los Rey, Poe Dameron, Finn, etc… del episodio VII. Esto no es únicamente culpa de la escritura de los personajes en sí mismos, que en su mayoría no poseen carisma ni arcos dramáticos bien desarrollados; también es consecuencia de una estructuración un tanto caótica en la primera mitad del metraje, donde se nos presentan los personajes y empieza a carburar la trama. Todo esto mediante unas elipsis que, sin ser nada del otro mundo en su amplitud, necesitan determinar el emplazamiento de la acción en todo momento, pasando de un espacio a otro sin demasiado criterio, lo que conlleva un problema de ritmo que pone muy difícil la conexión con lo narrado. Asimismo, el montaje no resulta satisfactorio en ninguno de los pasajes por los que transita la narración, ni siquiera en el adrenalínico y muy bien filmado clímax, que rezuma el aroma del cine bélico.

Siguiendo con los problemas en cuanto a la construcción de los personajes, resulta flagrante la introducción de un droide que no tiene otra función que soltar chistes de lo más forzados, como si su misión no fuera otra que revivir los momentos más vergonzantes de Jar Jar Binks. Además, hay que decir que Rogue One es una película mucho más oscura de lo habitual, por lo que la inclusión de toques cómicos puede resultar algo cargante. Por otra parte, los lazos que se crean entre los personajes no son creíbles debido a la escasa profundización en su psicología, algo imperdonable si la unión entre ellos trata finalmente de lograr algún tipo de impacto emocional. Así pues, poner especial énfasis a la hora de filmar algunas miradas entre los protagonistas no es suficiente para llegar a un fin que requiere un trabajo mucho más meticuloso. En el apartado interpretativo encontramos algunas luces y muchas sombras; mientras secundarios como Mads Mikkelsen y Ben Mendelsohn dan la talla -especialmente este último- y otros como Forest Whitaker están realmente mal, la pareja protagonista formada por Felicity Jones -que sale perdiendo por goleada en la inevitable comparación con Daisy Ridley- y Diego Luna no tiene apenas química. El segundo, además, realiza la que muy probablemente sea la peor interpretación de la película, con una inexpresividad crispante y una presencia de lo más anodina.

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A pesar de contar con el toque de la saga, con múltiples referencias -tanto habladas como visuales- al universo y con un estilo visual muy similar al de la anterior entrega, Rogue One termina siendo un blockbuster tremendamente insustancial, que, salvando unos cuantos detalles (la espectacular aparición de Darth Vader en el último acto, por ejemplo), se presenta como una serie de planos, escenas y secuencias que funcionan por mera acumulación. Durante la película, los personajes se repiten constantemente que la Fuerza está con ellos, lo que acaba siendo una muestra inintencionada de que carece de la magia que siempre ha caracterizado a la saga. Es sorprendente encontrar un producto tan falto de personalidad como éste viniendo de Gareth Edwards, cuya Godzilla, aunque no exenta de problemas, tenía mucha más personalidad que ésta. Así las cosas, quedémonos con el excelente trabajo sonoro, el realismo de los combates cuerpo a cuerpo y el apartado visual de este spin-off de Star Wars, que, cuando menos, tiene los ingredientes necesarios para conseguir que los fans salgan con una sonrisa de la sala. Quien no sienta especial pasión por la saga, podrá disfrutar de un entretenimiento rutinario, a ratos espectacular y siempre estimulante, en el que lo más interesante es su acto final, que destaca, además de por su espectacularidad, por desarrollarse en un paraje lleno de luz y color, rompiendo así el esquema de oscuridad presente hasta el momento.

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