Muñecas asesinas, zombies coreanos y tiburones en la SyFy.
14 años cumple ya la Muestra SyFy de cine fantástico de Madrid. El segundo consecutivo que se celebra en el Cine de la Prensa haciendo que cada año echemos más de menos la enorme sala de los cines Callao y la del Palafox (¡Ay, el Palafox!). Pero a pesar de estar cada vez más apretados, el ambiente se mantiene. Los mismos frikis de siempre ahí estamos riendo, abucheando y dando mandanga bajo la batuta de la siempre efectiva Leticia Dolera.
La edición de este año se abría el pasado jueves con el preestreno de Logan, cuya reseña podéis leer aquí, y esta vez se incluye una exposición en el hall de los cines con objetos originales de la película La historia interminable, que se proyectará el domingo en la sesión infantil.
Pero vamos con las primeras películas que hemos podido ver en la Muestra de este año. Comenzamos con Worry Dolls, una suerte de thriller policíaco-demoniaco con muñecas de vudú de por medio (y con luna llena) que, por supuesto, ha levantado más de una carcajada para empezar bien la jornada. Empezando por la primera muerte en los primeros minutos de la cinta con una enorme taladradora rebanándole los sesos a….no vamos a soltar spoilers por si queréis disfrutar de ella. La captura de un asesino en serie desata por culpa de un hecho trivial una sucesión de posesiones demoníacas al liberar a las malditas muñecas que poseían al susodicho psychokiller. Al margen de lo absurdo de la premisa, que por otra parte sin tramas como esta no habría tanto cine de género, la película no deja de ser tan predecible como se presupone. Con infinidad de recursos ya agotados en el cine de terror, situaciones que, con personajes con dos dedos de frente, son fácillmente solucionables y se convierten en auténticos quebraderos de cabeza, y algún que otro diálogo sonrojante, Worry Dolls es una de tantas películas que algún día pasarán por televisión y pensaremos “Esta la he visto yo en alguna parte”. En la Muestra SyFy, claro. Al menos entretiene.
Cosa que no hace Seoul Station, la precuela de animación de Train to Busan que consiguió premios en Sitges y hasta se proyectó fuera de competición en la sección oficial de Cannes. La que esto escribe desconoce hasta qué punto Seoul Station se asemeja a su secuela, pero la película que nos ocupa consigue que sus escasos 92 minutos se hagan tan largos como si realmente nos encontráramos ante una invasión zombie. Si la anterior película tenía diálogos risibles, no menos lo son los de los personajes de la cinta de Yeon Sang-ho (no entramos a debatir en lo absolutamente machista que es porque no pararíamos). Sin ni siquiera una animación que pueda justificar el visionado, los constantes lloros de los personajes, las referencias a la crisis económica y humanitaria de una sutileza tal que hasta los propios personajes de la película las entenderían (esto lo entenderéis cuando la veáis y comprobéis que no puede haber personajes tan unicelulares en ninguna otra cinta), la película se convierte en una sucesión aburrida de momentos de huída por las calles y el metro de la capital coreana. ¿Lo mejor? El giro. Ese giro que hizo que nos despertáramos del sopor y la sala se viniera abajo con las risas.
Tras el fiasco de Seoul Station, y precedida por el momento más WTF vivido en la Muestra, con peineta totalmente injustificada a nuestra querida Leticia Dolera, nos sumergimos en una otra de esas películas en las que unas chicas americanas salen de viaje a un país exótico (en este caso México) y por hacer caso a un par de tíos buenorros se meten en un charco (perdón por el chiste malo) del que no pueden salir. Esto nos suena, ¿no? Efectivamente, el año pasado ya tuvimos ración con las chicas Jeruzalem. No aprenden. Lista (Mandy Moore) y Kate (la sirena Claire Holt) son dos hermanas a las que dos mexicanos a los que acaban de conocer embarcan en la aventura de bucear con tiburones metidas en una jaula en 47 meters down. Lo peor que puede pasar pasa, y la jaula se desprende de la cuerda que la sujeta y cae hasta el fondo del océano. Sorprendentemente 47 meters down no cae demasiado ni en sentimentalismos, aunque haberlos hailos, ni en hazañas increíbles en su narración de la agonía de las dos chicas para sobrevivir (y para eso está el final que aún pareciendo algo ridículo en realidad es de la forma más coherente en la que podría terminar). El director Johaness Roberts se centra en la sensación claustrofóbica y aterradora que sufren las chicas para crear una tensión que se mantiene hasta el final de la cinta. Una medianamente agradable sorpresa que venía a compensar lo anteriomente visto, y sobre todo lo que vimos después: Stop over in hell. Pero no os vamos a hablar de ella porque, aparte de que ya hemos soltado bastante bilis, ya tuvimos suficiente sufrimiento con verla.