24 de abril de 2024

Críticas: Z, La ciudad perdida

«Mitad verdad, mitad espectáculo.»

Al haber sido considerada por el propio James Gray como su película más ambiciosa hasta la fecha, es lógico acudir con cierta incertidumbre al estreno de Z. La ciudad perdida. Si uno lee la sinopsis o se informa superficialmente sobre la historia real del explorador británico Percy Fawcett, recogida en el libro homónimo (titulado originalmente The Lost City of Z) escrito por el periodista de la revista New Yorker David Grann en el año 2009, es probable que se imagine una obra cinematográfica desprovista de las constantes temáticas y argumentales del cine del neoyorquino. Afortunadamente, todo lo imponente de la producción y la inmensidad amazónica juega en favor de una nueva, compleja y emocionante historia de personajes.

Sin ir más lejos, la cuestión familiar (eje angular de la filmografía de Gray) tiene un papel preponderante en el inicio y cierre del film, con especial peso en lo referido a los vínculos paternofiliales. Fawcett, soldado británico con estudios en cartografía, fue requerido en el año 1905 para participar en una expedición topográfica por la Royal Society, misión que aceptó únicamente con el fin de limpiar los actos deshonrosos de su padre y tener así la oportunidad de aumentar su rango en el ejército. Cuando el equipo de exploradores estaba a punto de concluir la misión en la frontera amazónica de Brasil y Bolivia, Fawcett y su compañero Henry Costin encontraron una vasija y algunos utensilios que confirmaban las leyendas que circulaban entre las comunidades de nativos: la existencia de una ciudad perdida y perfectamente desarrollada en el fondo de la selva que cuestionaba la supremacía histórica del hombre blanco; desde ese momento, Fawcett se obsesionó con la idea de descubrir dicha comunidad, a la que bautizó como Z, realizando una serie de expediciones en su búsqueda a lo largo de veinte años y a pesar de la oposición inicial de la comunidad científica.

Dada la importantísima influencia que tuvo dicha obsesión en la vida de Fawcett y en la de su familia -a nivel colectivo pero también individual-, Gray aprovecha su habilidad narrativa y la majestuosidad visual y magnetismo con que registra la atmósfera selvática para trasladarla a su camino vital, haciendo de la película un auténtico y continuo tránsito entre lo real y lo soñado o añorado. Además de criticar desde la distancia y eludiendo el maniqueísmo las atrocidades perpetradas por los europeos con el colonialismo, se refleja la injusta y anquilosada situación de la mujer, ausente en los círculos científicos y representada de forma física con mucha más fuerza como personaje en la ficción que como persona en el ámbito conyugal.

La simpatía y admiración que podamos sentir hacia un protagonista lleno de convicciones que cree en el progreso y tiene cierta idea de la igualdad no quita que, en un momento dado y puede que presa de la sociedad y su conservadurismo, rechace la compañía de su mujer en la segunda expedición que lleva a cabo, argumentando su negativa mediante prejuicios machistas. Sin embargo, este personaje (interpretado por una espléndida Sienna Miller) recibe un trato exquisito y plenamente respetuoso por parte de la cámara, pues su desarrollo y la relación que mantiene con Fawcett es una de las piedras angulares del film. La forma en que está filmado cada uno de sus encuentros pone de manifiesto en qué lugar residen los intereses principales del cineasta: pese a los sacrificios realizados en pos de satisfacer su causa personal, los lazos familiares siempre están presentes en forma de recuerdos, y en las escenas intimistas se permite un acercamiento diferente a los personajes, que generalmente se encuentran a una distancia prudencial de la cámara. Contra todo pronóstico, lo íntimo termina por prevalecer frente a la espectacularidad de muchos pasajes, como aquellos tramos que transcurren en la selva amazónica o el combate que tiene lugar en la Primera Guerra Mundial. James Gray demuestra su enorme capacidad para diseñar envoltorios alucinantes y sobrecogedores, pero su voluntad épica no es tan grande como para renunciar al equilibrio entre continente y contenido.

Así las cosas, se puede decir que nunca una producción de estas características fue tan pequeña, tan coherente con el universo personal de uno de los autores que mejor entiende y trabaja con los códigos de un clasicismo heredado de directores como Francis Ford Coppola o Michael Cimino, aunque aquí también se vea la huella de verdaderos clásicos como John Ford. El salto cuantitativo es tan lógico como arriesgado, con atrevidas soluciones de montaje que no siempre resultan del todo satisfactorias, pero que nos dejan momentos realmente bellos, tanto a nivel estético como por su implicación emocional y su pertinencia narrativa. Z. La ciudad perdida es una película de dualidades y contrastes que conviven en perfecta armonía, en la que todo está resuelto de manera tan fluida como la pausada y nítida narración de Gray, que termina con un plano final poético y significativo a partes iguales, capaz de establecer un vínculo con El sueño de Ellis (también gracias al trabajo de cámara y a la fotografía en interiores, donde repite Darius Khondji como director) a la vez que, de una vez por todas, conecta visiblemente las dos realidades que habían condicionado la vida de los personajes y la experiencia del espectador durante todo el visionado. El estadounidense logra llevar a su terreno esta excelente película de aventuras, su tercera obra maestra tras La otra cara del crimen y Two Lovers.

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