18 de abril de 2024

Críticas: Alien: Covenant

El futuro Prometeo.

Cuando Ridley Scott retomó con Prometheus (2012) la saga que él mismo había iniciado con Alien: el octavo pasajero (1979), quedó bastante claro que los intereses del director británico iban en un camino distinto al de la primera película. Sin renunciar al imaginario que había creado, evidentemente, pero más preocupado ahora por dar una genealogía a su universo, por desarrollar una cosmogonía, que por conservar el terror claustrofóbico de la primera cinta. Prometheus descendía del espacio exterior a la tierra desconocida, intentando anclar la figura del xenomorfo a un origen, y estaba llamada a ser una precuela de toda esa saga aunque, de hecho, ni siquiera llevaba la palabra “alien” en su título. Y ahora, después de la relativamente buena acogida de Marte (The Martian, 2015) -y de apartar el proyecto en desarrollo de Neill Blomkamp-, Ridley Scott vuelve a los confines del espacio con Alien: Covenant, decidido a terminar de engarzar (tanto formal como narrativamente) el universo de Prometheus con el de la saga de los aliens.

Y otra vez, en la misma línea de Prometheus, el tema sobre el que orbita la gravedad de Alien: Covenant no es otro que el de la Creación y sus horrores, ya sea bajo la forma de colonos, androides o xenomorfos. ¿Qué es el personaje de Michael Fassbender, al fin y al cabo, sino una relectura del Prometeo moderno de Mary Shelley? La criatura de Frankenstein resuena en la obra de Ridley Scott, y la cita a Lord Byron y al romanticismo inglés en esta entrega se vuelve explícita. Aunque el tema tampoco es nada nuevo en la filmografía del director británico: ya en Blade Runner (1982) había una búsqueda del replicante Roy Batty (Rutger Hauer) por encontrar a su Creador. Un encuentro, entre Dios y Obra, que se convierte ahora en la imagen de partida de Alien: Covenant (Ridley Scott, 2017).

De fondo, en una sala blanca e inmaculada -precediendo toda la oscuridad en la que se sumergirá la cinta-, cuelga el cuadro de la Natividad de Piero della Francesca. Dos ideas se derivan de esta figura: (1) el motivo visual y central de la Creación incompleta o fallida (al parecer, el propio della Francesca no pudo terminar el cuadro a causa de una ceguera), y (2) el carácter megalómano de la película de Ridley Scott, que no se corta un pelo en hacer sonar la Entrada de los dioses al Valhalla de Richard Wagner. Alien: Covenant está probablemente más cerca de la épica, del Cantar de gesta y de la grandilocuencia visual, pero no pierde de vista tampoco el slasher espacial.

¿Y qué queda del Alien primero? Pues todo el imaginario. Desde la variopinta tripulación que se ve asaltada por el xenomorfo asesino, hasta las secuencias más memorables (como la del nacimiento de la criatura, o el ataque del facehugger). Ridley Scott sabe en qué terreno juega, los códigos en los que se mueve el espectador, y gestiona perfectamente una atmósfera tensa, en la que la amenaza es mucho más consistente -paradójicamente- cuanto más se abstrae, es decir: la inminente posibilidad de un ataque se convierte en algo mucho más terrorífico que la mostración del ataque en sí. Y, sin embargo, es en ese hacer explícito, en ese sacar al xenomorfo de las sombras, donde la última película de Ridley Scott se distancia de Alien. Porque, desde el momento en que la Covenant desciende (con toda su embarcación de colonos) al planeta inexplorado, la película de la saga original con la que más se emparenta Alien: Covenant ya no es Alien del propio Ridley Scott, sino Aliens: El regreso (1986) de James Cameron. Porque la claustrofobia y el tenebrismo dan lugar a la acción en espacios abiertos, la ocultación del monstruo entre tinieblas da paso -impulsada por las nuevas tecnologías- a la mostración explícita de la amenaza, y porque ese tercer acto catártico, en el que Daniels (Katherine Waterston) se enfrenta a un xenomorfo, tiene todo lo que solo podría tener el espectacular combate entre la empoderada Sigourney Weaver y la reina xenomorfo.

Como un puente, Alien: Covenant traza una línea estética y narrativa directa entre Prometheus y la saga original, para goce de los fans y para nuevos iniciados. Pero, está claro, lo que preocupa a Ridley Scott ya no es que nadie pueda escuchar los gritos en el espacio, sino más bien levantar un monumento sobre los horrores de la Creación, sobre la pérdida de la inocencia, sobre la perversión y la destrucción, sobre la amenaza que se contagia y que infecta a unos y a otros… dentro de su desmedida ambición y su grandilocuente puesta en escena, porque debajo de las imágenes de Alien: Covenant todavía circulan las babosas de Vinieron de dentro de… (David Cronenberg, 1975), pero también palpita El paraíso perdido de John Milton.

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