Repasamos todo lo que vimos en Documenta Madrid 2017.
Del 4 al 14 de mayo tuvo lugar la decimocuarta edición del Festival Internacional de Documentales de Madrid, Documenta. Una edición que durante un tiempo mantuvo a sus fieles seguidores en vilo por la renuncia de los anteriores responsables, pero que finalmente se ha podido volver a llevar a cabo gracias a la entrada en escena del equipo de DOCMA para hacerse cargo de su dirección. Por fortuna, la profesionalidad de Andrea Guzmán y de David Varela – grandes amigos también de esta humilde web, por qué no decirlo – ha conseguido que el Documenta no solo no haya perdido ni un ápice de calidad sino que además haya ampliado tanto su programación, con la inclusión de dos apartados más a concurso teniendo así un total de seis secciones (Competición internacional de cortometrajes y largometrajes, competición nacional de cortometrajes y largometrajes, y competición Fugas de cortometrajes y largometrajes), así como la expansión a los barrios ampliando las sedes de proyección más allá de las habituales en la Cineteca y el Cine Doré.
El largometraje elegido para inaugurar esta edición de Documenta Madrid fue Untitled, una película que adelantaba muchos de los recursos que durante los diez días del festival pudimos ver en varios de los documentales a competición. La utilización del recuerdo, de la voz en off, de la cámara como mera espectadora de los paisajes y las gentes de lugares recónditos a lo largo y ancho del planeta… Encontramos éstas y otras muchas maneras de enfrentar y afrontar las historias que los documentales de este año nos han ofrecido. Repasamos a continuación varios de ellos.
Familias y familias.
Varios de los documentales proyectados en la edición de este año de Documenta Madrid han tenido como protagonista a la familia desde distintos puntos de vista. Quizá el retrato más veraz lo protagoniza la familia Strnadovi a quien Helena Trestikova sigue desde el mismo día en que Ivana y Vaclav se casan en 1980. “Nos gustamos el uno al otro, así que nos casamos”, comenta Vaclav al ser preguntado por la directora en el momento de su boda, con la mirada emocionada de la joven Ivana. Así de sencillo. Stranadovi (La historia de un matrimonio) refleja ese largo camino desde el “y fueron felices” que pocas veces se ve en el cine después del “sí quiero”, ese camino que realmente supone el día a día de una pareja a través de un espectacular montaje con grabaciones durante 35 años en la vida de esta familia. Sus conflictos, sus momentos felices, el nacimiento de sus hijos, las ilusiones puestas en una vida que les va llevando por el camino de la monotonía, la desesperanza e incluso la depresión. La vida, en definitiva.
De dos veinteañeros decididos a casarse y a formar una familia, a la imposición por tradición. El Ala-kachuu es una práctica ilegal pero curiosamente aceptada en Kirguistán, que consiste en secuestrar a mujeres para casarse con ellas. Tal cual. Grab and run, o lo que es lo mismo, “agárrala y corre” sería la traducción de Ala-kachuu, tan intrínsecamente aceptada por aquellos que la practican que son las mismas mujeres que antaño fueron secuestradas y obligadas a casarse quienes ahora reciben a sus futuras “nueras” y las obligan a ponerse el velo que las convierte automáticamente en prometidas de sus hijos, esos a los que nadie hace caso y tienen que recurrir al secuestro para casarse. La directora Roser Corella concede a estas mujeres la posibilidad de contar sus experiencias a cámara y, sobre todo, recoge las opiniones de éstas, de sus maridos y del resto de la sociedad en unas declaraciones tan sorprendentes que asustan. En una época en la que se intenta cada día denunciar y erradicar el machismo y la cultura de la violación, es cuanto menos insólito comprobar cómo estas mujeres, que revelan el sufrimiento que pasaron al ser secuestradas y obligadas a casarse, declaran estar de acuerdo con esta tradición aun habiendo pasado lo indecible para salir de esa situación.
Cartas de amor desde la pantalla.
Cineastas y fotógrafos que a través de sus trabajos buscan dedicar unas líneas de amor a sus familias. Un toque de nostalgia, una sucesión de recuerdos y unos sentidos homenajes para rememorar tiempos felices pasados junto a los seres queridos que ya no están. “Como un rayo que atraviesa las heridas” canta el actor Nao Albet versionando a Joe Crepúsculo al final de La película de nuestra vida de Enrique Baró Ubach. Un ejercicio de pura nostalgia por los veranos vividos en familia, por todas esas cosas que se van guardando en cajones y que después de un tiempo se encuentran por casualidad y reviven en el interior de las personas recuerdos ya olvidados. Baró Ubach juega a recrear esos veranos familiares en una casa que ya no pertenece a las personas que allí dejaron esos recuerdos y a rememorar sus propios intentos de hacer cine, en una película que no es solo la de su vida. Cualquier persona que se siente frente a la pantalla puede reconocerse, reconocer a sus hermanos mayores, a sus padres, dando vueltas por la casa en bicicleta, emulando a sus ídolos con un balón entre las piernas o tirándose unos a otros a la piscina para abrir boca antes de comer. Veranos y personas que ya no están pero que se recuerdan desde la alegría de lo vivido aun sabiendo que no volverán.
También como si de una carta de amor cinematográfica se tratase, recuerda el cineasta Eric Pauwels a su madre fallecida recientemente en La deuxième nuit. Sin embargo, al contrario de lo que hace Baró, Pauwels recurre desde el principio a la tristeza de la separación. A esa segunda noche de vida en la que la madre y el hijo se separan por primera vez; a esa segunda noche en la que ya se es consciente de que la persona fallecida no va a volver jamás. El belga hace un repaso por la vida de su madre, antes y después de que él llegara a este mundo, de las inquietudes de una joven que todavía no le tenía en mente a la visión que de una madre se tiene de niño. Los lazos materno-filiales y la constante sensación de la pérdida son las bases de esta película realizada con los retazos de las imágenes filmadas por Pauwels a lo largo de su carrera, más películas antiguas en las que aparece él de pequeño junto a su madre y fotografías de esta y de su familia, mientras que en off el propio director va narrando su relación con ella rozando en algunos momentos el más puro sentimentalismo.
Igualmente, la voz en off de la directora Fiona Tan emerge desde las miles de fotografías de las que se compone Ascent, todas ellas con un denominador común: el monte Fuji. Por un lado, Tan nos va contando la historia del volcán unida siempre a la historia de Japón. Desde su mitología religiosa a su simbología de poder, pasando por la simple frivolidad de retratarse con una imagen típica del país al fondo. Desde la época imperial a la derrota en la segunda guerra mundial y al despunte del que hoy en día es uno de los países más desarrollados tecnológicamente. Las fotografías, algunas con casi 150 años, que Tan ha recopilado para su película parecen cobran vida con los sonidos que añade en el montaje para cada paisaje, para cada momento en el que se supone fueron tomadas. La voz en off va alternando la crónica del monte con una historia a dos voces en la que un hombre, ya ausente, relata su subida al monte mientras una mujer va recordando ese mismo viaje cuyo protagonista fue su amor perdido. De nuevo estamos ante una carta de amor a través del cine y de la fotografía para una persona fallecida en Ascent, una de las propuestas más potentes y que más nos han gustado de este Documenta 2017.
Guerras, dictaduras y familias destrozadas.
No dejamos las fotografías para contar la historia de los fallecidos. Tampoco la voz en off que se utiliza en Luz Obscura para que los hijos de una pareja de víctimas de la dictadura de Salazar en Portugal recuerden sobre las fotografías de sus familiares muertos los días en los que, siendo niños, vieron cómo sus padres fueron arrancados de su lado para, en muchos de los casos, no volver a verlos nunca más. Plasmar los testimonios de las víctimas, o en este caso de sus allegados, de torturas provocadas por los gobiernos de tantas y tantas dictaduras a lo largo y ancho del planeta es sin duda uno de los temas recurrentes en el cine documental. Mostrar el dolor de quienes no son capaces de imaginar por las torturas que tuvieron que pasar sus seres queridos, testimoniar las que sufrieron quienes sobrevivieron a duras penas a ellas, y, por supuesto, no dejar que caigan en el olvido regímenes dictatoriales y prácticas que, aún a día de hoy, se siguen manteniendo en algunos países, son las principales motivaciones de cineastas como Susana De Sousa Dias. Sin embargo, su falta de coherencia formal y narrativa impide que dichos testimonios logren calar y mucho menos emocionar, impidiendo así provocar el objetivo final de lo que pretende.
Y si de desaparecidos y torturados hablamos, no podía faltar en Documenta Madrid un documental sobre las consecuencias de la dictadura de Pinochet. El pacto de Adriana comienza siendo el trabajo de una joven chilena para documentar la vida de su tía, y acaba destapando toda la podredumbre que aún se esconde (se trata de esconder) bajo las mentiras y los silencios de los opresores. Si ya es aterrador descubrir la falta de humanidad que durante años se ha vivido en el propio país, en la misma ciudad, en el mismo barrio o incluso dentro de la propia familia, ¿cuán espeluznante puede ser para la directora Lissette Orozco ir descubriendo a tiempo real que quizá alguien a quien idolatraba pudo formar parte de ese régimen y esas torturas? El documental va tomando forma a medida que Orozco va descubriendo pistas que pueden involucrar a su tía con la DINA, con las entrevistas que realiza a gente que dice haberla conocido entonces y, sobre todo, con las charlas que mantienen las dos a través de skype en las que aquella va negando rotundamente todas las evidencias que hay contra ella. Lissette duda mientras hace dudar al espectador, se resiste a creer pero a la vez es consciente de que las pruebas pueden ser irrefutables. Finalmente, deja la puerta abierta a la duda más que a una más que probable certeza. Pero, ¿quién sabe si la duda puede ser más dañina que la certeza?
De pasados en conflicto con secuelas que perduran a guerras que todavía duran más de lo que algunos recuerdan. Entre la guerra interna contra el régimen de Al-Asad y la externa contra el grupo terrorista Estado Islámico, sigue viviendo la población siria a día de hoy. Si ya hace unos años veíamos en Documenta Madrid documentales de cómo la población luchaba por rebelarse contra los ataques del régimen, en esta edición se ha optado por ofrecer el relato de una joven kurda que se empeña en mantener con “vida” la emisora de radio local de la destruida Kobane. Radio Kobanî apuesta por ofrecer una visión esperanzadora de un país donde parece que no queda ya ninguna. Sin obviar las consecuencias de los bombardeos (tremendas las imágenes en las que los vecinos sacan los cuerpos desmembrados de debajo de los escombros), la película de Reber Dosky elige contar cómo la ciudad se reconstruye las veces que haga falta para poder continuar una vida que otros se empeñan en destruir. No más lágrimas de las necesarias, sin embargo, no evitan que la historia acabe por caer en la sensiblería al dejar a un lado la fortaleza y el espíritu de supervivencia de los ciudadanos de Kobane y centrarse en demasía en la vida personal de la protagonista.
La fuerza de las imágenes.
Sin testimonios o explicaciones en las que apoyar lo que el director Sebastian Mez pretende contar en Postcards from the verge – la realidad cotidiana en la Franja de Gaza -, el alemán se vale únicamente de las imágenes que grabó durante sus viajes a Israel; imágenes de las calles y los campos del lugar en un blanco y negro intenso que refuerzan la alusión al título de crear postales a través de la visión de la frontera. Sin embargo, la intención no es simplemente la de recoger visualmente los distintos lugares que Mez recorrió en su periplo por la Franja. El director recrea la cotidianeidad que no aparece en sus imágenes a través de los sonidos que recoge fuera de campo. Como experimentación con las imágenes prácticamente fijas y el sonido, al igual que se hiciera en la ya comentada Ascent, la premisa de Postcards from the verge, amparada en la potencia de su fotografía, comienza de manera muy interesante para irse, por desgracia, diluyendo cuando Mez intenta ir más allá en su intento de experimentar con los formatos.
Y, hablando de potencia visual, terminamos el resumen con la merecida ganadora de esta edición de Documenta Madrid, la georgiana City of the sun. Chiatura, una de tantas ciudades perdidas en el corazón de Georgia; un recuerdo en vida de lo que una vez debió ser un gran baluarte de la sociedad soviética. Grandiosas edificaciones abandonadas a su suerte; fábricas en ruinas que sobresalen majestuosos sobre el valle que aísla la ciudad; estadios deportivos imponentes donde nunca participarán jaleadas por una multitud que no dejará un asiento vacío las dos aspirantes a atletas olímpicas que, con un disciplinado ritmo, entrenan sin parar en sus pistas abandonadas. Rati Oneli, el director de esta magnífica película, se acerca a esta pequeña población para enseñarnos que, tras la casi fantasmagórica imagen que desde fuera parece ofrecer Chiatura, en su interior la vida cotidiana de sus vecinos trata de salir de esa misma monotonía que, paradójicamente, forma parte de la propia idiosincrasia que desprenden para ello. La exquisita fotografía de City of the sun, su simetría y el sutil movimiento cadencioso de la cámara, se fusiona con el pueblo y con la rutina de sus gentes tanto en sus quehaceres laborales y domésticos como en su intento de convertirse en actores, músicos o deportistas de élite. Quizá una de las propuestas visuales y narrativas más interesantes de las que hemos podido ver, no solo en esta, sino en varias de las ediciones de este Documenta Madrid que, un año más, ha demostrado ser uno de los festivales más estimulantes del panorama cinematográfico patrio. Hasta el año que viene.