La ambición y sus consecuencias.
Santiago Mitre se convirtió en un referente del cine latinoamericano en la esfera internacional con tan solo dos películas en su haber. Tras triunfar en 2015 en el Festival de Cannes con Paulina, repitió este año con La cordillera, su trabajo más ambicioso hasta la fecha, que generó opiniones encontradas, lejos del consenso obtenido por su predecesora. En esta ocasión, el argentino abandona las pequeñas historias con un fuerte trasfondo sociopolítico y se sumerge en una que, pese a mantener ciertas similitudes temáticas y conceptuales con El estudiante, su ópera prima, deja el ambiente universitario para adentrarse en las altas esferas del poder.
Con un plano secuencia interrumpido intermitentemente por los títulos de crédito iniciales, Mitre realiza una introducción que expone las características personales del protagonista y de las cuestiones que tendrán una mayor relevancia en la narración. Esta declaración de intenciones remite a la secuencia que abre Paulina, donde se presentaba el conflicto intergeneracional existente entre la protagonista y su progenitor, el eje que vertebraba el relato y sus ramificaciones éticas y políticas.
En su nueva película, el cineasta utiliza el mismo recurso para anticipar la complejidad que subyace bajo la aparente incompetencia de su protagonista (Ricardo Darín), el recién electo presidente de la República Argentina, que debe viajar para enfrentarse a su primera gran prueba en el cargo: una importante Cumbre de presidentes latinoamericanos.
Aunque en un principio la línea política se sitúa en un primer plano, el enfoque se extiende paulatinamente hacia otros horizontes, relacionados con la vida privada del personaje interpretado por Ricardo Darín, que también se ve obligado a resolver un escándalo en el que se vio involucrado en sus tiempos de alcalde local. La ambición mencionada anteriormente no se refiere en exclusiva a la magnitud de la producción, sino también a la forma de abordar la multiplicidad de tramas y géneros. Además de las vertientes ya comentadas, surge una inesperada y errática dimensión familiar con la que se intenta explorar el origen del mal, de aquello que escondemos bajo nuestra fachada, lo que posibilita una deriva narrativa rayana a la onírico y/o sobrenatural.
A pesar de encontrarse muy por debajo de sus anteriores trabajos, sin alcanzar su veracidad ni su fluidez narrativa, la trama política de La cordillera se desenvuelve con solvencia aunque manteniéndose en todo momento en unos niveles que apenas sobrepasan el aprobado. Sin embargo, sus problemas son generados por la colisión entre las diferentes vertientes del film, cuya cohesión no se llega a producir, quedando algunas de ellas como meros esbozos. El drama familiar, con Dolores Fonzi de nuevo en el papel de hija problemática, va perdiendo interés conforme se aproxima el desenlace, y con ello la necesidad de ligarlo a la línea principal.
En definitiva, el último trabajo de Santiago Mitre no es del todo satisfactorio por su incomprensible ansia de trascender. Al jugar con el tema de lo oculto y sus implicaciones, trata de justificar la escasa información que suministra y la ausencia de respuestas a todas las cuestiones que plantea, cuya pertinencia es un tanto discutible. Aunque, dejémoslo bien claro, sin todos estos añadidos innecesarios, la cinta seguiría siendo una obra menor dentro de la filmografía del bonaerense.