El drama se asienta en la sección oficial del SEFF.
Con tan solo dos películas de larga duración a sus espaldas, se puede decir sin ningún miedo que Valeska Grisebach se ha consagrado como una de las voces más interesantes del cine europeo actual. En Western, su nueva y celebrada cinta, el riguroso trabajo de puesta en escena y el desarrollo del protagonista a través de la relación que mantiene con la cámara entran en conflicto con la introducción de algunos grandes temas, algo que no sucedía en Sehnsucht (Nostalgia), su ópera prima. Donde verdaderamente destaca la cineasta germana es en el ejercicio de captación de las acciones de sus personajes, definidos a partir de lo que se plasma en imágenes pero también mediante aquello que se omite, por lo que el continuo sobrevuelo de temáticas como el racismo y la inmigración por la narración supone un obstáculo a superar si se quiere alcanzar lo esencial: en este caso, la cuestión de la comunicación, el estudio de las dinámicas de grupo y el comportamiento del individuo dentro y fuera del mismo. Western es la historia de una cuadrilla de obreros alemanes que se instala en un campamento localizado en tierras búlgaras para construir una central hidráulica, y su notable resultado final se debe a la capacidad de Grisebach para seguir incansablemente a su protagonista —que se encuentra fuera de sitio esté cerca de un bando o de otro— y lograr así que las pequeñas cosas importen más que las grandes, que el trabajo formal haga suya la materia sin importar su procedencia.
Nueve son los años que ha tardado Lucrecia Martel en volver al cine tras dirigir La mujer sin cabeza, su tercer largometraje. La interminable espera puede verse recompensada para muchos con el que es su proyecto más ambicioso hasta la fecha, Zama, en el que adapta la novela homónima de Antonio Di Benedetto, que narra la también interminable espera del corregidor Don Diego de Zama para ser trasladado a Buenos Aires. Aunque se trata de una película muy distinta a lo que había hecho anteriormente, Martel se mantiene fiel a su trabajo con el sonido, el motor de toda su obra. A su vez, el salto cuantitativo —que parece llegar impuesto por el largo tiempo transcurrido entre La mujer sin cabeza y Zama— puede convertirse en un arma de doble filo, pues da la sensación de que la cineasta es consciente en todo momento de que está filmando algo muy grande, superior en importancia a todo aquello que se encuentra a su alrededor. Pero lo cierto es que no sería justo reprocharle demasiado a un film tan meritorio e inclasificable como éste —aunque en esta ocasión la cineasta se posicione por encima del mismo e incluso del público—, con una excepcional labor escénica y compositiva que posibilita que su tono se sitúe a medio camino entre la meticulosa recreación histórica y la irrealidad en la que se ve inmerso el protagonista.
Tras ser laureada en Sundance y en la sección Panorama de la Berlinale y reivindicada como la Brokeback Mountain inglesa, se presenta Tierra de Dios en la Sección Oficial del Festival de Sevilla. Dejando a un lado la obvia y facilona comparación, el debut de Francis Lee se propone tratar, más que un relato de autodescubrimiento, uno de realización personal en un entorno tan hostil como estanco. John Saxby —un joven granjero de Yorkshire— se encuentra en plena crisis existencial, y solo consigue olvidar sus problemas a base de alcohol y sexo. Sin embargo, la llegada de un inmigrante rumano para ayudarle con la cría de ovejas le ayudará a salir de esa espiral de autodestrucción en la que se había sumido. Aunque las intenciones de Lee son nobles e interesantes a partes iguales, construyendo la relación entre los protagonistas a base de miradas en cerrados primeros planos y dotando de fuerza suficiente a unas imágenes que casi nunca necesitan acompañamiento musical, sus problemas más graves se encuentran en el arbitrario uso del plano general —los cortes casi nunca son precisos y el punto de vista a menudo no está justificado narrativamente— y en un guion que articula mal la segunda parte del relato y sus puntos de giro. Al final, nos encontramos ante un convencional drama con la homosexualidad como tema principal que no alcanza la poesía buscada, pero que cuenta con dos interpretaciones casi antagónicas pero realmente valiosas.