26 de abril de 2024

SEFF 2017: Crónica 2

La cosa mejora en la segunda jornada del SEFF’17.

En la segunda jornada del Festival de Sevilla hemos podido ver la reciente ganadora de Sitges, Jupiter’s Moon, que sembró la polémica entre la prensa y el público asistente, quedando ambos descontentos con su victoria. Fue una verdadera sorpresa que un título tan machacado por la crítica en la pasada edición del Festival de Cannes logrará convencer por unanimidad al jurado del certamen catalán, imponiéndose a títulos más proclives al consenso como A Ghost Story. La realidad, ahora que estamos en pleno derecho de opinar, es que el nuevo trabajo del húngaro Kornél Mundruczó es uno de los más estimulantes de todo el año, y que su labor de dirección se corresponde con aquello a lo que deberían aspirar la gran mayoría de directores de blockbusters. No se trata de ponerle ni quitarle al cineasta la etiqueta de autor —pese a sus innegables méritos, el talento de Mundruczó es limitado—, sino de destacar la importancia que tiene su libertad creativa a la hora de dirigir una película, siendo algo fundamental incluso en el cine de entretenimiento.

Jupiter’s Moon, a medio camino entre el cine más autoral y aquel más evasivo, combina la metáfora social —desde el drama de los refugiados hasta la situación actual de Hungría, pasando por una crisis de fe que se podría extender a toda Europa— con el virtuosismo narrativo, y la realidad social con la ciencia ficción —el joven emigrante Aryan adquiere el poder de levitar cuando es disparado al cruzar la frontera—. Si bien es cierto que la mayoría de temas son introducidos superficialmente y sin ánimo de profundizar en ellos, también lo es que nunca existe intención de trascender, utilizándolos para tejer una intensa narración que no se detiene en ningún momento. No obstante, si hay algo en lo que destaca la cinta por encima de todo es en el uso del plano secuencia, convirtiéndose en una solución narrativa inmejorable que aporta continuidad y que alterna puntos de vista con suma habilidad.

Niñato

Aunque el foco de atención de la presencia nacional en Las Nuevas Olas haya sido puesto casi en exclusiva sobre Algo muy gordo, el título inaugural de la sección, no debemos olvidarnos de Niñato, el debut en el largometraje de Adrián Orr, que llega a Sevilla tras su paso triunfal por el BAFICI, donde recibió el premio a la mejor película. Este híbrido entre la ficción y el documental se encargará de inaugurar el próximo Festival Márgenes, por lo que podemos decir que su recorrido por el circuito festivalero está siendo todo un éxito. Como continuación de su también galardonado cortometraje Buenos días resistencia, Orr introduce su cámara entre las paredes de un hogar donde habita una familia a la que podríamos llamar disfuncional. A sus 34 años, David —el niñato del título— se encuentra desempleado y debe hacerse cargo de sus tres hijos, a los que cría y educa en casa de sus padres y con su ayuda. Sin apenas tiempo que dedicar a su verdadera pasión —el rap— y a su novia, vemos con suma naturalidad y respeto el día a día de Niñato, quien no es juzgado en ningún momento por no ser el padre perfecto. La cercanía del seguimiento nunca supone una invasión absoluta de la intimidad, y consigue reflejar de forma límpida, sin hacerse notar, los pequeños conflictos que surgen entre el progenitor y sus vástagos. El problema, o al menos uno de ellos, es que las situaciones dramáticas —por el peso que adquiere el guion en la sala de montaje— no aparecen en consonancia con la dirección de la película, forzando discusiones y arcos dramáticos en los personajes. Así pues, el filme quiere trascender su condición de documental observacional sin discurso, sin ideas que mostrar sobre la ciudad que filma ni sobre una realidad social que todos conocemos, y transita de forma fallida entre la ternura y la más preocupante vacuidad.

Big big world

La turca Big Big World —situada dentro de la selección de las prenominadas a los Premios EFA— cuenta con una materia prima francamente buena: unos hermanos huérfanos que deciden escapar de sus respectivos hogares, una pareja de jóvenes intérpretes deslumbrante, el protagonismo de la inabarcable naturaleza… pero su existencia a duras penas logra sobrepasar la anécdota. Para empezar, el estilo de dirección de Reha Erdem se adentra en el peligroso terreno de la arbitrariedad. Víctima de un osado y nada satisfactorio lirismo, su manera de capturar la naturaleza —se alternan panorámicas del paisaje con primeros planos de serpientes, tortugas y animales varios— aleja por completo a la película del tono poético que sueña alcanzar, y la lucha entre la escasa intención y mordiente de sus imágenes contra la hostilidad y truculencia que habita en ese gran mundo al que alude el título se torna altamente desequilibrada. Por decirlo de una forma más fácilmente asimilable, la conjunción de los diferentes elementos y de sus funciones está articulada sin ningún rigor, depositando una confianza ciega en el impacto emocional —cuya funcionalidad está limitada a un nivel puramente superficial— de un relato subrayado en todo momento por una banda sonora invasiva que, antes que crear, destruye.

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