11 de mayo de 2024

SEFF 2017: Crónica 8

Penúltima crónica desde el SEFF’17.

Podemos dar por sentado que la carrera de Laurent Cantet como cineasta estará siempre ligada al compromiso social. Su nueva película, El taller de escritura, es la confirmación de que su vista se dirige irremisiblemente a las cuestiones morales y políticas de nuestra sociedad. A estas alturas hallamos un problema de entidad en su figura como creador, aún más palpable en una cinta como la que nos ocupa: el mundo avanza y las problemáticas sociales aumentan y se diversifican, pero Cantet se encuentra a una distancia cada vez mayor de los temas de los que habla, como si para él el tiempo se hubiera suspendido desde sus primeros trabajos, certeros en lo social y correctos en lo cinematográfico. En esta ocasión se mete de lleno en las dinámicas de un grupo de jóvenes inscritos en un taller en el que deberán escribir una novela negra coordinados por una autora de éxito. Sin embargo, en este contexto se encuentran tres problemas: el curso se desarrolla en verano y algunos de los participantes están obligados a realizarlo, por lo que su actitud puede no ser la adecuada; entre los alumnos hay diversidad de razas y nacionalidades, lo que propicia tensos debates en torno a la cuestión; y uno de los estudiantes está perturbado y es excesivamente racista, lo que añade más gravedad al asunto. Con un primer tramo en el que las interacciones que se dan generan cierto interés pese a la estereotipación de los personajes y los temas, El taller de escritura se acaba perdiendo cuando el cineasta comienza a desarrollar los elementos que harán que el relato derive en una metaficción con la que abandona sin mucho éxito su zona de confort. El director y guionista francés, que termina construyendo un discurso un tanto problemático al convertir intencionadamente en mártir al personaje portador de la inmoralidad —no sin antes plantear una relación tan inverosímil como tóxica y conveniente entren dos de los protagonistas—, está mucho más cerca de Ken Loach que del Laurent Cantet que dirigió El empleo del tiempo.

Ternura y la tercera persona

La palabra que mejor define el cine de Pablo Llorca es «milagro». Puede que no sea el mejor cineasta, para muchos ni siquiera será bueno, pero es pura magia lo que consigue hacer siempre a partir de su peculiar forma de filmar y montar sus películas. En el caso de Ternura y la tercera persona, una comedia que retrata a la perfección las relaciones humanas en un barrio obrero de la periferia sur de Madrid —La Fortuna—, resulta fascinante cómo aborda lo humano desde una perspectiva marcada por la excentricidad de personajes, situaciones y trabajo formal. Lo que Llorca narra aquí es, dentro del microcosmos en el que se sumerge, la historia de una joven que ha nacido en el mismo y que ha crecido junto a él. Mientras ella ve perfectamente normal vivir en un lugar al que ha terminado llegando incluso el Metro, su madre, una mujer trabajadora que siempre le ha dado todo lo que ha podido, aún cree encontrarse en el barrio al que emigró hace más de veinte años desde Bosnia. Los dos retratos simultáneos que ofrece el director y que se complementan a la perfección son igual de lúcidos y pertinentes, sirviendo prácticamente como estudio documental de una comunidad multicultural pasado por el siempre estimulante filtro del director de Días color naranja. Es increíble que con tanta confrontación y absurdo de por medio mantenga en todo momento una mirada amable y empática hacia los personajes, y esos son solo algunos de los motivos que convierten Ternura y la tercera persona en un logro absoluto.

Sicilian Ghost Story

No se puede decir que Sicilian Ghost Story —el segundo largometraje de la pareja de directores italianos formada por Fabio Grassadonia y Antonio Piazza— no cuente con una propuesta lo suficientemente atractiva para alcanzar un resultado interesante, que sea potencialmente capaz de conjugar la vertiente emocional de la historia con el exotismo que aportan los distintos géneros y temáticas que conforman la narración. Sin embargo, todos los elementos de los que dispone son desaprovechados. Como en su ópera prima, Salvo, los cineastas construyen un relato que surge como consecuencia de los actos de la mafia siciliana, dejando clara la importancia que le dan al entorno y a su naturaleza. Mientras que en su anterior película encontrábamos un trabajo sonoro cuyo impacto sensorial se contraponía a un tono hasta cierto punto sentimentaloide, en Sicilian Ghost Story, que cuenta con ideas argumentales interesantes, la afectación escénica y la arbitrariedad de la planificación impiden que el artificio emocional alcance un mínimo de sentido y cohesión en su transcurso. Narrado en parte a través de ridículas y reiterativas escenas oníricas, lo nuevo de Grassadonia y Piazza sirve para poner en duda el talento que dejaron entrever en su carta de presentación.

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