24 de abril de 2024

SEFF 2017: Crónica 7

El SEFF’17 se va acabando.

Tras comenzar con muy buen pie su andadura en el séptimo arte con la interesantísima Les Apaches, Thierry de Peretti regresa cuatro años más tarde con un film mucho más ambicioso políticamente. Ambientada también en la isla de Córcega —lugar de nacimiento del cineasta—, Une vie violente narra una historia particular que conecta con la situación conflictiva del territorio, especialmente a partir de 1976, año en el que el FLNC (Frente de Liberación Nacional Córcega) dio paso a la lucha armada. La historia es la de Stéphane, un joven cuyo futuro se ve truncado cuando lo encarcelan por ocultar una bolsa con armas que pertenece a un grupo de amigos delincuentes. Allí, en la cárcel, es atraído por un grupo independentista en ciernes. Lo que no sabe —ni él ni los más veteranos de sus compañeros— es que los de arriba lo tienen todo bajo control y que su intención no es otra que utilizarlos a su conveniencia. De Peretti narra en retrospectiva el proceso que se extiende desde la entrada del protagonista en la cárcel hasta la muerte de su mejor amigo a manos de un grupo mafioso enemigo —que abarca aproximadamente cinco años—, lo que le «obliga» a regresar a Bastia —pues se encuentra escondido París— para su entierro. Aunque los temas que trata la película son sumamente interesantes, especialmente el impacto que tienen los grupos nacionalistas y las motivaciones de sus diferentes escisiones, el cineasta francés no alcanza la complejidad narrativa de su debut, construyendo unos personajes que no siempre son bidimensionales y una trama en la que todo es verbalizado, asfixiando así todo su potencial cinematográfico y parte del dramático. En cualquier caso, Une vie violente confirma las aptitudes de este director.

Little crusader

Es raro encontrar entre las candidatas a hacerse con el Giraldillo de Oro un trabajo de las características de Little Crusader, el segundo largometraje del checo Václav Kadrnka, flamante ganador del Globo de Cristal a la mejor película en el Festival de Karlovy Vary. Tomando como punto de partida metáforico un poema que versa sobre la Cruzada de los Niños, la narración sigue desde un punto de vista principalmente subjetivo a un padre en busca de su hijo, que huyó vestido con una armadura infantil. Esta incansable búsqueda, entre la inocencia de la niñez que se transmite a la mirada paterna y la desesperación y el sentimiento de culpa que surgen con el fracaso, cuenta con una fotografía luminosa donde predominan el blanco de las túnicas y el brillo de las armaduras, así como una relación de aspecto de 4:3 que posibilita unos encuadres cerrados en los que los personajes solo pueden avanzar verticalmente —aunque en la mayoría de ocasiones se mantienen igual de estáticos que la cámara—. A la manera de una road movie medieval, Little Crusader se muestra críptica y cercana al mismo tiempo, consciente de la infinidad de ideas visuales —de luz, color y montaje— que tiene su creador. Kadrnka sale airoso de la difícil tarea de dar forma cinematográfica a un poema en esta minimalista y épica película, una fuerte candidata a prácticamente cualquier premio del palmarés desde este mismo instante.

Colo

En los primeros minutos de Colo, Teresa Villaverde contextualiza la crisis económica que afecta a la familia protagonista y filma a sus miembros a través de ventanas y a una distancia prudencial, para poco tiempo después irrumpir en sus vidas y cambiar esa perspectiva tan lejana —que los muestra como parte de un entorno consumido por la miseria— por otra bastante indeterminada. Aunque la película está narrada en clave de drama social, la directora portuguesa vuelve a interesarse por temas tratados en su obra anterior, aunque con un enfoque que no busca alcanzar la fuerza expresiva de, por ejemplo, Los mutantes. Esto no quiere decir que las pretensiones estéticas de Villaverde se vean reducidas, pues aquí intenta epatar desde la sobriedad, sobre todo mediante las panorámicas de los exteriores, los reencuadres en interiores y algunos travellings laterales que en muy pocas ocasiones tienen un sentido narrativo. Para que nos entendamos, la cineasta cree firmemente en la idea de que los problemas sociales generan unos comportamientos determinados en el ser humano y su interacción con otros, estableciendo unas máximas de actuación que convierten la cinta en un comedia involuntaria. Los personajes, condenados desde el minuto cero a vagar absurdamente por el mundo, son marionetas cuyo único fin es representar un callejón sin salida. Plagada de símbolos y metáforas carentes de valor, Colo es un desastre absoluto provocado, entre cosas, por la misantropía de una autora que termina obviando la naturaleza de las cosas.

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