23 de abril de 2024

FICX 2018: La profesora de parvulario y Wildlife

Los Gyllenhaal se cuelan en el FICX.

Poniendo nuevamente el foco de nuestra cobertura en la extraordinaria sección oficial de esta edición, es el turno de dos películas norteamericanas que, pese a estar ambientadas en épocas muy distintas, incorporan personajes femeninos muy interesantes y cuya toma de decisiones probablemente acabe con la paciencia de más de un espectador. La diferencia más importante entre ambas radica en el punto de vista: mientras La profesora de parvulario –remake de la cinta homónima dirigida por Nadav Lapid– está narrada desde la perspectiva de la maestra que da título al filme, en Wildlife somos partícipes de los descubrimientos de un chico de 14 años. Si a partir de los extraordinarios personajes encarnados –habría que preguntarse si lo extraordinario es la encarnación en vez del personaje– por Maggie Gyllenhaal y Carey Mulligan se pueden adivinar ciertas similitudes entre ambas propuestas, todo lo demás refuerza sus diferencias, pues donde una opera por exceso la otra lo hace por defecto.

Galardonada en Sundance –donde también estuvo Wildlife– con el premio a la mejor dirección, se puede afirmar con rotundidad que La profesora de parvulario no aporta absolutamente nada a la original, ni tampoco la mejora en ningún aspecto, si acaso en lo digerible que pueda resultar para un público que sigue molestándose por el actuar de su protagonista. Teniendo en cuenta lo difícil que es encontrarle sentido a su existencia más allá de las razones comerciales conocidas por todos, debemos reconocerle a este remake la suficiente –y meritoria– habilidad para evitar caer en un ridículo que se daba por hecho. Si la naturaleza de la obra por sí misma es problemática, todavía será más complicado replicarla partiendo de un resultado tan extraordinario como el conseguido por Lapid. Sara Colangelo se queda realmente lejos de lograrlo, como era de esperar, pero al menos es capaz de trasladar a su segundo largometraje buena parte de las virtudes que atesoraba su predecesora. El filme del israelí poseía un extraño y seductor contraste al tomar el punto de vista de la profesora pero con la cámara casi siempre a la altura del niño, cosa que aquí se pierde al bascular entre la mirada de ambos, como bien se explicita en una escena. Se trata de una evidente declaración de intenciones: la directora seguirá a la protagonista hasta el punto de revelar la totalidad de sus motivaciones, sus frustraciones y cualquier otro factor que pueda ser determinante para tratar de comprender la perturbadora relación entre profesora y alumno. Digamos que la construcción del personaje femenino adopta los parámetros del mainstream de principio a fin, para que así el impacto de sus decisiones sea menor, o en cierto modo comprensible. Afortunadamente, el material de partida es tan bueno que conserva algunos de sus atributos y cierta ambigüedad después de esa toma de contacto con el público, así como logra sobrevivir a un par de secuencias de transición con su acompañamiento musical y con la insignificancia de sus imágenes líquidas. Nos estamos extendiendo demasiado para decir algo que se puede resumir con facilidad: la versión estadounidense expone en su superficie todo el subtexto de la israelí y confía en una soberbia Maggie Gyllenhaal para mantener cierto interés.

Wildlife

El debut de Paul Dano en la dirección maneja unos códigos muy distintos a los de la obra anteriormente comentada, y podría decirse que también a los de la mayoría de ese cine independiente en el que irremediablemente se encuadra. Se distingue de prácticamente cualquier otra película que hayamos visto últimamente por una cuestión de mirada, en la que conviene entrar sin perder tiempo en aspectos argumentales: dado que el punto de vista le corresponde en todo momento al joven protagonista, obligado a (re)construir el mundo de cero, pues asiste al derrumbamiento de su familia, una aparentemente feliz, lo que la cámara proyecta es una clara extensión de su mirada y, al mismo tiempo, de la del propio Dano. El parecido físico entre el ya cineasta y Ed Oxenbould podría ser casual si no fuera por la sinceridad y sensibilidad que emanan de cada una de las imágenes de esta adaptación de Richard Ford, sin olvidar ese impecable, emocionante y humano plano final que refuerza la relación –o más bien la unión– entre el autor y el personaje que este ha coescrito junto con su pareja Zoe Kazan. Todo el desarrollo dramático de una película dramática como pocas se produce mediante la suma de revelaciones, de detalles de muy diversa importancia que configuran el paso de la infancia a la madurez de un niño al que las circunstancias convierten en adulto, y esquiva psicologismos y herramientas que puedan facilitar la racionalización de un proceso complejo y natural. Por lo demás, Dano demuestra talento tanto por lo que hace como por lo que decide no hacer; la materia prima de la obra –literaria y fílmica– está siempre en contacto con el lugar común y con la explicación coyuntural, pero todos los elementos contribuyen a enriquecer un contexto social y político vasto y devastador. También se acerca a la excelencia en la dirección de actores, consiguiendo la mejor interpretación de Carey Mulligan hasta la fecha, que pone cuerpo y voz a un personaje complejo que requiere constantes cambios de registro. El caso de Jake Gyllenhaal es muy distinto, pero está muy cerca de lograr que olvide los tics que ha adquirido a las órdenes de directores mediocres como Dan Gilroy, Tom Ford, Denis Villeneuve o Jean-Marc Vallée. En Wildlife acontecen cosas importantes, sucesos relevantes que marcarán la vida de su trío protagonista y que son narrados como tal, pero también hay lugar para que Paul Dano transmita gusto y placer por el simple hecho de filmar: imágenes tan dispares como los primeros planos y las panorámicas del paisaje fascinan por igual en este más que prometedor debut.

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