Buceando en los recuerdos en la primera crónica de Documenta.
De nuevo un año más, el mes de mayo llega con alergias, astenia, calor repentino, pero también con una de las citas más esperadas del año para todo aquel cinéfilo que se encuentre en Madrid en estos días. La luz primaveral inunda el impresionante espacio de Matadero y acoge un festival que se va acercando a su mayoría de edad de una manera precoz, ofreciendo cada año que pasa mayor variedad en sus propuestas y, definitivamente, mayor calidad.
Y por supuesto, como venimos haciendo desde hace años, desde Cinema Ad Hoc no podemos dejar de asistir, cubrir y recomendar vehementemente Documenta Madrid que este año se inauguraba con la proyección de Manu, un documental que a su vez recoge la figura de uno de los documentalistas más reputados de Bélgica. Manu Bonmariage, prácticamente desconocido en España, está considerado uno de los pioneros del cine directo en Europa y a sus 76 años (en la película duda constantemente de su edad) y aquejado de Alzheimer sigue cámara en mano empeñado en conseguir sacar adelante un nuevo proyecto. Manu es una carta de amor tanto a la figura como al trabajo de Bonmariage realizada por su propia hija Emmanuelle, quien, al contrario que su padre, dirige con precisión sin dejar nada a la improvisación, lo cual choca frontalmente con la personalidad del cineasta. Padre e hija afrontan los recuerdos, el preocupante presente y el futuro incierto de Manu en una película que, si bien no profundiza demasiado en la obra del director y se hace un tanto difícil captar las referencias para quienes no la conocíamos, sí se muestra su faceta más humana y familiar dedicando buena parte del metraje a los momentos más dolorosos de su vida.
También con los recuerdos juega una de las películas más tiernas, emotivas y contundentes en su discurso que recordamos haber visto en todas las ediciones a las que hemos asistido de Documenta Madrid: Madame. Todo el material que integra Madame es archivo fotográfico y fílmico del propio director, Stéphane Riethauser, y de su familia con el que compone una carta póstuma a su abuela, Caroline Della Beffa, para hablarle de todo aquello que no pudo, o no supo, contarle en vida. Riethauser se dirige a ella para hablarle de su trayecto vital hasta encontrarse con su verdadero yo, de cómo nacido y criado en un entorno completamente burgués y heteropatriarcal en el que su propio ser no tiene cabida, acaba por enfrentarse a ello y dejar salir su esencia innata. Su salida del armario y la confrontación con la sociedad de los años 80/90 a la que Stéphane tuvo que hacer frente, conectan por completo con la de los años 20 a la que su abuela, una carismática nonagenaria sin la cual Madame no tendría la mitad de la fuerza que inspira, también se enfrentó haciendo de ella una mujer fuerte, independiente y con una personalidad arrolladora. Abuela y nieto crean un diálogo categórico sobre sus respectivas rebeldías contra los cánones y los roles de género establecidos en una y otra época, y sobre su estrecha y entrañable relación en una película que no cae en la lágrima fácil en ningún momento pero que, a su vez, el hecho de estar compuesta por completo de material de archivo la hace tan real que inevitablemente termina por emocionar a cualquiera con un mínimo de sensibilidad. Una gozada de documental, sin duda.
Los recuerdos de Tania en By the name of Tania, sin embargo, tienen que ser relatados por otra persona como propios por la incapacidad de aquella para poder expresarlos debido al sufrimiento que le generaron. La trata de mujeres es un tema que siempre genera expectación y que se recoge en los documentales con la firme intención, desgraciadamente no conseguida aún, de concienciar y acabar de una vez por todas con ello. Las directoras Bénédicte Liénard y Mary Jiménez se trasladan hasta el Amazonas para recrear la captación de Tania (nombre también ficticio), una adolescente peruana que es reclutada por una transexual que le ofrece todo su cariño y una vida mejor sacándola de la pobreza en la que vive, pero cuando se da cuenta del engaño al que está siendo sometida ya es demasiado tarde. Su angustia, su resistencia y su posterior huida se narran con una voz distinta a la suya pero con la que sentimos en todo momento la desolación que cada vez la va minando más profundamente. La poesía visual con la que las directoras reflejan la historia de Tania, así como la cadencia con la que se narra toda su experiencia, contrastan con la depravación, la podredumbre y la miseria moral de lo que se está contando. Tania es un compendio de todas las chicas que han pasado por la misma situación que denuncia el documental, un reflejo de todas aquellas que consiguieron contarlo y dar voz a tantas otras que se quedaron por el camino.