28 de marzo de 2024

Filmadrid 2016: Crónica 1

Francofonia-Imagen-1

Primera crónica de Filmadrid.

Madrid prende la llama del cine. Ha arrancado la segunda edición de Filmadrid, festival internacional de cine de la capital española, que se desarrollará entre los días 2 y 11 de junio. El pasado jueves tuvo lugar la sesión de inauguración, en la que se proyectó, fuera de concurso, Francofonia (2015). La nueva película de Alexandr Sokurov –Madre e hijo (1997); Elegía de un viaje (2001)– presenta una nueva inmersión museística, tras la realizada en El arca rusa (2002), película tan llamativa por haber sido rodada en un único plano secuencia. La puesta en escena de Francofonia es opuesta: imágenes de archivo, dramatización de momentos históricos interpretados por actores, planos de recorrido del museo en la actualidad, incluso secuencias en las que aparece el propio Sokurov –narrador de la obra– en un despacho, terminando la propia película que está siendo proyectada…El discurso narrativo destaca por la fragmentación y el compendio de recursos.

El director ruso establece un diálogo entre arte y poder. A preguntas retóricas tales como “¿Qué sería de nosotros sin los museos?” o “¿Quién quiere París sin el Louvre?”, el autor proyecta su mirada hacia el pasado para reflexionar acerca del irresistible influjo que el arte ejerce sobre los máximos dirigentes, especialmente dictadores y conquistadores –especial mención al fantasma de Napoleón que pasea por el museo–. De esta manera, sugiere que el concepto de nacionalidad se construye desde el número de obras atesoradas, a la vez que pone en duda tal concepto al exponer la enorme cantidad de tesoros artísticos que pertenecen a otras culturas y naciones, y todavía le queda tiempo para diseccionar Europa, su pasado y las diferencias entre los diferentes bloques que la conforman –comparativa entre cómo los nazis trataron París y el Louvre frente a San Petersburgo y el Hermitage–.

Il passaggio della línea
Il passaggio della línea

El viernes comenzaban a rodar los proyectores de las diferentes secciones del festival. En las instalaciones del Cine Paz dio comienzo el Foco Pietro Marcello, uno de los apartados paralelos del certamen, en el que se presentan obras de un autor al que se le dedica una pequeña retrospectiva –este año habrá dos Focos más, los de Júlio Bressane y Boris Lehman–. En esta primera sesión se proyectaron dos mediometrajes del autor italiano. El primero, Il passaggio della línea (2007), su opera prima, es un documental que retrata la sociedad italiana a bordo de una serie de trenes que a su vez son una excelente metáfora del alce y caída del país. Construidos durante el milagro económico, la desaparición de estas líneas ferroviarias fue una de las múltiples víctimas de la crisis económica que todavía se vive en el país mediterráneo. Italianos del sur que emigran al norte para buscar trabajo, incluso sólo durante días u horas, personas que literalmente viven en los trenes, gentes de diferentes nacionalidades, Marcello construye una atmósfera etérea desde la realidad más absoluta. El bucle del tiempo se hace patente en innumerables viajes, en infinitas vías de tren, y esta repetición se sostiene en un tiempo muerto de corte onírico, en el que el realizador convierte los no-lugares en apasionantes estampas industriales.

Il silenzio di Pelešjan
Il silenzio di Pelešjan

El segundo mediometraje proyectado fue Il silenzio di Pelešjan (2011), un encargo de la televisión pública italiana, un documental en el que analizar el cine de Artavazd Pelešjan, director soviético de origen armenio. El propio Marcello no considera esta una obra completamente suya, pues entre sus imágenes y reflexiones en off intercala una buena cantidad de fragmentos del cine de Pelešjan. Sin embargo, las señas de identidad que definían a la anterior se mantienen en esta, una obra esquiva, destacablemente estilizada para tratarse de un documental, en la que lo visual se impone sobre lo verbal, y especialmente en este caso, pues el cineasta soviético considera que la palabra es un arma muy peligrosa, y por ello decide no usarla. Entre los planos rodados por el propio Pietro Marcello hay secuencias en las que filma a este personaje, que accedió a participar siempre que no tuviera que hablar, como así ocurre. Pelešjan los guía por la ciudad y sirve de hilo conductor con el que trenzar el discurso, una personalidad tan escurridiza como la propia pieza que entrega el documentalista italiano, que se propone establecer un diálogo que acerque posturas entre su cine y el de Pelešjan a través del empalme de fotogramas en la sala de montaje, precisamente a pesar de que el autor soviético consideraba que el montaje era una estrategia de separación, y no de asociación, como normalmente es entendido y especialmente en una escuela como la soviética, basada en este recurso.

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