29 de marzo de 2024

Críticas: Joker

La broma asesina.

En uno de los momentos más emblemáticos de El caballero oscuro de Christopher Nolan, el oscarizado Joker interpretado por Heath Ledger venía a decir que la locura es como la gravedad: basta con un pequeño empujón. El de Ledger era un personaje esquivo, ambiguo, emparentado con El cuervo de Proyas, y que jamás repetía la misma explicación sobre el origen de sus cicatrices. Era la personificación del caos y el caos, como bien señala Xavi Serra, “si lo explicas, lo desactivas”.

Este apunte es importante porque, viendo los tonos oscuros y la gravedad de cada secuencia, podría parecer que el Joker de Todd Phillips es continuista del de Christopher Nolan cuando en realidad es (también) todo lo contrario. Joker es una historia de orígenes tan chocante, contradictoria, e incómoda que podría haber sido escrita y dirigida por el payaso en persona. Pero tampoco es ninguna broma. La película de Phillips, conocido por dirigir la trilogía de Resacón en las Vegas, fuerza una nueva vuelta de tuerca sobre la solemnidad instaurada precisamente por directores como el mencionado Christopher Nolan o Zack Snyder dentro del universo DC. El valor diferencial de Joker dentro del cine superheroico consiste en alejarse de las producciones en cadena para todos los públicos y hacer especial énfasis en la mirada autoral. Para entendernos, Joker vendría a ser en el cine de superhéroes el equivalente a la distinción clasista que discrimina entre novela gráfica y cómic. En cualquier caso, lo que resulta indiscutible es que para bien o para mal, como explica David Ehrlich en su crítica para IndieWire, las películas de superhéroes nunca volverán a ser lo mismo. Siguiendo el comentario de Ehrlich, Joker es una buena noticia para el cine de superhéroes al apostar por una nueva narrativa íntima y libre de licra, pero cabría preguntarse si lo que nos espera ahora es una cartelera en la que los superhéroes, viendo agotada su fórmula clásica, buscan expandirse a costa de parasitar referentes culturales:¿Será la historia de la Viuda Negra y Ojo de Halcón en Budapest la nueva Casablanca? ¿Habrá en la última de Doctor Extraño una revisión de El exorcista? Lo que parece claro es que Joker ya es el nuevo Taxi Driver y El rey de la comedia juntas.

Todd Phillips no esconde sus deudas: a la ambientación estética de los bajos fondos del cine de Scorsese se suman los guiños abiertos a sus películas. Ahí queda Robert de Niro invirtiendo el papel que interpretaba en El rey de la comedia, o Joaquin Phoenix simulando volarse la tapa de los sesos como si fuera el Travis Bickle de Taxi Driver. También hay espacio para la referencia al clown, a través de ese cine decorado con estandartes de Charlot en el que se proyecta Tiempos Modernos y en el que Arthur Fleck / Joker se infiltra con un uniforme de acomodador que recuerda al del botones inmortalizado por Jerry Lewis. Sin embargo, donde más se manifiesta la cuestión del clown y del cuerpo como espacio de resistencia es en la propia figura y gestualidad de Joaquin Phoenix, algo que Mariona Borrull analiza en su texto para El Antepenúltimo Mohicano.

Sin lugar a dudas, el Arthur Fleck / Joker de Joaquin Phoenix es la auténtica estrella del show, pero esto no es ninguna novedad. 23 kilos había perdido el actor para encarnar a la antítesis de Batman. Su personaje cuenta con la fragilidad amenazante y la obsesión materna del Norman Bates de Psicosis. Fleck es un cómico fracasado, un personaje permanentemente vapuleado y, por si todo eso fuera poco, además tiene una patología que le provoca ataques de risa incontenible. Como El hombre que ríe de Víctor Hugo, referente ineludible en la génesis del Joker, Fleck está condenado a lucir su macabra sonrisa como seña de identidad. De esa tensión entre la mueca y la mirada desconsolada es de la que nace la genuina interpretación de Phoenix. El Joker ya no es el agente del caos de El caballero oscuro ni el macarra pandillero que personificaba Jared Leto en el Escuadrón Suicida. Hay un proceso de humanización que, no obstante, no deja de ser conflictivo en su desarrollo. Esto es: si tanto la risa como el llanto son contagiosos, la película de Todd Phillips consigue desactivar la primera pero encuentra problemas al trabajar sobre lo segundo. Desde el principio, Joker busca la empatía del espectador: Arthur Fleck es apaleado en la calle, lleva siempre consigo una tarjeta que advierte de su condición mental, tiene problemas en el trabajo… es una víctima del sistema que, sin querer ser símbolo de nada, termina por convertirse en el catalizador de unas revueltas sociales contra la clase acomodada. Todd Phillips trabaja con un material altamente inflamable, y su estudio de personaje fracasa al intentar explicar o argumentar el comportamiento de un personaje que es por definición inexplicable. En este sentido, después de todo parece consecuente que Joker concluya con esa imagen de frenopático que (con)funde la tragedia de Alguien voló sobre el nido del cuco con las persecuciones de Benny Hill.

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