29 de marzo de 2024

Críticas: Bad boys for life

Correrías maduras.

Sin estar claro quién las pide, durante los próximos años seguiremos siendo bombardeados por las secuelas tardías, instaurada con fuerza una nueva moda que supone una estrategia perfecta para los grandes estudios. La última herramienta para rentabilizar la nostalgia, y para mantener en el terreno de juego a los iconos veteranos. Una excusa para afectuosas reuniones y apelar al homenaje como argumento para seguir acomodados en la misma película. Nuevos tiempos, viejas esencias, maridajes insospechados. Este viernes nos llega un exponente de dicha ola, el regreso de una franquicia querida durante los 90. Se trata de Bad Boys for life, tercera entrega de la saga a la que vuelven Will Smith y Martin Lawrence pero no Michael Bay (que sí vemos en un cameo), siendo en esta ocasión Bilall Fallah y Adil El Arbi los encargados de la realización. Dos estrellas adentrándose sin complejos en la etapa más madura de su carrera pero que optan por seguir amortizando al máximo su probado carisma. Su estreno durante el mes de enero y el poco nombre de sus responsables no invitaban al optimismo, pero toda ocasión es buena para pasar un rato divertido. Y lejos de cualquier entusiasmo, es procedente afirmar que el filme ofrece esto mismo. Es un producto bastante estándar, con pocos elementos que destacar en su personalidad y en su narración, pero llevada a cabo con corrección, con eficiencia. Una película que rellena expediente.

Mike Lowrey y Marcus Burnett siguen impartiendo justicia en el Departamento de policía de Miami, dónde se han labrado una leyenda propia durante el transcurso de dos décadas. Marcus, que ya es abuelo, desea retirarse. Pero cuando un misterioso asesino motorizado emprenda una cruzada sangrienta vengativa contra un grupo de personas que incluye a Mike, que afortunadamente esquiva la muerte, ambos decidirán emprender una última cruzada para detener a este villano, que puede guardar con ellos una conexión insospechada. Una celebración crepuscular de unos héroes maduros que pese a aceptar la idea del adiós, todavía tienen tela por cortar. Una comedia buddy cop llena de rap, atardeceres en Miami, chascarrillos y explosivos tiroteos. Más de lo que otrora causó sensación, café balístico para muy cafeteros. Una cinta de acción competente, adecuada, conveniente.

Resuelve la papeleta de manera óptima. Es un filme bobo, simple, pero que funciona en sus propios términos. Una película ligera y desprejuiciada, que apuesta con descaro por la montaña rusa de testosterona, pistola disparada y goma quemada. Una película que no sería nada sin el encanto y chispa de su pareja central, que preservan su poderosa química y abrazan como herramienta cómica su aceptada madurez, que sirve a Martin Lawrence como elemento constante para sus gags. En lo que a realización se refiere, el filme está presentado con eficiencia: hiperfragmentada, cámara viva con planos circulares, agresivo retoque de color y constante música rítmica y festiva. Una película que desarrolla dramáticamente su villano, y da un trasfondo humano a los protagonistas que les dota peso narrativo. Una película que será pronto olvidada, pero que durante la proyección garantiza una sesión entretenida.

El estilo de realización del filme es similar al de Bay pero sin su energía, sobresaliendo esto especialmente en persecuciones de coches un tanto confusas. Curioso que en un filme con tanta acción sea este el elemento de menor interés. Y como con tantos blockbusters de nuestros días, el humor funciona por acumulación: se acumulan las frases guasonas cada minuto y sólo un tercio de las mismas funcionan a pleno rendimiento, pues su humor resulta pueril y cargante, sustentada en la perpetua lucha de patio entre gallitos, niños grandes. Considerando que están las semillas sembradas para una cuarta entrega, la presente no ofrece prácticamente ningún argumento para justificar este regreso, aún cuando la calidad de la película no desmerece con respecto a la de las anteriores. Es una película aceptable, pero que ni lo que desarrolla es especialmente interesante ni destaca en solitario. Y servidor no puede sino sentirse molesto ante la infantil manera de tratar la chulería, suavizándola de continuo con una concepción conservadora de la familia.

En definitiva, todos aquellos lectores que vibrasen en los 90 y primeros 2000 con los Chicos malos, probablemente lo pasen en grande. Si deseáis disfrutar en una sala de cine con una piruleta de masculinidad y violencia festiva, es una ocasión perfecta para ello. Pero por lo demás, es una película que aprueba el examen, pero a la que no le conviene acudir a revisión de nota.

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