El terror y la desolación de un sistema corrompido.
Sorprendente película, no por resultados artísticos reveladores (que también), sino por ver a un cineasta tan personal y con un universo propio (deudor del melodrama de los años 50) como Todd Haynes embarcarse en un proyecto, a priori, muy encorsetado en el cine de estudio. Más allá de la sorpresa inicial, el espectador –y más si es un seguidor empedernido de su filmografía- deberían confiar en el director de Carol y esperar más que un drama modélico de juicios. Por supuesto, Aguas oscuras lo es, pero también deja entrever en sus imágenes la maestría de un gran cineasta escondido en una trillada historia que, en otra manos, hubiera sido un producto eminentemente artesanal y que bajo su batuta se eleva como un notable thriller narrado con muy buen pulso y aderezado con una estética grisácea que incide en el estado decaído del protagonista.
El enésimo embate de David contra Goliat. El inevitable y ferviente impulso de hacer justicia frente a un sistema corrompido hasta los tuétanos. La parábola de un nuevo apasionado por una causa que focaliza todos sus esfuerzos, tiempo y obsesiones en intentar cumplir su cometido. En esta ocasión, se trata de Robert Billot, un abogado que emprendió un pleito larguísimo contra una de las grandes corporaciones de Estados Unidos, relacionada con la muerte de varios ciudadanos y la contaminación en zonas naturales aledañas a sus fábricas. Basada en hechos relatos, la película narra, a modo de crónica periodística, todos los acontecimientos en torno al caso y cómo éste afectó en lo personal al tenaz letrado.
Si es un encargo para luego producirse un filme autoral, a Todd Haynes le ha salido bastante redonda la jugada. Aguas oscuras será un trabajo menor en su carrera, pero tampoco desmerece en absoluto y tiene varios alicientes. El primero de ellos es improntar a la película una estética áspera, gris y sucia, como si de un elemento romántico se tratara y reflejara tanto el estado anímico del protagonista como la putrefacción de un sistema corrompido por la avaricia sin importar las consecuencias. Otro de sus puntos a favor es la pericia de Haynes (y los tres guionistas) de ahondar en el descenso atormentado a la desolación absoluta de Robert. La película resulta mucho más rica cuanto más se aleja del patrón clásico del drama de juicios, plantilla que la inmensa mayoría de espectadores se saben al dedillo. El principal escollo del filme es la previsibilidad de todo su conjunto, el desarrollo de todos los personajes, las reacciones de los mismos y el desenlace es tan obvio como efectivo. El director de Wonderstruck (El museo de las maravillas) logra solventar las carencias de la fórmula con una apuesta visual evocadora, por momentos, similar a una película de terror: el abogado es la víctima y el sistema es el monstruo que asola con todo.
Sin apenas darnos cuenta, en los últimos años, Mark Ruffalo se ha revelado como uno de los mejores actores de su generación gracias a títulos como Foxcatcher o Spotlight. A las órdenes de Todd Haynes ofrece una de sus mejores interpretaciones hasta la fecha, un personaje omnipresente al que Ruffalo le saca mucho provecho y desde una naturalidad comedida, sin exageraciones en este tipo de roles, muestra el desamparo, la desesperación y la rabia. También es destacable el trabajo de Anne Hathway, un rol pequeño, pero con importantes intervenciones; y sobre todo, Bill Camp, un eterno secundario que aquí tiene oportunidad de lucirse con el personaje del primer denunciante, un robaescenas de manual. Aguas oscuras es un rara avis en la filmografía de Todd Haynes, un proyecto inusual en coherencia con el resto de su obra, aunque es un thriller más poderoso y sugestivo de lo que aparentemente podría esperarse. Un David contra Goliat prototípico, pero tan sólido como visualmente inteligente.