24 de abril de 2024

Críticas: Arima

El desconcertante encuentro.

La democratización de los medios técnicos en la sociedad de la información abre cada vez más vías para el cine independiente, que cada vez encuentra más asequible sacar adelante producciones pese a la escasez de medios. El mejor ejemplo de esto, pese a la precariedad económica de su modelo y la preocupante escasez de espectadores, lo encontramos en el audiovisual español. Dentro de los márgenes del circuito de autor, sí, pero se consolidan cada vez más las vías de exhibición para el Novo Cinema Galego. Un cine pequeño y comarcal pero poderoso en su fuerza agreste y en su abstracción narrativo, más bajo el foco que nunca tras el éxito internacional de O que arde.

Habiéndose presentado a su vez Longa noite en el circuito festivalero de otoño, llega esta semana a la Cineteca de Matadero Madrid un nuevo exponente: Arima, ópera prima de Jaione Camborda. Una película rural y familiar de relato misterioso y premisa desconcertante. Película de la que poco sabía y que me despertaba algunos prejuicios, pero a cuyo visionado de prensa acudí presto, desconocedor de cuantas oportunidades más habría de verla en el futuro. Y si bien nunca acabe de entrar en la propuesta es evidente que nos hallamos ante una película única, muy personal. Un experimento críptico formal y narrativamente ambiguo, pero de varias capas tonales.

Galicia, lluvioso y frío otoño. Recogido pueblo verde de piedra gris. Cuatro mujeres y una niña convergen y comparten simples vidas en su aislado ecosistema. En su quietud cotidiana, se ven sorprendidas por la aparición de dos forasteros, enfrentados entre sí. El clima del hogar ultrajado de estas mujeres se verá trastocado de pleno, abriendo la puerta al temor, el misterio y a las reminiscencias de un pasado que retorna. Deseo y situaciones especulares en un escenario indefinido, enrarecido. Un thriller rural atmosférico y abstracto, que muestra el mundo agreste gallego desde una perspectiva novedosa. Una deconstrucción de género desde los códigos del cine de autor y una libertad ajena a restricciones genéricas. Una película sombría de lograda incomodidad, que traspasa la pantalla y se adhiere al espectador. Una película de logradas texturas granulosas, de sugerente cromatismo tenue. Un relato que cabalga entre pasado y presente, entre lo real y lo onírico. Una película de perpetua duda y danza en el alambre del terror, en la que incluso nos planteamos si estamos viendo a los mismos personajes en edades diferentes. Una película que sitúa al espectador en un entorno al que no está acostumbrado y logra que acepte un universo narrativo de eminente naturaleza ficticia pero con tono y formas propias del costumbrismo. Una película con virtudes sensoriales que no encontrará dificultades para que la crítica más pedante encuentre a su costa todo tipo de virtudes que enaltecer.

Allí dónde la textura visual es atractiva, la realización es simple, incluso torpe. La planificación y el lenguaje es, como no podía ser de otra manera, modesto, escaso en medios técnicos pero también en creatividad, cercano de no ser por la personalidad a un cine amateur. Allí dónde tantos alabaran las narrativas no tradicionales, lo que realidad encontramos es una película tan críptica que resulta incomprensible. Una narración fílmica emocionalmente distante cuyos personajes siempre nos resultan unos desconocidos, que vemos siempre desde fuera, desde una posición tercera. Y aunque el entendido desarrolla una paciencia inherente hacia estos tipos de cine, su ausencia de un ritmo consistente la hacen abrazar el tedio, resultando pesada pese a contar con un metraje reducido. Una película que bebe de un imaginario y referentes contrastados, pero cuya inmediata cercanía nos facilitan vislumbrar la inferioridad de esta con respecto a aquellas. Se ha aceptado de manera generalizada la fachada de la modestia y la precariedad económica como excusa para sacar adelante películas con carencias audiovisuales como productos de novedosa personalidad que debemos ponderar a toda costa, ya que todo lo que suponga abandonar la norma, en cine, será siempre bien considerado.

Todos aquellos incondicionales del Novo Cinema Galego y del cine independiente español, la película de Camborda es una imprescindible, en tanto pone sobre la mesa una nueva voz. Pero al cinéfilo avezado de intereses generales este filme, cuando relativamente interesante, le resultará extremadamente escaso.

Podéis leer más artículos de Nestor Juez Rojo en Celuloides en Remojo.

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