Espídica reivindicación de las superheroínas.
Cine de superhéroes para una nueva era; una que debería haber llegado mucho antes: películas dirigidas, escritas y protagonizadas por mujeres. En definitiva, mirada femenina y mayor pluralidad en los blockbusters de Hollywood para crear referentes nuevos para todo tipo de espectadores, como el hito que supuso hace un par de años Black Panther para la comunidad afroamericana o Wonder Woman para las nuevas generaciones de niñas. Aves de presa (y la fantabulosa emancipación de Harley Quinn) es la apuesta desenfrenada y alocada de DC Comics para abordar este cometido fijándose en el Deadpool de Marvel y desligándose del protagonista de Escuadrón suicida, el Joker que, en el fondo, es un lastre para la desmesura y jovialidad de Harley Quinn.
El subtítulo de la película y el arranque lo dejan bien claro: emancipación de una chica de espíritu rebelde, coartada por su relación sentimental con el capo malvado de Gotham City. Ahora es libre y, por mucho que le conlleve perder la inmunidad frente a sus enemigos, no está dispuesta a dejar perder la oportunidad de reivindicarse como una verdadera heroína. Quizás el mayor problema de este estimable y excéntrico entretenimiento sea que su discurso empoderador resulte demasiado obvio y monopolice todo el relato; la idea es clara y diáfana desde el minuto uno (e incluso desde la concepción del proyecto) y cada dos por tres vuelve sobre ello con diálogos de brocha gorda o consignas maximalistas. Es muy importante la existencia de este mensaje en un filme de esta envergadura, pero la poca sutilidad y los subrayados terminan por restar entidad al conjunto.
En cambio, la película de Cathy Yan acierta plenamente en aplicar la trillada fórmula de película de superhéroes de orígenes y presentar con mucho brío a la cuadrilla liderada por Harley Quinn. Ella es la dueña de la función, como ya lo fuera en parte en Escuadrón suicida, pero la gran revelación es el carisma y fuerza del cuarteto que configura un protagonismo casi coral. Especial mención merece The Huntress, el personaje de Mary Elizabeth Winstead, una auténtica robaescenas que vuelve a poner de manifiesto la gran actriz desaprovechada que hay en la protagonista de BrainDead y Calle Cloverfield 10. Por otro lado, otro de los pilares más fuertes de la película es el montaje, caótico y confuso para dar mayor sensación de la mente perturbada de la payasa protagonista. Lo mejor es que todas ellas tienen su espacio para desarrollar a sus personajes y todas sus historias paralelas van poco a poco convergiendo en la trama central, narrada por capítulos, recuerdos y flashbacks con mucha sorna por la propia Harley.
Como podría esperarse, Aves de presa (y la fantabulosa emancipación de Harley Quinn) es un festival de carcajadas continuo, tanto por el desparpajo y frescura de la protagonista como por el juego establecido con las otras cuatro guerreras, especialmente con Cassandra. Si bien es cierto que el eje argumental que pivota la película, la historia de venganza del deshuesador Roman Sionis, es poco atractiva, también lo es que todo el envoltorio cumple con creces el cometido y se sustenta en un notable villano (caricaturesco Ewan McGregor). Y, por si fuera poco, la película está trufada de set-pieces muy remarcables, algunas de ellas son reshoot de Chad Stahelski, director de la trilogía John Wick. Así pues, acción marca de la casa que, unido al fantástico montaje, ofrece un entrenamiento muy disfrutable. En toda esta fastuosidad frenética de la estética visual sí que resulta especialmente molesto el abusivo uso de canciones a lo largo de todo el metraje.
Aves de presa (y la fantabulosa emancipación de Harley Quinn) dista mucho de ser un blockbuster redondo, aunque muchos ya se han apresurado a situarla en un pedestal por su importancia más allá de los aspectos puramente cinematográficos. No obstante, es una película cuya locura hace apreciar tanto sus aciertos como sus flaquezas más evidentes. Cine de superhéroes donde las mujeres toman las riendas, con un mensaje de brocha gorda, pero pertinente para erradicar prejuicios anticuados. La próxima vez todo debería ser más fluido y orgánico, sin la reivindicación constante y obvia de la máxima “es nuestro turno”.