26 de abril de 2024

Críticas: Los papeles de Aspern

El icono ansiado.

Siempre podremos confiar en la existencia de nuevas y numerosas adaptaciones de clásicos de la literatura. Todo un género cinematográfico de prestigio y aceptación con un nicho de mercado estable y susceptible a la regeneración. Un conjunto de películas que cuentan habitualmente con el favor del público veterano y que siempre encontrarán complicidad en generaciones de ávidos lectores. Títulos que ya cuentan con un gran activo a su favor antes siquiera de su producción, activo el cual que habilitará sacarlos adelante independientemente de la escasez de recursos. Una corriente de dramas literarios de época, mayormente británicos, que siempre encontrarán espacio en nuestros cines. Este mismo viernes llega, no exento de algunos retrasos en la fecha de estreno, un nuevo ejemplo: Los papeles de Aspern, adaptación de la obra homónima de Henry James dirigida por Julien Landais hace más de dos años. Una película agradecida en tanto una de las valientes que estrena en una semana escasa de ofertas y con incomparecencia de la competencia. Uno de esos proyectos rodeados de misterio y ajenos al ruido que suponen una oportunidad tentadora para sorprender al cinéfilo. Una oportunidad de redención para un plantel de intérpretes caídos en el olvido. La conclusión más meridiana que podemos dilucidar del visionado de la obra es que da exactamente lo que promete, y cumplirá su función para con su nicho de audiencia. Nos encontramos ante un drama que sin duda puede deleitar desde un prisma literario, pero naufragada, lánguida y poco trascendente en el plano cinematográfico.

A los confines de un solitario y misterioso palacio veneciano llega un apuesto joven dispuesto a hospedarse en las estancias de la hacienda y halagar a la anciana que la arrenda con trabajo floral en el jardín y las estancias interiores, amén de cortejar y abrir una oportunidad de conexión con el mundo exterior a su fiel, servicial y tímida sobrina. Pero el visitante esconde otras intenciones, pues es en realidad el editor del legendario poeta romántico Jeffrey Aspern, fallecido a pronta edad. La anciana que regenta el castillo fue la musa de juventud de Aspern, y guarda con celo una correspondencia privada con Aspern a la que desea acceder a toda costa, pues intuye que puede esconder explosivos secretos. Un drama íntimo de indagación en el pasado a través de la seducción, el engaño y la pesquisa en el presente. Las reminiscencias emocionales y escritas de un genial poeta desde la tumba, la intensidad de una vida marcando existencias décadas después de su muerte. Un relato de cine histórico con atmósfera refinada de escenarios gentiles y entornos palaciegos. Cine sobrio y refinado, elegante y románticamente arrebatado. Luce, como no podía ser de otra manera, el equipo de dirección artística, que sitúa su relato en escenarios visualmente poderosos que cargan la narración de cuerpo y matices de sofisticación en su intriga soterrada. Y, como de costumbre, siempre es un placer ver a Vanessa Redgrave, que incluso en su más hondo crepúsculo brilla con luz propia en las pocas escenas en las que interviene. Y hay que admitir que es un filme que propone algunas soluciones visuales ostentosas y que, cuando menos, lo intenta. No podemos sino desear que pagase algunos meses de renta de esas buenas gentes implicadas en llevarla a cabo.

Con la excepción de Redgrave, el resto del reparto opera en registros muy desacertados. Rhys-Meyers se entrega, pero su interpretación es teatral y afectada, así como la de Joely Richardson es rígida e histriónica en su gestualidad retraída. El acabado visual es deficitario, con múltiples tomas con imperfecciones técnicas en la operación y plásticas secuencias oníricas farragosas, más propias de un ejercicio de publicidad que de una propuesta cinematográfica. Es un ejercicio mal calibrado a nivel temporal en el desarrollo de sus actos: Nos introduce un planteamiento extendido y pausado, un nudo escueto y ya pronto se apresura hacia un desenlace dramáticamente intenso que emocionalmente no resuena, se transmite hueco e insuficiente en su construcción dramática previa. Pero dónde mas naufraga el plúmbeo filme es en su integración del texto original: palabras que suenan a papel, que se declaman muertas, que se engranan en el constructo fílmico sin pulsión, lánguidas. Un tono demacrado, propio de una ejecución con oficio, pero sin alma y con insuficiente intención.

Los lectores enamorados del original literario de Henry James se encontrarán relativamente satisfechos con el presente trabajo. Los interesados en seguir la pista de Rhys-Meyers, Joely Richardson o la legendaria Redgrave (amén de un Jon Kortajarena con una breve pero acertada carrera como actor) encontrarán aquí motivos para saborear el visionado. Para el resto, no hay grandes atractivos que encontrar en este trabajo menor, llamado a encontrar su espacio natural en sesiones vespertinas de parrillas televisivas.

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