El crepúsculo de James Bond.
La expectación es máxima. El primer blockbuster atrasado por la pandemia. El adiós de Daniel Craig de la saga James Bond tras cinco películas. El cierre de su arco argumental, ya que las cuatro películas previas forman un corpus narrativo inusual en los 60 años de franquicia cinematográfica. El resultado es sencillamente espectacular, emotivo y prima los personajes y la historia a la acción. Ahora bien, la película tiene 100% el ADN de la saga 007. Tiene todos sus elementos clásicos, muchos guiños, set-piece asombrosas, villanos de aúpa, pero también un guion estupendo y una enérgica dirección de Cary Joji Fukunaga (True Detective) que impronta este capítulo final de un tono crepuscular y romántico muy pertinente.
Cerrar un ciclo y abrir otro. Termina por todo lo alto el paso de Daniel Craig por una de las sagas más famosas de la historia del cine y el futuro de la misma es todavía una incógnita. No solo por la substitución del intérprete principal, como en las anteriores ocasiones en que tuvo que hacerse el relevo, sino porque en los últimos años se ha abierto el debate sobre si 007 puede ser afrodescendiente o una mujer. Como se encargan de dilucidar en Sin tiempo para morir «son solo números». Lo importante ahora mismo es que el punto y final del James Bond de Daniel Craig es espectacular, uno de los mejores títulos de la saga y, probablemente, el mejor blockbuster del año.
La película empieza con un excelente prólogo que ya pone las cartas sobre la mesa: el flashback de la infancia de Madeleine con la irrupción del villano encarnado por Rami Malek, una presencia tenebrosa, aunque algo desaprovechada en el resto del filme. Este inicio también deja claro, escena frenética en Italia mediante, el peso de la relación romántica entre Bond y Madaleine (el personaje de Léa Seydoux es mucho más interesante ahora que en Spectre). Ambas escenas comparten un mínimo denominador común: la imposibilidad de escapar del pasado, la amenaza del peligro constante, la venganza y la carrera hacia delante para evitar la muerte. El título reza que no hay tiempo para morir. Huir e intentar salvar el planeta por enésima vez es la única escapatoria.
Los caprichos del destino y la casualidad han querido que esta Sin tiempo para morir sufriera retrasos por culpa de la pandemia del coronavirus y que la amenaza global de la película, el malvado plan perpetuado por Lyutsifer Safin (Rami Malek), sea controlar y expandir un virus capaz de matar en cuestión de segundos. Su personaje es digno heredero de los icónicos roles de Mads Mikkelsen o Javier Bardem. De hecho, las cinco películas protagonizadas por Daniel Craig conforman una saga por sí sola dentro del universo James Bond. El corpus narrativo es excelente, ya la infravalorada Spectre marcó un punto de inflexión en hilvanar todo lo acontecido previamente, tras la magistral Skyfall, el mejor 007 de la historia. Los James Bond de Craig, sin perder ápice del alma de la franquicia ideada por Ian Fleming, son deudores de Bourne o los Batman de Nolan desde la seminal Casino Royale. Cary Joji Fukunaga, junto a los guionistas (incluida la maravillosa Phoebe Waller-Bridge), ha sabido cerrar de la mejor forma posible este macrorelato marcado por la pérdida, el dolor, el amor y la lucha fratricida entre el poder, los espías, la seguridad y los antojos malévolos de todo tipo de pérfidos villanos.
Sin tiempo para morir adolece de un excesivo metraje. Si bien es cierto que es puro entretenimiento a lo largo de sus 163 minutos, también lo es que algunas subtramas y algunos villanos secundarios aportan más bien poco al conjunto y restan demasiado foco narrativo al relato central: el plan de Safin, el regreso de Bond tras su retirada en Jamaica, la historia de amor con Madeleine y el juego de desconfianza entre todos los protagonistas. Un pero escrito con letra pequeña ante la magnitud de un cierre que es casi perfecto. Por el contrario, las nuevas incorporaciones a la saga funcionan muy bien, tanto el rol de Lashana Lynch, podría ser un gran relevo si gana la opción de un 007 femenino (que no James Bond, su nombre es Nomi); como el de Ana de Armas, de hecho, su participación en la película sabe a bien poco, pero las secuencias en Cuba son divertidísimas y muy gozosas gracias a ella.
Los últimos trabajos de Hans Zimmer, algunos muy celebrados, no han sido plato de buen gusto para un servidor (Dunkerque y Dune), pero su labor en Sin tiempo para morir es claramente su mejor obra desde El hombre de acero. Mirando de reojo a John Barry y alejándose se los tics de su última etapa, el compositor ofrece una variedad de temas que casan muy bien con el tono melancólico, romántico y crepuscular de la cinta. Nunca hubiese apostado dinero en que lloraría viendo una película de James Bond. Hubiese perdido la apuesta.
El humor y la diversión de Casino Royale y la emoción y la profundización de Skyfall unidos en un cierre de etapa tan espectacular como sumamente conmovedor. Sin tiempo para morir es un antes y un después mucho más pronunciado de lo que cabría esperar a priori. Daniel Craig abandona la saga por todo lo alto. Y, en última instancia, es una carta de amor al arte de contar historias, a la memoria para mantener el amor y reflejo de la superación del dolor y miedo sufridos. En definitiva, un blockbuster de altura.