5 de diciembre de 2024

Críticas: Para Chiara

Viaje estrecho a la madurez.

Aquellos que decidan experimentar la nueva película de Jonas Carpignano, abandonarán la sala de cine con una sensación confusa. Para Chiara (A Chiara, 2021, Italia) no es – ni pretende ser – un guion revolucionario, ni mucho menos novedoso; es un viaje hacia la madurez, una historia donde el espectador reconocerá algunos elementos narrativos saboreados tiempo atrás: los ejemplos son múltiples y dispares, desde Los 400 golpes (Les Quatre Cents Coups, François Truffaut, 1960, Francia) hasta Secretos del corazón (Montxo Armendáriz, 1997), pasando por el dolor de La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999) o la crudeza de Intemperie (Benito Zambrano, 2019). Pero existe algo, en la mirada retratista del director, que hace de esta historia algo profundamente atractivo de admirar.

La posición desde la que el espectador concibe el conflicto es, con diferencia, uno de los puntos más poderosos del filme. Carpignano decide contar una historia de madurez a través de una focalización interna – aquella que coloca espectador y personajes al mismo nivel de conocimiento narrativo – tan persistente como acentuada. Chiara, una niña de 16 años, lucha por encontrar la verdad dentro del mundo de los adultos, en particular, sobre la figura de su misterioso padre Claudio. Desde la secuencia inicial, donde un primerísimo primer plano presenta a la joven Chiara boca abajo, sudorosa y con el aliento oprimido – tratando de preparar al público para la futura catarata de angustias –, hasta los créditos finales, la focalización escogida por el director de Mediterranea (2015) y A Ciambra (2017) recaerá única y exclusivamente sobre el personaje interpretado por Swamy Rotolo. Aquello que sorprenda de improviso a la protagonista, aquello que observe y escuche desde las limitaciones de su posición en el espacio, será lo que constituya la intriga y lo que remueva en su asiento al espectador.

Para retratar su viaje hacia la madurez, Carpignano cubre la pantalla de incontables planos estrechos. La mayoría de los fotogramas están compuestos por rostros – rostros agobiantes de Chiara y su indeseada realidad, y rostros de los estímulos que esculpen su camino –. La cámara sobre el hombro y las focales medianas resultan imprescindibles, pues no solo impregnan la imagen de una veracidad aplastante propia de la mirada humana, sino que permiten hacernos creer que todo lo que sucede en la ficción es real. La ausencia del estatismo absoluto y la distancia establecida entre la lente y los sujetos triplican la identificación del público con el drama y ayudan a representar esa aparente naturalidad que, sin embargo, está repleta de complejidades. En los momentos de tensión, por ejemplo, la película desplaza su tono realista y moderado para introducir recursos emanados de la edición sonora – como cuando la protagonista observa preocupada a su padre marchándose del cumpleaños –. Una decisión que, por el contrario, corre el riesgo de provocar efectos enfrentados: acentuar el impacto ocasionado sobre los ojos de Chiara, y subrayar el impacto que el espectador ya tenía más que asimilado gracias a la fuerza intrínseca de las imágenes. Dentro del diseño visual, la fotografía, lúgubre y claustrofóbica – como la secuencia del cumpleaños de la hermana mayor –, no es más que la simbolización del entorno de la protagonista, cuya vida, teñida de una espesa incomunicación, quizá sea lo más parecido a contemplar el mundo desde el corazón de una sórdida caverna.

Carpignano bebe de los ingredientes de la realidad, pero sin abandonar, ni por asomo, las posibilidades típicas de la elocuencia digital. La convivencia entre las formas naturalistas – planificación austera, música diegética, interpretaciones contenidas – y el lenguaje técnico-simbólico convierte a Para Chiara en una película sobre la madurez con una voz indudablemente propia.

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