23 de abril de 2024

Críticas: El perdón

Contrarrestar la victimización.
El Perdón (Ghasideyeh gave sefid, Maryam Moghadam y Behtash Sanaeeha, Irán) denuncia un sistema perverso mediante un templado drama con momentos de suspense y una paleta equilibrada de blancos y grises, sin grandes contrastes y movimientos mínimos de una cámara bastante fija y moderada. El inicio es más prometedor que lo narrado visualmente después, pero son dos movimientos de cámara en particular los que empoderan la sensibilidad de una película que, sobre todo, habla de un sistema legal punitivo y patriarcal. La introducción, impulsiva en su mejor sentido, es ágil con tomas fragmentadas en pocos segundos, como si ese ritmo pudiera evitar vincularnos con un personaje que está por morir ejecutado injustamente. Una mujer entra a una penitenciaría a despedirse de su esposo. Claramente se indica desde el principio que la víctima no sólo es él. En el momento en que se cierra la puerta de la celda, el tiempo parece detenerse y un travelling muy lento hacia atrás deja en evidencia la pena de muerte en un ahogo de impotencia. Es un travelling profundamente doloroso, que se siente como una contracción en los pulmones que lleva al cuerpo a dar unos pasos hacia atrás. Más tarde, el paneo durante la llamada telefónica que desenlaza la trama de la película, vuelve a dejar fuera de campo el sufrimiento de la protagonista, en este caso desconcertada, en un acto no sólo respetuoso, sino empático. Mina (Maryam Moghaddam) también simboliza la lucha contra el prejuicio occidental que sentencia a las mujeres musulmanas al ubicarlas como seres pasivos y dominadas por los varones orientales. Ella cría a su hija sola, se enfrenta a una justicia misógina e incluso se permite sentir amor (o lo que quiera percibirse en su acción de pintarse los labios).

La destacada presencia de la leche aparece en tres formas: materna, industrial y venenosa. Son los tres aspectos puestos en escena vinculados a Mina: una madre viuda, que alimenta en la privacidad de su casa a su hija; una trabajadora alienada y precarizada en una fábrica de envasado de leche; y una mujer fuerte y resiliente capaz de exigir una disculpa pública de los responsables de semejante injusticia. La venganza presentada en el vaso de leche envenenada y puesta en una única escena ‘no real’, sino que ocurre en la imaginación de Mina, revaloriza la digna decisión de irse y, a su vez, canaliza el dolor acumulado. Poner en escena el deseo de envenenar funciona simbólicamente como lo hace la artista iraní Shirin Neshat. En su serie de fotografías Women of Allah juega con una doble significación: por ejemplo, un cañón apuntando al espectador confundiéndose con un pendiente. Se presenta el deseo contrarrestando la victimización.

El gran fotograma surrealista de la película muestra una vaca blanca -nuevamente el vínculo con la leche y el sacrificio- en el medio de un centro penitenciario, a un lado, en un muro, una fila de hombres y en el lado opuesto, una de mujeres. La imagen también recuerda a Shirin Neshat en Turbulent, una videoinstalación en blanco y negro que contrapone en una misma sala dos pantallas en muros opuestos: en una de ellas, una cantante iraní está de espaldas cantando a un auditorio vacío, mientras que en la otra pantalla aparece un hombre cantando de frente y con público. Se trata de una propuesta metafórica con respecto a una política de silenciamiento. En la película, el silenciamiento está justificado en los burocráticos diálogos “por la voluntad de Dios” y administrado institucionalmente a través del “dinero de sangre”, un dinero compensatorio por la ejecución injusta del hombre. En el segundo pasaje del Corán que se llama Al-Baqara (La Vaca), Moisés ordena a su pueblo sacrificar una vaca para resucitar a un hombre asesinado por una persona desconocida. Si la resurrección no existe, que por lo menos ese sacrificio sea para el renacer de las víctimas que sufren la muerte en vida. En este caso, desvictimizar a la mujer musulmana es un acto resucitador, personificado en Mina al reaccionar valientemente y encarar otro camino en la espera final del tren.

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