27 de abril de 2024

Críticas: Jurassic World: Dominion

El reino rendido.

Antes de que la primera cinta de Jurassic World volviera a abarrotar los cines en 2015, la propuesta capitaneada por Steven Spielberg en los noventa destacaba por la novedad y por un claro objetivo ético: salvaguardar los derechos de los dinosaurios. Veintinueve años y cinco películas después, Jurassic World: Dominion recupera, en favor de los espectadores fieles y nostálgicos, las figuras más icónicas de las primeras cintas. Tales son los casos del paleontólogo Alan Grant (Sam Neil), la Doctora Ellie Sattler (Laura Dern) y el Doctor Ian Malcolm (Jeff Goldblum) que, en favor de los más contemporáneos, convivirán con Owen (Chris Pratt) y Claire (Bryce Dallas Howard), los protagonistas de la generación moderna. A pesar de los intentos del nuevamente director Colin Trevorrow (Seguridad no garantizada, 2012 y El libro secreto de Henry, 2017) por sumergir al público en una serie de imágenes impactantes y por momentos aterradoras, la innovación y la fascinación de la sexta y última cinta de la franquicia aparecen contaminadas por el espectáculo reiterativo en detrimento de los objetivos de siempre.

Después de que en Jurassic World: El reino caído (J. A. Bayona, 2018) los dinosaurios comenzasen a formar parte de la cotidianidad de los seres humanos, Jurassic World: Dominion se adentra en el desenlace de la trilogía a través de un pequeño prólogo de consecuencias físicas, triviales e insuficientes para un acontecimiento de escala mundial, y a través de una compacta estructura fragmentada por dos tramas paralelas: los protagonistas modernos, con la ayuda de incorporaciones tan casuales como el encuentro de Claire y Kayla (DeWanda Wise) en el baño de un establecimiento y la posterior reaparición de la segunda para socorrer a la primera, combaten por liberar a Maisie de los científicos que buscan sacar provecho de su manipulación genética; y los clásicos, con el apoyo de Ramsay (Mamoudou Athie), otro personaje secundario supeditado por la siempre predecible revelación sorpresa, librarán su propia guerra para desarticular el laboratorio del Dr. Lewis (Campbell Scott) hasta la llegada del clímax, donde los dos grupos convergerán, y juntos tratarán de poner sus vidas a salvo. La aparición de los tres grandes pilares de las anteriores cintas no solo justifica la búsqueda de la nostalgia popular, sino la posibilidad de solventar el peso de la trama del secuestro ante su incapacidad para conseguir suficiente fuerza dramática por sí sola.

Con el estreno de la sexta película, el famoso lema de “la vida se abre camino” –o el famoso duelo entre la prosperidad (la ciencia) y la moralidad (los animales)–, resulta (y resultaba desde el tercer filme) más obsoleto que nunca. La idea de tratar de poner barreras a la naturaleza brilla por su falta de originalidad y hace que el único conflicto de la producción sea (en línea de lo que la industria hollywoodiense ha perseguido durante años) compensar el vacío narrativo con la masificación del espectáculo. Pero, en el caso de Jurassic World: Dominion, donde todo está prácticamente exprimido en su cualidad de ciencia ficción, ni siquiera el exhibicionismo visual consigue paliar la insipidez y las carencias dramáticas; al margen de una persecución en moto por los callejones de Malta, la única posibilidad narrativa consiste en introducir nuevos dinosaurios, nuevos rugidos y un mayor número de enfrentamientos –siempre manteniendo el esquemático surgimiento de los depredadores más incontenibles al final del camino–.

La trilogía de Jurassic World deja en su legado una franquicia que, en su capricho por seguir estirando el chicle una y otra vez, logra mantener una cierta coherencia en el armazón argumental que une las seis películas, pero que, no obstante, acaba perdiendo su sabor al completo. Su desenlace (al igual que el inicio) responde (al igual que el futuro) a un principio de incertidumbre, lo único irreprochablemente acertado en un planeta condenado a su naturaleza cambiante.

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